June 9, 2021
De parte de Antagonismo
713 puntos de vista

Colaboración de LOS AMIGOS DE LA NEGACIÓN
para la revista Salamandra nro. 23-24 (2021)

Aviso al lector: La revista acoge, como en ocasiones anteriores, un amplio abanico de intervenciones, tanto teóricas como experimentales, que se agrupan alrededor de un tema u otro. Es verdad que muchas veces tales secciones han sido el resultado de la afinidad electiva de los artículos y ensayos que teníamos o nos habían llegado de amigos y colaboradores, sin que mediara ningún tipo de planificación o propuesta concreta, mientras que en este caso se ha primado y cuidado el significado y coherencia interna de cada sección temática a la hora de la redacción y selección de los textos que las integran. Un buen ejemplo es Fuga de la revolución, revolución de la fuga: autonomía y emancipación en el fin del mundo, que recoge las aportaciones de miembros del grupo y amigos y colectivos invitados sobre una discusión fundamental y perentoria: ¿hay que abolir el capitalismo industrial mediante el devenir revolucionario, o hay que salir y escapar de la ciénaga helada y corrompida del modo de vida que ha segregado para empezar de cero? Entre estos dos polos tradicionalmente percibidos como contradictorios, cuando quizás no lo sean ni deban serlo tanto, y todo el espacio intermedio que bien podría generar su reconciliación, se mueven las propuestas de Jorge Valadas, los colectivos Barbaria y Los amigos de la Negación, Jose Manuel Rojo, Adrián Almazán y Helios Escalante, Albert Mason y Andrés Devesa, junto con el desvío absoluto (y a la vez afín) hacia el fulgor, la imagen creadora y el reencantamiento de la tierra que reclama Silvia das Fadas como raíz y fruto de cualquier ensayo utopista o proceso revolucionario dignos de ese nombre.

Pero reclamarse de la revolución, plantear siquiera su posibilidad, defender cuando menos la secesión del nuevo y viejo desorden dominante que se muere para plantar las semillas de la Armonía futura aquí y ahora, era ayer una pérdida de tiempo y un imposible, cuando hoy lo imposible es negar la negación que estalla por todos los rincones del planeta en cada revuelta y ciclo de revueltas, en cada comuna, zona a defender e intensidad de verdadera vida que se forman y se revuelven contra el fin de su mundo. Porque no es el nuestro, ni nunca lo ha sido: es el colapso real y figurado que precipita el turbocapitalismo por su misma lógica infernal y suicida, esa quiebra general del modelo productivo, crisis medioambiental y suicidio civilizatorio que, precisamente por su gravedad indiscutible y ominosa, se ha convertido en otro tópico más del imaginario que inocula el espectáculo para expandir el miedo y domar las conciencias

Grupo Surrealista de Madrid
gruposurrealistademadrid.org

Capitalismo omnipresente

«En un mundo unificado no es posible exiliarse»
(Guy Debord, Panegírico)

Compartimos una sensibilidad común con quienes se agitan contra el orden existente y por tanto propugnan una imprecisa fuga. Pero, sinceramente, consideramos que no es posible fugarse. En el espacio del Capital no hay secesión posible, no hay espacio geográfico donde desertar, lamentablemente no hay márgenes que traspasar, no hay exterior. Nadie se ha perdido en el camino porque no hay destino donde llegar, nadie ha podido ni podrá salir del orden existente simplemente alejándose de los horribles edificios y el duro asfalto.

Así como no hay afuera geográfico del Capital, no hay donde huir del Estado y sus normas. Podemos cruzar una frontera para pasar de la jurisdicción de un país a otro. No hay donde escapar de las relaciones capitalistas, del Capital como relación social. Y si no hay donde huir, la necesidad de una revolución global se vuelve una tarea impostergable. Suena claustrofóbico, asfixiante y lo es. El capitalismo ha conquistado cada porción del planeta y esa es una de las características fundamentales que lo diferencian de otros modos de producción anteriores.

Cuando la propaganda capitalista quiere inducirnos a “vivir sin límites” es porque el capitalismo ya vive sin límites. Exigiendo la abolición de todos los límites sensibles para satisfacer su expansión abstracta, atraviesa fronteras, destruye el planeta para atravesar una carretera, modifica los cuerpos, da crédito infinitamente, desea crecimiento y expansión infinitos de la economía. ¿No nos incitan incluso grupos que se suponen contestatarios al orden a transgredir todo límite para combatir la cultura capitalista sin más remedio que ampliarla? Sin duda necesitamos «unas formas de vida que afronten y deseen la exterioridad sin colonizarla ni destruirla, lo que implica unas relaciones distintas entre los seres humanos y todo aquello que nos rodea que tendrán que plantearse de una manera tan racional y material como apasionada y poética » tal como indican los compañeros del Grupo Surrealista de Madrid. ¿Pero dónde está esa exterioridad? Sin duda, una exterioridad simbólica, que puede percibirse fugazmente, nos resulta inspiradora, pero no se trata de una actividad cotidiana que podamos experimentar corporal y colectivamente.

No hay “zonas temporalmente autónomas” ¿autónoma respecto a qué cabe preguntarse? Si cualquier “utopía pirata” es cada vez menos ignorada por el ojo capitalista que todo ve y sus tentáculos tecnológicos que todo lo alcanzan. No hay libertad ni autonomía, tal como las describe Hakim Bey en su Zona Temporalmente Autónoma (1997), si nos encontramos agazapados al asecho de la próxima invasión mercantil. La nostalgia por el pasado, o por el futuro, solo puede partir de un desconocimiento de la historia. Evidentemente en el pasado había mayores posibilidades de mantenerse tierra adentro, perdidos e ignorados de y por la sociedad capitalista, que en esta fase todo lo encuentra y lo subsume o lo destruye.

Desde la ciudad donde escribimos estas palabras, dentro del Litoral argentino, salir al campo significa ir al monocultivo. A los organismos genéticamente modificados, a tierra sojizada y fumigada, tierra de cáncer y trabajo semiesclavo. Ese es nuestro afuera de la ciudad. Y si nos dirigimos hacia el norte iremos profundizando en lo mismo, y profundizando en la persecución y represión de quienes por allí sobreviven. Lo mismo si nos vamos hacia el sur, hacia la Patagonia, donde hay más territorio con menos gente, pero eso no significa sin capitalismo. No se siente como un afuera de ninguna parte. Una tarde de visita puede dejar esa sensación, hasta una breve acampada, pero quien quiere vivir allí o pasar algunos días más se encontrará con las fuerzas del Estado, con las fuerzas privadas de los terratenientes, y se encontrará también con la falta propia. Con la comprensión de que fuimos privados de espacio, pero también de saberes para sobrevivir lejos de las ciudades horribles donde vivimos. Tampoco encontramos grietas en las ciudades ni en ninguna parte. Puede que haya rincones o puntos ciegos, tanto territorial como socialmente, estos son pequeños y momentáneos y la mayoría de las veces los aprovechamos para poner en tensión esta insoportable interioridad. Pero nadie puede vivir en un rincón o un punto ciego.

El difundido Llamamiento (Comité Invisible, 2003) –que invitó a «establecer aquí y ahora un conjunto de focos de deserción, de polos de secesión, de puntos de reunión. Para los que se fugan. Para los que parten. Un conjunto de lugares donde sustraerse al imperio de una civilización que camina hacia el precipicio»– parecía reducir la lucha revolucionaria a una cantidad de problemas logísticos inspirados en las pretensiones voluntaristas e inmediatistas de un puñado de compañeros, que a la postre se verán decepcionados por no haber podido “vivir el comunismo” ¡en pleno capitalismo! Debemos asumir estos fracasos como fracasos propios del idealismo voluntarista e inmediatista y no como fracasos de la lucha contra el Capital, del movimiento que destruye las condiciones existentes.

El Comité Invisible, al igual que tantos otros compañeros que quizás ni sepan de la existencia del Comité, se hacen ciertas preguntas: «Se trata de darse los medios, encontrar la escala en la que puedan resolverse una serie de cuestiones que, planteadas individualmente, nos sumen en la depresión. ¿Cómo deshacerse de las dependencias que nos debilitan? ¿Cómo organizarse para dejar de trabajar? ¿Cómo establecerse fuera de la toxicidad de las metrópolis sin, por otro lado, “irse al campo”? ¿Cómo detener las centrales nucleares? ¿Cómo hacer para no verse forzado a recurrir al triturador psiquiátrico cuando un amigo se vuelve loco, ni a los medicamentos burdos de la medicina mecanicista cuando se pone enfermo? ¿Cómo vivir juntos sin aplastarse mutuamente? ¿Cómo acoger la muerte de un camarada? ¿Cómo arruinar al imperio?»

Nosotros pensamos que confundir lo que es posible ahora con lo que solo es posible sobre las ruinas del Estado y el Capital, o mientras los reducimos a ruinas, puede posiblemente conducirnos al fracaso o directamente al reformismo, por tanto sumirnos en la depresión o en la institucionalidad respectivamente. Confundir una multiplicidad de relaciones humanas posibles con el reemplazo de las instituciones de esta sociedad: la familia, la escuela, el sindicato, el club deportivo, el ghetto cultural, es quedarnos apresados en el interior de esta sociedad, no llegar siquiera a imaginar que todo puede ser de otra manera.

La revolución social que necesitamos no es equiparable a la suma de cientos o miles de “pequeñas comunas libres” y/o “islotes no-capitalistas” en pleno capitalismo. Esa salida oculta el enfrentamiento material con el orden y esquiva el debate sobre el contenido de la lucha revolucionaria mediante el afán por “la práctica”, una “práctica” abstracta que siempre ha tenido ese mismo fin. No podemos descartar lo inmediato en nombre de una revolución futura. Pero nuestra lucha, nuestras relaciones compañeras no pueden definirse simplemente por la agrupación geográfica, y de ninguna manera por una utopía rural y autárquica.

Desde una búsqueda de eficacia militante, que se preocupa más por la imagen a brindar que por la experiencia concreta, a menudo se nos dice que “debemos crear ejemplos de la sociedad que queremos, para que el resto vea que es posible”. Ya hemos visto muchos resultados. Estos emprendimientos no tardan en integrarse plenamente a lo que decían rechazar. Cuando no fracasan rotundamente, su “triunfo” es una demostración pública de que bajo la mano invisible del Capital todo sería posible, hasta lo que se presenta como anticapitalista (y claramente no lo es). Es imposible construir sobre esta podredumbre, es imposible convivir con la muerte en vida que es el capitalismo. Las razones no son de índole moral sino materiales.

Y muchas veces estas propuestas autogestionistas se suponen tan afuera de la sociedad que comienzan a confundir la exterioridad y acaban pensando que ellos son el adentro y el resto el afuera. Quienes integran estas experiencias con una conciencia religiosa (es decir ideológica) llegan a considerar que dentro de su capilla está todo bien, que el problema es la influencia del afuera, de “la sociedad”, y así sus miembros son corrompidos por el pecado capitalista. Ciertos proyectos denominados autogestivos suponen que los límites se hallan en “el afuera” a la hora del intercambio. Una suerte de queja que se formularía más o menos así: “podemos producir autogestivamente, en el borde del capitalismo, el problema es cuando debemos salir a vender”. Es un enfoque completamente equivocado del problema, porque si bien producción, intercambio y consumo pueden diferenciarse, son parte de un mismo proceso.

Decíamos en el nro.12 de CUADERNOS DE NEGACIÓN: Crítica de la autogestión: «Los emprendedores autogestivos no se encuentran con el mercado cuando ya tienen el producto terminado, se encuentran con él antes de comenzar a trabajar, más precisamente se encuentran participando en él. Es por eso que, si bien pueden tomar algunas decisiones sobre sus proyectos al igual que los capitalistas, en lo esencial deben responder a las demandas del Capital si es que no quieren fracasar. Este argumento es esgrimido, por lo general, por quienes se dan cuenta que producir de formas menos nocivas o simplemente de formas diferentes a las que permiten mayor productividad, conlleva necesariamente una menor competitividad en el mercado y lo acusan a éste de sus desgracias. Olvidan o quieren olvidar que la circulación es un momento de la producción, no una esfera separada. Entonces, una vez más, el problema es que la
producción asuma la forma de mercancías y la relación social dominante sea la del intercambio.»

Pero no son solamente las proclamas extremistas en defensa de la autogestión de lo existente las que parten de un ilusorio afuera. Existen otras actividades ilusorias por medio de la adhesión identitaria. Nos referimos a la actividad, que puede ser tanto grupuscular como individual, que está subyugada a una mera cuestión de identidad, a compartir una jerga, nostalgia o estética común. Toda actividad, incluso con anhelos anticapitalistas, tiene el riesgo de sustraerse ilusoriamente, lo que desde hace tanto tiempo se señala como “secta”. Hay quienes se sustraen geográficamente y quienes se sustraen de ciertas conductas y tradiciones. Hay quienes precisan irse lejos del ruido de la ciudad y cosechar algunos de sus alimentos, así como hay quienes migran hacia la ciudad para encontrarse con más afinidades y compañeros. Seguramente quienes sean destinatarios de esta revista, así como quienes escribimos, necesitamos mantenernos lejos de ciertos vínculos (anti)humanos como la religión, el machismo o el instrumentalismo de otras personas, solo por poner algunos ejemplos. Así como cada tanto intentarnos irnos lo más lejos que podamos, incluso dentro de la ciudad donde vivimos: un lugar abandonado, otro cerca del agua… La cuestión es que ni plantar, irnos al río o tratar de ejercer cierta ética nos salvan de nada ni son modelo para nadie. Aunque se los pueda suponer solución, o incluso como una contradicción tal como “ser bueno” pero estar en este mundo.

El territorio del Capital es peligroso y permite diversos senderos porque a fin de cuentas es su territorio y se lo puede transitar como más o menos se pueda mientras no hay salida. Ya no nos dice “mi espacio es el mejor”, nos dice “este espacio podrá ser una mierda, podrá estar colapsando… puede y seguramente no te guste pero es el único que hay”. Con el tiempo nos sucede algo similar, y es que no podemos escindir el tiempo del espacio.

Buscar la exterioridad en espacio y tiempo es importante para entrar en conflicto con esta interioridad. Tal como señala Eugenio Castro «el abandono a la exterioridad no es una huida (ni un retorno edénico), sino el impulso de la vida hacia la reconquista de la vida.»

A treinta años de la caída del muro de Berlín nos resuena una canción: «Del este hacia el oeste ¡escapa! / Y en el oeste la decepción ¡escapa! / La verdad te diré ya no hay donde huir.» (La Polla Records, Ven y Ve). Aunque no haya donde huir la necesidad de escapar es una constante –¿cuántas otras canciones lo atestiguan?– pero no de una sociedad mercantil a otra sino de esta sociedad. Para ello es necesario destruir su omnipresencia lo que equivale a abolirla.

Los amigos de la negación
Diciembre de 2019. Argentina
cuadernosdenegacion.blogspot.com

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Fuente: Antagonismorp.wordpress.com