El Estado es totalitario porque es la forma perfecta o cerrada de organización política, en la cual el proyecto de organización, el proyecto de un Orden establecido por el saber humano y funcionando según el Plan de la Autoridad, sólo podrá cumplirse si ese Orden se refiere a un conjunto definido y numerable, a un verdadero Todo. Los sacrificios de indecisas vidas, de pequeñas libertades, y también de otros modos de ordenación, locales, vacilantes, relativos, consuetudinarios, que el Estado requiere para establecerse son tan abrumadores y costosos que no pueden imponerse si no es con la justificación definitiva de conseguir una organización perfecta, y por tanto total en su pretensión de Orden: si el Estado renunciara por un momento a la certidumbre y totalidad de su proyecto, la enormidad de lo pagado pondría sin más en evidencia su sinsentido.
Agustín García Calvo, ¿Qué es el Estado?
Observando un poco desde la distancia el barullo de los políticos y los académicos respecto a la llamada ‘cuestión indígena’ en Perú, no me ha pasado desapercibida su preocupación surgida a raíz del todavía elevado grado de imperfección o apertura en sus fronteras o, como diría García Calvo, en su definición: un hecho alarmante y molesto para cualquier pretensión de un orden cerrado y bien organizado como lo es, sin duda alguna, el Estado moderno. A pesar de lo relativamente conformados que están la mayoría de ellos, aún nos podemos entretener con este triste espectáculo: su imposición sobre los restos relativamente menos imbuidos por sus lógicas y todavía no metidos del todo dentro de su organización.
Como se sabe, todavía hay estados, como este peruano, ya bastante definidos, pero que aún están demasiado abiertos y muestran en sus muros relativamente grandes huecos por los que nadie sabe quién entra ni sale. Estando las cosas así, ¿cómo, díganme por favor, van a suplantar nuestra vida por lo que sea que ellos administran, si no se sabe exactamente a quién hay que administrárselo? ¿Cómo van a hacer sus negocios si no van a poder tener claro quiénes son sus clientes ni sus partes interesadas? Pues bien, y es que el Estado, como bien se sabe, tiene que recurrir, entre otras cosas evidentemente, al conteo de los individuos para constituirse: contando y definiendo las poblaciones que han quedado atrapadas bajo su jurisdicción es cómo se consigue su imposición y su necesidad sobre ellas. Es una de las condiciones importantes para su correcto funcionamiento y esa es justamente la que se aprecia con toda la claridad en este país latinoamericano. No estoy diciendo nada nuevo, en verdad, para aquellos como nosotros que ya tenemos nuestro DNI o pasaporte y estamos bien contados y definidos desde bien pequeños. Allá donde nos movemos, allá donde nos trasladamos por el ancho del mundo, convertido en un globo, prácticamente cada nuestro paso queda registrado de alguna manera. Pero, tal vez, para algunos restos de pueblos de América Latina esto va a ser una cierta novedad. Andan los hombres (y las mujeres, por supuesto, que cada vez hacen más de lo mismo que los hombres y se parecen más y más a ellos) del Estado y de la Academia, lo mismo que los representantes de las empresas, preocupados por estas tierras de que no todos los indígenas están bien contados, contabilizados y definidos claramente quién es cada quien. Y con pretextos humanistas y humanitarios despliegan sus aparatos, todavía débiles, todavía inseguros, pero que mañana serán eficaces y mortales en lo que se refiere al cierre del orden impuesto allí donde aún quedaba algún pequeño resquicio de otra cosa, fuera lo que fuera esta cosa. Les va la vida en ello, en definir y contar los restos de vida que queden por allí para evitar el grave problema del orden establecido de que quede por allí un afuera, un exterior, un espacio no conquistado y manejable para sus estadísticas y negocios. Y es que no hay Estado que tolere mucho la permanencia en la duda y en una diferencia no-domada, una forma de vivir escurridiza, que está como medio escabulléndose de sus leyes, sin aceptar o aceptando a regañadientes todas las supuestas bondades que traen el Estado y el Capital debajo del brazo y con las etiquetas como ‘diversidad’, ‘pluralismo’, ‘interculturalidad’ (que son imágenes de la falsificación, pues falsifican una realidad que es todo lo contrario: homogeneización y uniformización, pero que hoy en día se imponen recurriendo a pequeños detalles plurales y múltiples que actúan como enormes pantallas que encubren el engaño).
Para el actual dominio es absolutamente necesario contar y definir a los pocos pueblos indígenas que quedan relativamente fuera de su control (e insistimos en la palabra ‘relativamente’, pues, no es menos cierto que al menos en parte ya están dentro del orden impuesto por el Estado: ¿nunca se ha encontrado usted con algún indígena que le vende su ‘cultura’ como atracción turística para tipos tan normales y modernos como usted, sin duda, lo es?), para convertirlos en masa de individuos que necesita la democracia, deseosa de clientes y de votantes. Y es que tampoco hay Estado que valga si no impone sobre sus poblaciones el tiempo medido y muerto del Trabajo, sin el cual tampoco habría Capital, tal y como nos ha mostrado Agustín García Calvo en esa maravilla de escrito que citaba al comienzo. ¿Habrá una gran juerga cuando por fin se cumpla el sueño inveterado del estado peruano, ese que reza “unida la costa, unida la sierra, unida la selva contigo, Perú”? Como las demás restantes abstracciones en forma de un estado que figuran en los mapas de geografía política, Perú lleva al pueblo, atrapado dentro de sus fronteras, a la abstracción. Y allí donde se expanden sus fronteras se expande también la muerte, la mentira y el aburrimiento, y nuestra memoria se llena de tragedias, de sangre y de fango que todo Estado, también el democrático, necesita para imponerse primero, y sostenerse y actualizarse eternamente después. Menos mal que los ideales, que suelen ser totalitarios, como este mismo ideal de un Estado perfectamente cerrado, siempre se topan con que hay escapes, escabullimientos y fugas que, por muy pequeños que sean, frustran cualquier pretensión totalitaria.
Fuente: Ovejanegrarevista.wordpress.com