January 17, 2023
De parte de La Oveja Negra
56 puntos de vista
La inflación en la Argentina acumulada a
lo largo del 2022 se ubicó cerca del 100%. Esta cifra se trata de un
promedio del aumento interanual de los precios al consumidor de las
diversas mercancías, bienes y servicios, necesarias para la reproducción
de la fuerza de trabajo. A nivel nacional, los
mayores incrementos se registraron en las prendas de vestir y las
verduras, que superaron ampliamente el 100%
.
Todo esto según los
datos del propio INDEC. El Instituto Provincial de Censos y Estadísticas
de Santa Fe, por su parte, detalló algunos de los productos que
tuvieron mayores subas en la provincia en los primeros 11 meses de 2022.
Se trata del azúcar (179,52%), la docena de huevos (156,66%), y el kilo
de harina (148,54%). Luego están el pan, el aceite, el café, los fideos
y la leche en polvo, todos por encima del 100%. Se trata de los
alimentos básicos que consumimos los proletarios para sobrevivir, que
además de aumentar sus precios, disminuyen sistemáticamente su calidad.

Pocos salarios en
Argentina alcanzaron la inflación, siempre hablando de empleos
registrados. Completamente por debajo se hallan los empleados informales
o los planes y ayudas sociales
.
A esto debemos agregar el
progresivo deterioro del salario sufrido desde hace varios años. De otro
modo, y de cara a un año electoral, nos quedamos solo con la foto de
2022. Evidentemente, esta situación no afecta igual a todo el gran
pueblo argentino. Porque no estamos “todos en el mismo barco” como
gustan decir los dirigentes, ni somos todos iguales por más que nos
pongamos la camiseta de la empresa como exigen los patrones.

En este contexto, es evidente que decenas de millones de habitantes del país “necesitan una alegría”, algo de eso significó la victoria en Qatar 2022 de la selección masculina de fútbol.

El fervor mundialista no fue una “vía de
escape” frente al malestar social, es parte de este malestar. Tampoco es
que el fútbol tape la miseria, es la miseria la que hace del fútbol un
suceso tan determinante en la vida de las personas. Y por miseria no nos
referimos solamente a la económica.

La puesta en cuestión de la realidad
social no implica necesariamente sabotear “la alegría del pueblo”. Y,
desde una perspectiva emancipatoria, sería iluso suponer que cada gol
argentino desvía al proletariado de la revolución o lo vuelve más
nacionalista.

Por otra parte, hay quienes podrán
solicitar no racionalizar las emociones porque estas últimas estarían
fuera del ámbito de lo racional. Pero las emociones y los sentimientos
son un hecho tan construido como un estadio deportivo en Qatar, es
decir, tienen su historia, su coyuntura y hasta sus muertos, con los
cuales un puñado se llena de guita.

Sentir ira,
alegría o tristeza porque gane o pierda un grupo de jugadores nacidos
dentro de unas fronteras completamente arbitrarias no es un hecho
natural
, es un hecho construido en el patriotismo escolar, en la
competencia deportiva, en la miseria sexual, en la distinción de género,
en el vacío existencial de la sociedad capitalista de nuestro tiempo.

Buscamos comprender por qué ciertos
aspectos culturales, religiosos o ideológicos, como puede ser la alegría
por una camiseta, tienen tanta relevancia, cuál es su relación con este
contexto.

Aunque nos sorprende la enorme falta de
coherencia frente al fenómeno del mundial por parte de sectores
contestatarios, en lo relativo al sexismo, el patriotismo, el Estado, la
competencia, el sacrificio, etc.; no queremos hacer un simple llamado
moralista a la conciencia.

Rechazamos la
supuesta superioridad intelectual o moral al momento de criticar lo
popular, del mismo modo que rechazamos el paternalismo populista

que defiende la “alegría del pueblo” en tercera persona, dando cuenta no
solo de su oportunismo sino de la construcción social que supone el
pueblo a través de la política.

Desde una perspectiva revolucionaria
queremos problematizar sobre la propia concepción de “pueblo”. Aun
cuando somos considerados parte del pueblo, de lo popular, de lo
argentino.

¿Qué pueblo?

No estamos exigiendo nada del “pueblo”, ni antes ni después de la victoria argentina en Qatar 2022. Estamos subrayando que el “pueblo”
es un concepto que no distingue entre explotadores y explotados, que no
es más que una construcción del Estado que constituye el orden
dominante
.

La población existe, sin embargo, la forma
de categorizarla no es natural, la manera de designarla es política. No
existe a la espera de ser reconocida y tener significado, es algo
totalmente construido. Sin lo que “pasionalmente” conocemos como pueblo,
la razón de Estado carecería de sentido. Los propios límites
geográficos gracias a los cuales se puede definir “el pueblo argentino”
se establecen a partir del Estado argentino. Primero el Estado después
su pueblo, jamás al revés. Es de esta manera que decenas de poblaciones y
comunidades quedan encerradas en las fronteras de la Argentina. En su
acepción más corriente, para que exista un territorio determinado debe
existir un Estado determinado.

“El pueblo” no es un dato de la
naturaleza, ni una clase social, siquiera un grupo sociológico, hay que
construirlo y representarlo. Acontecimientos como las guerras, los
mundiales o ciertos sucesos culturales refuerzan el concepto y ayudan a
experimentarlo como realidad. Porque no es que no exista, existe como
fuerza social. La vieja consigna de «el proletariado no tiene patria»,
se trata de una perspectiva de lucha contra el nacionalismo, para evitar
ser carne de cañón en las guerras, en las crisis, en la explotación
cotidiana. Pero no podemos hacer como si no estuviésemos nacionalizados.

Desde el nacionalismo y el populismo se
niega reconocer las contradicciones y escisiones de la sociedad y se
acepta su pacificación en el Estado a través de la mediación del
ciudadano. De este modo, la sociedad es una comunidad directamente
asumida y representada como tal en el Estado. En su forma más
desarrollada, el populismo busca ir más allá de las contradicciones
sociales capitalistas, pensemos en los regímenes totalitarios. En su
forma actual, al menos en países como el nuestro, se trata más bien de
un interclasismo ciudadanista, buscando reforzar las instituciones
democráticas del Estado, su legalidad, su papel preponderante en la
garantía del orden.

En el libro Plomo y humo. El negocio del capital
que publicamos recientemente reflexionábamos al respecto de las
expresiones de lucha actuales: «No debe entenderse la crítica al
interclasismo como un llamado al clasismo. Si el primero existe de
manera generalizada en las luchas no es por la debilidad del segundo,
sino que este se encuentra simplemente agotado. Producto de las
transformaciones de la sociedad capitalista el proletariado no ha
desaparecido ni mucho menos, pero las posibilidades de su lucha han
cambiado drásticamente. Ya no existe la opción política, sindical o
ideológica clasista que añora el obrerismo, ya no existen organizaciones
de masas que busquen una afirmación del proletariado al interior de
esta sociedad. Luchar como clase ahora solo puede implicar enfrentarnos a
nuestra propia condición de seres humanos proletarizados. El
interclasismo supone una situación de extrema ambigüedad, pero a la vez
su superación solo aparece como una transformación radical de la
sociedad contra el Capital y el Estado. De hecho, esta “propuesta” tiene
más eco en el común de los manifestantes que cualquier nostálgica
apelación a un gobierno obrero. Esa indeseable alternativa de gestión
capitalista ya no es siquiera factible.»

En este marco de agotamiento del clasismo,
y un interclasismo impotente para realizar cualquier transformación
social pero efectivo en términos de integración y reproducción social
capitalista, es que 5 millones de argentinos se movilizaron
pacíficamente para expresar su alegría por los colores de la patria y
algún tipo de éxito o conquista que se experimenta de cierto modo como
propia.

Nacional y popular

Quizás tengamos la suerte de dejar de
escuchar, al menos por un tiempo, la canción que apenas comenzada ya
está hablando de «los pibes de Malvinas que jamás olvidaré». A 40 años
del asesinato de jóvenes en esas frías islas el nacionalismo belicista
agradece la “malvinización” que hubo con este Mundial.

Antes que finalice la tortuosa canción nos
dicen «no te lo puedo explicar porque no vas a entender». Es parecido a
cuando un supuesto sabelotodo en el acto de explicar sugiere que somos
estúpidos. De todos modos, hay quienes preferimos
entender e indagar sobre lo que nos implica, sobre el nacionalismo, lo
popular, el deporte e incluso las pasiones que suelen presentarse a
salvo de la reflexión
.

El nacionalismo necesariamente se hizo
presente durante el mundial de fútbol para machacar contra los ingleses y
brasileros (sin distinción: explotadores y explotados), con las
Malvinas, con una pizca de racismo, con un antieuropeísmo absurdo y un
antiimperialismo cada vez más obtuso. Todo este conjunto de juicios es
presentando como “popular” y cualquier cuestionamiento o incluso
indiferencia puede ser tachada de antiargentino, mayor pecado en época
mundialista o de contienda bélica.

La razón populista propone, e impone, que
cualquier cosa que haga feliz al pueblo debería ser aprobada. En esta
ocasión no hay mayor problema, pero dicha fórmula es riesgosa,
especialmente cuando el pueblo se alegra con una guerra, con los
pogroms, con un linchamiento, con el ascenso de un sanguinario dictador.

Además del fútbol, uno de los deportes preferidos del pueblo, no solo argentino, es la “caza de culpables”. La
costumbre de no cuestionar la sociedad, considerada el pueblo mismo,
sino de ir a la búsqueda de responsables a quien echar la culpa
.

Lo cual sin duda resulta más fácil y tranquilizador que subvertir la
situación actual. Pero lo importante es que así no se resuelve el
problema de fondo, y siempre estamos abordando los problemas
superficiales y no los estructurales.

Los señalados responsables de los
padecimientos pueden ir desde el vecino al extranjero, desde la patota
de rugbiers asesinos de Fernando Baez Sosa hasta el FMI, del gobierno de
turno a su oposición. Y en general no es que no tengan su gran
responsabilidad personal, pero personalizar una cuestión social
dificulta su comprensión, si no es que la evade completamente. Luego hay
otros que proponen a los “yanquis”, los ingleses, los judíos o los
inmigrantes de chivo expiatorio. El nacionalismo no puede ver cuestiones
estructurales de la sociedad capitalista, no puede ver clases sociales
antagónicas al interior de cada país.

Es absurdo defender a la nación y su pueblo para defender a la clase explotada.
Sin embargo, el nacionalismo se impone de izquierda a derecha,
coincidiendo en que las potencias extranjeras no dejan desarrollar a
“nuestro” país. Luego cada sector añade su estilo propio: que el FMI
saquea a la Argentina o que los inmigrantes nos vienen a robar el
trabajo.

Nosotros proponemos no colocar el relato nacionalista como punto de partida natural. ¿Qué
importa el origen geográfico del capitalista que nos explota? ¿Y qué
importa dónde nacieron el resto de las personas explotadas?

Ante la desintegración de los lazos
sociales tradicionales, la popularidad del fútbol radica en su capacidad
de fortalecer una identidad común. Bien lo supieron los burgueses de
aquel país “enemigo natural” del futbolero argentino. Durante la primera
mitad del siglo XIX los primeros deportes que Inglaterra exportó fueron
las carreras de caballos, la caza, o el remo, deportes representativos
de la aristocracia, y quienes adoptaron estos juegos en los países
destinatarios fueron las clases dominantes locales, que solían ser
grandes admiradoras de la alta sociedad británica. En las demás
naciones, los deportes fueron adoptados por una élite urbana fascinada
por la imagen de modernidad que acompañaba lo inglés. Al principio, allí
donde se establecían, los británicos solo jugaban entre sí. Cuando
aceptaron a los demás pusieron como condición que el idioma de juego
fuese siempre el inglés. De ahí que el término sport fuera adoptado en
muchos países para designar las actividades deportivas. La lengua
inglesa se impuso en el ámbito del deporte, como atestiguan los términos
hockey, match, round, jockey, golf, record; al igual que vocablos
relacionados directamente con el “football” como corner u offside,
además de designar a los clubes con nombres anglófonos.

Las costumbres heredadas de Inglaterra son muchas, incluso el cacho de carne que cada vez cuesta más caro llamado bife no casualmente proviene de beef.

Mal que les duela a algunos, podría
decirse ligeramente que Inglaterra es la “madre patria”. Si «en
Argentina nací, tierra de Diego y Lionel» es porque existen países
consolidados gracias a la división internacional del trabajo. El “modelo
agroexportador” al cual refieren nacionalistas de todo el arco político
requiere que esas grandes potencias “nos” compren.

Del mismo modo, y aunque les duela a
otros, podríamos decir que Julio A. Roca es uno de los “padres de la
patria” ya que, sin sus campañas en el sur, junto a las de Uriburu,
Fontana y Obligado en el norte a fines del siglo XIX, no existiría
Argentina tal como la conocemos. Como suele decirse: los padres no se
eligen, y tampoco estamos obligados a sentir amor u orgullo por el país
donde nacemos.

Las nacionalidades se establecen de manera arbitraria.
En el caso de los “argentinos” esta arbitrariedad viene dada desde su
designación misma. En el marco de la Conquista, desde comienzos del 1600
se comenzó a denominar Argentina y argentinos a la región y los
habitantes de toda una enorme zona circundante al Río de la Plata. El
primer término cayó en desuso, hasta 1860, cuando el presidente Santiago
Derqui decrete como nombre oficial: República Argentina. En cambio, el
gentilicio se continuó usando hasta hoy, atravesando el periodo del
Virreinato y luego el de las Provincias Unidas, tras la independencia.

El primer registro de su uso se da en el poema histórico Argentina y Conquista del Río de la Plata, con otros acaecimientos de los Reinos del Perú, Tucumán y Estado del Brasil
(1602) del extremeño Martin del Barco Centenera. Ya desde el título se
habla de la zona rioplatense-paranense como Argentina y de sus
habitantes: «Los argentinos mozos han probado / Allí su fuerza brava y
rigurosa / Poblando con soberbia y fuerte mano / La propia tierra y
sitio del pagano»

Obviamente ese “argentinos” no significa
lo mismo que hoy. En ese pasaje se está refiriendo a la fundación de la
ciudad de Santa Fe por parte del español de origen vasco Juan de Garay y
los mestizos guaraníes nacidos en Asunción (actual Paraguay).

Es interesante saber cuál es el origen de
esta denominación. El enorme estuario que se forma con las aguas del
Paraná y el Uruguay antes de desembocar en el Atlántico fue llamado Río
de la Plata por los conquistadores, en referencia a las legendarias
minas de plata que se hallaban hacia el interior. Varias expediciones no
encontraron nada, pero, como sabemos, toda leyenda tiene algo de
verdad.

El cerro de Potosí (actual Bolivia) saldó con creces los anteriores fracasos, y el noble material, llamado en latín argentum,
empezó a ser extraído de a toneladas, arrastrando consigo miles de
vidas humanas, en uno de los peores horrores de la Conquista. La actual
Sucre, desde donde se empezó a explotar el cerro, se llamaría también
Civitas Argentina o en español Ciudad de La Plata.

Nuestro gentilicio se
debe a una de las principales mercancías extraídas de la región, y
transportadas en gran medida a través de la actual Argentina hasta el
puerto de Buenos Aires. Bien podríamos llamarnos ahora “sojenses”
.
Con
la plata extraída también se empezó a acuñar dinero como moneda. De ahí
que, en el Cono Sur, llamemos a la moneda de circulación legal,
coloquialmente, “plata”.

Es bueno remarcar que “argentino” tampoco
fue un término de uso general, conviviendo con el genérico “criollo”,
ampliamente usado además, en toda la América hispana. Mulatos, zambos,
mestizos, cuarterones, chinos, etc., fueron denominaciones de casta
también de uso muy común, de acuerdo a la mezcla de sangre. Los
integrantes de las aristocracias locales, hayan nacido en este
continente o la península ibérica, gustaban llamarse “españoles”.

Ser “argentino” no significó siempre lo
mismo. Sucesión de guerras y despojos en el marco de la Conquista y
luego en la creación del Estado moderno fueron delimitando y cambiando
lo que hoy conocemos como Argentina y lo “argentino”.

Noción absurda y arbitraria como ya vimos,
pero no azarosa si seguimos la ruta de las mercancías. La nacionalidad
se acuña mientras se acuña dinero.




Fuente: Boletinlaovejanegra.blogspot.com