“La
revuelta
nos
obligó
a
pensar
qué
instituciones
inventamos”
Tinta
Limón
–
18/10/2020
A
un
año
de
la
revuelta,
publicamos
una
serie
de
entrevistas
que
realizamos
en
los
meses
posteriores
al
estallido
en
Chile.
En
esta
primera
entrega,
la
conversación
con
Vitrina
Dystópica.
El
domingo
6
de
octubre
de
2019
entra
en
vigencia
un
nuevo
aumento
en
las
tarifas
del
Metro,
en
Santiago,
el
cuarto
en
menos
de
dos
años.
El
“panel
de
expertos”
que
regula
el
precio
del
transporte
público
en
la
ciudad
decide
que
a
partir
de
ese
día
debían
pagarse
30
pesos
más
para
viajar.
La
medida
genera
fastidio
en
una
población
mayormente
abrumada
por
el
alto
costo
de
la
vida
y
cansada
de
los
abusos.
La
semana
comienza
con
una
convocatoria
a
concentrarse
en
algunas
estaciones
del
metro
para
“evadir”
los
torniquetes
y
viajar
sin
pagar.
La
convocatoria
la
hace
vía
Instagram
un
grupo
de
estudiantes
secundarios
de
uno
de
los
colegios
“emblemáticos”
de
la
ciudad.
En
esos
colegios
la
tensión
era
tal
que
los
Carabineros
dormían
en
sus
techos.
En
ese
marco,
el
partido
oficialista
agudiza
la
represión
y
presenta
un
proyecto
para
sancionar
penalmente
a
quienes
evadan
el
transporte
público.
El
miércoles
16,
Clemente
Pérez,
ex
presidente
del
Directorio
de
Metro
durante
el
primer
gobierno
de
Michelle
Bachelet,
dice
en
horario
central
a
un
canal
de
noticias:
“Cabros,
esto
no
prendió.
No
se
han
ganado
el
apoyo
de
la
población”.
Pero
el
descontento
se
viraliza
y
las
evasiones
se
propaga:
cada
día
se
suman
más
personas.
El
viernes,
al
grito
de
“Evadir,
no
pagar,
otra
forma
de
luchar”,
cientos
de
estudiantes
secundarios
se
autoconvocan
en
las
bocas
del
metro,
entran
corriendo,
en
banda,
de
a
cientos,
y
saltan
los
molinetes.
Cantan,
bailan,
pintan
las
paredes
de
las
estaciones
y
hasta
queman
algún
vagón.
El
Gobierno
invoca
la
Ley
del
Seguridad
del
Estado
y
anuncia
severas
sanciones
contra
quienes
resulten
responsables
del
ataque
al
metro.
El
descontento
sale
a
la
superficie.
Ese
viernes
18
de
octubre
el
transporte
se
suspende
a
las
tres
de
la
tarde
y
las
personas
que
salen
de
trabajar
deben
volver
a
sus
casas
caminando.
La
ciudad
está
paralizada
y,
a
la
vez,
se
respira
un
aire
de
alivio.
“No
me
importa
tener
que
caminar
para
volver”,
dice
una
mujer
cuando
descubre
que
el
subte
está
cerrado.
Otras
y
otros
deciden
quedarse
en
las
calles
a
protestar.
Y
esa
misma
noche
estalla
la
revuelta.
Suenan
cacerolas,
se
toman
las
calles
y
las
plazas,
se
montan
barricadas,
se
atacan
supermercados,
centros
comerciales,
bancos
y
farmacias,
todos
identificados
con
abusos
y
estafas
recientemente
difundidos
por
la
prensa.
Se
incendian,
también,
veinte
estaciones
de
metro,
una
docena
de
buses
y
el
edificio
de
ENEL,
la
empresa
prestadora
de
servicios
eléctrico.
El
estallido
se
expande
a
lo
largo
de
todo
el
territorio
chileno.
En
Santiago,
la
ex
Plaza
Italia
–ahora
llamada
Plaza
de
la
Dignidad–,
un
lugar
simbólico
en
la
historia
de
las
luchas
sociales,
se
convierte
en
el
epicentro
de
la
protesta.
El
sólido
neoliberalismo
chileno
se
resquebraja:
Chile
despertó,
dicen
los
propios
chilenos.
¿Qué
es
lo
que
sucede?
¿Cómo
se
llegó
hasta
acá?
Foto:
Paulo
Slachevsky
Una
serie
de
respuestas,
inspiradas
y
provisorias,
las
encontramos
conversando
con
el
colectivo
Vitrina
Dystópica.
De
las
razones
de
los
malestares
a
la
genealogía
de
un
movimiento
recortado
sobre
una
generación
insubordinada:
la
generación
del
pinguinazo.
La
subjetividad
antipolicíaca
y
el
estar
en
bandas
son
marcas
indelebles
de
esta
fuerza
de
octubre.
A
continuación,
las
ideas
más
destacadas
de
ese
encuentro.
Octubre
estalla
(las
luchas
se
transversalizan)
Chile
reventó
en
octubre,
ya
no
se
aguantaba
más.
Fue
una
revuelta
contra
el
saqueo
organizado
por
los
empresarios,
contra
un
modo
de
vida
insoportable,
contra
el
“masoquismo
del
mérito”
y
la
presión
de
ser
reconocido,
contra
la
violencia
policial
y
contra
todo
un
entramado
político-institucional
que
en
nuestro
país
es
especialmente
cruel.
Hay
mil
motivos.
En
Chile
hay
una
privatización
total
de
la
vida.
Hay
un
sistema
masivo
de
endeudamiento.
Los
bancos
y
financieras,
cada
uno,
te
ofrece
su
tarjeta
de
crédito,
las
farmacias
tienen
su
tarjeta,
los
supermercados
tienen
otra.
¡Sólo
falta
que
las
botillerías
te
den
su
propia
tarjeta!
Hay
miles
de
líneas
de
endeudamiento
y
una
flexibilidad
muy
grande.
Y
ante
este
problema,
la
única
respuesta
es
más
endeudamiento,
una
forma
cada
vez
más
fácil
de
hipotecarnos.
Entonces
cuando
nos
dimos
cuenta
de
que
no
había
respuesta
posible,
sucedió
lo
que
está
pasando
ahora:
todo
estalla
y
se
vuelve
visible
la
lucha
contra
la
privatización
total.
De
fondo,
siempre
está
la
idea
de
Chile
como
el
“jaguar
de
Latinoamérica”,
de
que
tenemos
un
modo
de
vida
diferente
al
resto
del
continente.
Está
la
figura,
también,
de
la
“barrera
natural”
que
nos
separa
del
resto
de
Latinoamérica,
la
Cordillera,
un
“cordón
higiénico”
de
los
pesares
de
la
Argentina.
“Somos
distintos”,
“estamos
mucho
más
ligados
a
Europa”.
Hay
un
deseo
muy
fuerte
de
ser
blanco.
Pero
hace
rato
que
todo
eso
se
empezó
a
ir
a
la
mierda.
La
revuelta
es,
también,
contra
la
corrupción.
En
los
últimos
cinco
años
hubo
muchos
casos
en
los
que
las
policías
y
las
fuerzas
armadas
aparecían
robándose
fondos
públicos.
Hubo
casos
de
corrupción
en
el
gobierno,
sobre
todo
grandes
transnacionales
que
estafan
al
Estado
con
muchísimo
dinero
y
quedan
impunes.
Casos
de
colusión
como
el
de
los
productores
de
pollos
o
el
del
papel
higiénico.
Pero,
sobre
todo,
la
sensación
de
que
para
los
empresarios
no
hay
ley,
no
hay
penas.
A
lo
sumo,
los
mandan
a
tomar
clases
de
ética
como
ha
quedado
de
manifiesto
últimamente.
Es
muy
indignante,
porque
es
la
impunidad
total.
Al
mismo
tiempo,
la
TV
esconde
bajo
la
alfombra
estos
casos
haciendo
un
festín
espectacular
con
“el
flagelo
de
la
delincuencia”,
“que
entran
y
salen
por
puerta
giratoria”,
buscando
naturalizar
las
políticas
de
criminalización
de
la
pobreza,
especialmente
contra
lxs
más
cabros.
En
2007
se
promulgó
la
Ley
de
Responsabilidad
Penal
Adolescente,
una
ley
que
habilita
la
penalización
de
menores.
Concretamente,
los
jóvenes
pobres
van
en
“cana”
y
los
ricos
no
entran
a
ninguna
cárcel.
La
fecha
en
la
que
sacan
esa
ley
no
es
arbitraria,
porque
en
el
2006
fue
el
pingüinazo.[1]
Y
en
2007
Bachelet
impulsa
esta
ley
que
vuelve
punible
a
niñas
y
niños
desde
los
catorce
años
¡Una
ley
de
Bachelet,
no
de
Piñera!
Pero
lo
hace
a
su
manera,
con
cinismo:
articulando
todo
un
discurso
de
la
protección
de
las
y
los
niñxs.
Y
empiezan
a
meter
en
cana
a
lxs
más
chicxs.
Se
dan
casos
de
alta
connotación
pública,
como
el
caso
de
un
niñito
de
ocho,
nueve
años,
al
que
llamaron
“Cisarro”,
que
tenía
una
serie
de
delitos
que
se
hicieron
mediáticos
para
justificar
esta
ley.
¿Y
a
dónde
lo
meten?
Ahí
pasamos
a
otra
cuestión
que
ya
era
sabida,
pero
que
se
volvió
muy
central
desde
el
estallido:
la
crisis
y
la
corrupción
en
el
Servicio
Nacional
de
Menores
(SENAME).
Más
de
dos
mil
niños
han
muerto
en
los
Servicios
de
“Protección”
de
la
niñez.
También
se
revelaron
abusos
sexuales,
muchísimos
maltratos
e,
incluso,
venta
de
órganos.
Entonces,
en
octubre
estalla
el
caso
de
SENAME,
estallan
los
casos
de
corrupción,
estallan
los
casos
de
robo
al
fisco
de
las
Fuerzas
Armadas,
estallan
las
“zonas
de
sacrificio”[2]
y
la
muerte
indiscriminada
del
pueblo
mapuche.
Serán
todos
esos
elementos
los
que
se
empiezan
a
conjugar
en
un
malestar
que
ya
no
tenía
dónde
ser
alojado
más
que
en
la
calle.
Y,
al
mismo
tiempo,
hay
un
componente
transversal
a
las
luchas
o
a
los
malestares.
En
las
marchas
hay
hartas
banderas
mapuches,
hay
un
sensibilidad
con
la
lucha
de
los
pueblos
ancestrales
que
no
se
reduce
sólo
al
mapuche,
sino
que
se
extiende
a
otras
territorios
“sacrificados”
por
el
capital.
Las
“zonas
de
sacrificio”,
como
Quintero
y
Puchuncaví,
zonas
desoladas
por
la
extracción
de
hidrocarburos,
que
comienzan
a
organizarse
como
comunas
para
poder
luchar
contra
este
destructor
de
la
tierra
y
destructor
de
la
vida.
Y
empieza
a
haber
un
eco
muy
interesante
entre
las
luchas
territoriales
de
las
zonas
de
sacrificio
con
el
pueblo
mapuche.
Empieza
a
haber
un
común
ahí.
Hay
una
experiencia
de
lo
común
que
es
clave
porque
todos
se
empezaron
a
dar
cuenta
de
que
el
problema
es
el
neoliberalismo
y
las
policías
que
lo
protegen.
Quebrar
el
consenso
del
miedo
(¡Evadir,
no
pagar,
otra
forma
de
luchar!)
Si
hacemos
una
lectura
de
las
poéticas
de
la
revuelta,
el
elemento
gatillador
de
esa
transversalidad
es
la
jugada
que
hacen
los
estudiantes
secundarios.
El
armazón
frágil
del
endeudamiento
que
cargamos
durante
los
últimos
treinta
años
se
cae
cuando
nos
damos
cuenta
de
que
no
hay
enemigo
interno,
de
que
no
hay
delincuentes,
de
que
no
hay
vándalos.
Cuando
se
quiebra
el
consenso
del
miedo
y
dejamos
de
legitimar
la
campaña
mediática
contra
los
estudiantes
de
secundaria,
cambia
completamente
la
perspectiva.
Nos
tenían
encerrados
mirando
la
televisión:
“mira
los
delincuentes”.
Un
tiempo
antes
del
estallido
los
pacos
dormían
en
los
techos
de
las
escuelas,
por
miedo
a
que
los
“delincuentes
encapuchados”
salieran
a
quemar
cosas
en
la
mañana.
Ya
habían
metido
policías
en
el
interior
de
las
escuelas.
Los
estudiantes
secundarios
estaban
en
un
conflicto
permanente,
encerrados
en
cada
una
de
sus
escuelas
y
los
especuladores
del
miedo
extrayendo
valor
de
ese
confinamiento.
¿Qué
valor?
El
valor
miedo.
El
valor
miedo
permitía
que
la
gente,
frente
al
endeudamiento
y
la
precarización
de
sus
vidas,
frente
a
los
casos
de
corrupción,
pusiera
la
atención
ahí.
Hay
una
política
del
autofinanciamiento,
del
endeudamiento,
de
la
privatización
y
de
la
capitalización
individual
que
tiene
por
regla
el
estar
confinado.
Lleva
tu
malestar
a
tu
casa,
adminístralo
tú
mismo,
sácale
provecho
por
medio
de
la
lógica
del
sacrificio
y
el
mérito,
pero
no
lo
expongas.
Los
estudiantes
secundarios
estaban,
también,
un
poco
presos
de
esa
lógica
de
pelear
contra
la
policía.
Hasta
que
se
dan
cuenta
y
empiezan
a
organizarse,
ya
no
para
pelear
contra
los
pacos,
sino
para
fugarse
de
la
escuela.
Se
escapan
del
confinamiento
que
permitía
la
extracción
del
valor
miedo.
Y
lo
interesante
es
que
salen
hacia
el
Metro.
O
sea,
se
meten
abajo
de
la
tierra,
donde
va
toda
la
gente
apretada,
y
rompen
los
torniquetes.
De
estar
encerrados
en
el
interior
de
las
escuelas,
salen,
se
fugan
y
abren
los
torniquetes
permitiéndole
a
la
gente
pasar
sin
pagar.
Y
si
bien
se
organizaron
para
fugarse,
no
se
puede
decir
que
sean
organizados
desde
afuera.
Está
la
CONES
–que
es
la
Coordinadora
Nacional
de
Estudiantes
Secundarios,
hegemonizada
por
el
Partido
Comunista–,
pero
no
es
que
eso
haya
sido
organizado
por
los
partidos
de
izquierda.
Tú
vas
a
una
escuela
emblemática,
como
a
la
que
van
estos
chicos
y
chicas,
y
lo
que
ves
son
chicas
lesbianas,
disidencia,
punks,
aros,
tatuajes,
los
chicos
con
sus
cortes
de
pelo.
Las
escuelas
parecen
casas
okupadas.
En
el
interior
suele
haber
murales
de
lucha
contra
la
policía.
Y
muchos
murales
de
y
sobre
la
lucha
del
2006,
que
son
los
que
no
se
pueden
tapar.
El
resto
está
todo
rayado.
Aula
Segura
(y
las
micropolíticas
del
miedo)
Hacía
tiempo
que
los
estudiantes
de
los
colegios
emblemáticos
habían
desatado
la
guerra
contra
la
policía.
Los
colegios
emblemáticos,
en
este
caso
colegios
municipales,
es
de
donde
salen,
o
salían,
los
mejores
puntajes
para
ir
directamente
a
las
universidades
públicas.
Los
estudiantes
de
estos
colegios
desde
hacía
tres
años
venían
desarrollando
prácticas
de
autoeducación,
de
enseñanza-aprendizaje
alternativas.
Venían
criticando
el
modelo
educativo,
las
políticas
públicas
macro,
pero
al
interior
de
las
escuelas
ya
habían
empezado
a
desarrollar
sus
propias
prácticas.
En
muchos
aspectos,
ellos
habían
tomado
el
control
de
las
escuelas,
celebraban
las
manifestaciones,
hacían
actividades
en
apoyo
a
las
luchas
mapuches,
a
las
luchas
de
las
mujeres
y
las
disidencias.
Incluso
en
muchas
de
estas
escuelas
habían
armado
oficinas
de
sexualidad
y
de
género.
Y
tomaban
posición
en
los
conflictos
sociales
que
se
sucedían
distribuidos
en
todo
el
país,
y
los
incorporaban
al
interior
de
las
escuelas.
Hace
un
tiempo,
una
integrante
de
un
equipo
de
“convivencia
escolar”
de
una
de
estas
escuelas
nos
decía
muy
indignada
que
no
podía
entender
a
estos
nuevos
estudiantes
que
ya
no
se
preocupan
por
“la
educación”
–como
sí
lo
habían
hecho
los
movimientos
estudiantiles
de
2006
y
2011–,
sino
por
otros
temas
que
“no
le
cabían
a
las
escuelas”:
“que
el
aborto,
que
los
mapuches,
que
los
perros,
que
los
animales…
¡Esto
ya
no
le
compete
a
las
escuelas!
¿Por
qué
no
se
preocupan
por
la
educación?”.
Hay
un
desconcierto
total
de
los
aparatos
de
convivencia.
Y
cuando
prima
el
desconcierto
suele
aparecer
la
brutalidad
represiva.
Y
esa
fue
la
única
respuesta
que,
finalmente,
se
dio:
brutalidad
represiva.
El
conflicto
en
estas
escuelas
se
agudizó
en
el
último
tiempo
por
el
proyecto
Aula
Segura,
que
es
una
política
de
Estado,
un
protocolo
que
busca
intervenir
en
las
escuelas
que
están
más
politizadas.
Lo
que
se
permite
el
proyecto
de
ley
Aula
Segura
es
que
todas
las
escuelas
cuenten
con
un
protocolo
de
expulsión.
En
2015
Michelle
Bachelet
impulsa
la
modalidad
de
“escuelas
inclusivas”,
una
modalidad
en
la
que
las
escuelas
ya
no
podían
efectivamente
expulsar.
Igual
es
muy
hipócrita
el
concepto
que
usan:
no
se
podía
expulsar,
sino
que
debían
“garantizar
el
cambio
de
ambiente”.
Es
un
eufemismo
asqueroso.
Entonces,
no
expulsaban
para
no
dejar
a
lxs
estudiante
sin
clases,
sino
que
le
reasignaban
otra
escuela,
una
escuela
“de
acuerdo
a
sus
condiciones”.
Y
así
es
como
hay
escuelas
realmente
convertidas
en
vertederos
de
estudiantes.
Los
sacaban
y
los
cambiaban
todos
a
las
mismas
escuelas
que
son
principalmente
muy
periféricas,
donde
la
educación
es
mala
y
donde,
al
mismo
tiempo,
solo
hay
conflictos.
¡Que
se
acuchillen
entre
ellos!
En
cambio,
vino
Piñera
y
dijo:
“vamos
a
garantizar
que
los
estudiantes
puedan
tener
todos
educación
y
para
eso
les
vamos
a
otorgar
a
los
directores
de
escuela
las
facultades
que
se
les
habían
quitado”.
Y
lo
que
volvieron
a
reponer
fue
esa
potestad
de
expulsar
a
través
de
Aula
Segura.
Concretamente,
lo
que
hace
es
acelerar
los
tiempos
de
una
expulsión.
En
lugar
de
durar
quince
días,
la
investigación
–el
“debido
proceso”–
pasa
a
ser
solo
de
cinco.
Es
una
suerte
de
judicialización
de
las
escuelas.
Si
un
profesional
del
área
de
“convivencia
escolar”
identificaba
a
un
estudiantes
desarrollando
una
asamblea
o
convocando
a
un
par
a
una
movilización,
podía
denunciarlo
de
manera
anónima
para
que
se
le
hiciera
una
investigación.
Y
se
activaba
el
“debido
proceso”.
La
investigación
podía
durar
hasta
dos
meses
para
garantizar
que
el
estudiante
fuera
expulsado,
pero
a
los
cinco
días
el
estudiante
ya
estaba
fuera
del
aula,
suspendido.
Contra
la
educación
de
mercado
(la
generación
del
pingüinazo)
Esto,
naturalmente,
no
es
nuevo.
Desde
2006,
desde
el
“pingüinazo”,
el
Estado
chileno
está
en
guerra
contra
los
estudiantes.
En
esos
años
se
contagió
el
malestar
con
respecto
a
la
privatización
de
toda
la
educación
chilena;
ya
no
solamente
la
privatización
de
la
educación
superior,
sino
la
privatización
de
todo
el
sistema
educativo.
Ya
había
movilizaciones
muy
fuertes
desde
2004,
en
la
Universidad,
contra
el
Crédito
con
Aval
del
Estado
(CAE)[3],
que
a
su
vez
retomaban
las
luchas
contra
el
neoliberalismo
que
había
dado
con
mucha
tenacidad
el
movimiento
estudiantil
universitario
de
los
’90.
Pero
ahora
se
extendía
a
las
escuelas
secundarias,
que
fueron
tomadas.
En
ese
proceso
también
se
empiezan
a
recomponer
las
coordinadoras
estudiantiles
a
nivel
zonal
–zona
norte,
zona
sur,
etc.–,
que
es
algo
que
no
había
pasado
antes.
Es
decir,
empiezan
a
ponerse
en
diálogo
los
diferentes
estudiantes
de
diferentes
escuelas.
Justamente,
las
escuelas
privadas
–que
siempre
están
al
margen
de
todas
las
movilizaciones–
empiezan
a
sumarse
a
los
paros
y
a
las
tomas.
Esa
trama
de
solidaridad
fue
sumamente
importante,
porque
articuló
y
transversalizó
a
todo
el
movimiento.
Ya
no
eran
solamente
los
estudiantes
de
las
escuelas
públicas
municipales
pidiendo
una
educación
de
calidad,
sino
que
eran,
incluso,
los
estudiantes
que
tenían
privilegios
los
que
estaban
luchando
contra
sus
propios
privilegios.
Y
por
la
posibilidad
de
que
todos
tuvieran
los
mismos.
Entonces,
esa
puesta
en
común
del
malestar
fue
muy
interesante.
En
suma,
en
2006
se
decreta,
transversalmente,
la
guerra
contra
la
“educación
de
mercado”.
Una
de
las
consignas
centrales
de
aquellas
movilizaciones
pedía
que
los
colegios
volvieran
al
Estado,
dado
que
habían
sido
municipalizados
sobre
el
fin
de
la
dictadura
mediante
la
Ley
Orgánica
Constitucional
de
Educación
(LOCE).
Se
luchaba
contra
esa
ley
que
garantizaba
el
entramado
constitucional
de
la
educación
de
mercado.
En
cierto
modo,
esa
lucha
fue
traicionada
a
partir
de
2007,
o
así
lo
entendimos
los
estudiantes
de
secundaria
que
acusamos
a
la
CONFECH
–que
es
la
Confederación
Nacional
de
Estudiantes
de
Chile–
de
haber
pactado
con
el
gobierno
de
Michelle
Bachelet
para
que
la
LOCE
fuera
reemplazada
por
otra
–la
Ley
General
de
Educación
(LGE)–,
que
dejaba
intacto
tanto
el
principio
de
autofinanciamiento
como
el
Crédito
con
Aval
del
Estado.
Por
esa
traición
hubo
una
fractura
entre
el
movimiento
universitario
y
el
secundario,
que
va
del
2007
al
2010.
También
en
ese
momento
la
CONFECH
expulsa
a
la
FEP
(Federación
de
Estudiantes
del
Instituto
Pedagógico),
que
era
más
anarca,
más
radicalizada,
sin
el
formato
“republicano”
de
la
CONFECH,
sino
un
formato
más
libertario,
con
una
Asamblea
que
funcionaba
mediante
democracia
directa
y
sin
presidente,
solo
con
voceros.
Hubo
una
fractura
total.
Son
tres
años
de
disputa
al
interior
del
movimiento.
Políticas
de
la
fragmentación
(del
Estado)
Una
de
las
principales
líneas
estratégicas
de
la
dictadura
consistía
en
fragmentar
el
gran
órgano
social
del
Estado.
También
en
la
educación.
De
hecho,
lo
que
hizo
la
dictadura
de
Pinochet
con
la
Universidad
de
Chile
es
muy
significativo:
la
desmembró,
la
destruyó,
la
aranceló
y
le
cambió
el
nombre.
Había
tres
grandes
universidades
en
el
momento
del
golpe,
la
Universidad
de
Chile,
que
es
de
1842,
la
Universidad
Técnica
del
Estado
y
la
Universidad
Católica.
La
Universidad
de
Chile
era
una
sola
institución
en
todo
el
país.
Lo
que
hizo
Pinochet
fue
fragmentar
y
atomizar
ese
gran
cuerpo
social
que
se
extendía
en
todo
el
territorio
nacional
y
hacer
que
cada
una
de
las
sedes
fuera
una
universidad
autónoma.
También
la
separó
del
Instituto
Pedagógico,
que
es
de
1889,
y
es
un
histórico
bastión
de
la
izquierda.
Este
Instituto
tenía
otras
sedes,
como
la
de
Valparaíso
–que
hoy
se
llama
Universidad
de
Playa
Ancha–,
pero
que
a
su
vez
todas
pertenecían
a
la
Universidad
de
Chile.
Pero
en
1983,
luego
del
cambio
de
la
Constitución
–que
fue
en
el
‘80–
el
Instituto
Pedagógico
pasa
a
llamarse
Universidad
Metropolitana
de
Ciencias
de
la
Educación.
Hay
un
desmembramiento
organizado
por
el
neoliberalismo
de
todo
el
sistema
de
Estado
que
permitió
que
lo
público
se
privatizara.
Pero
no
solamente
se
privatiza
“por
fuerza
de
ley”,
sino
que
la
conducen
hacia
un
modo
de
gestión
eminentemente
neoliberal,
por
más
que
sigan
siendo
universidades
públicas.
Y
el
principal
mecanismo
para
imponer
este
modo
de
gestión
es
el
“autofinanciamiento”.
Impedir
constitucionalmente
que
el
Estado
pueda
sostener
su
propia
universidad
pública
e
impulsar
a
que
estas
funcionen
y
se
gestionen
como
universidad
privada.
Esta
es
una
de
las
herencias
más
contundentes,
pero
a
la
vez
más
resistidas,
de
la
dictadura.
Y
ese
principio
de
autofinanciamiento
se
fortalece
aún
más
con
el
Crédito
con
Aval
del
Estado,
porque
se
bancariza,
por
un
lado,
endeudando
a
los
estudiantes
y,
por
consiguiente,
endeudando
a
las
universidades.
El
CAE
en
un
momento
llegó
a
tener
un
interés
del
6%.
Y
después
lo
bajaron
a
4%.
Y
ahora,
recién
el
año
pasado,
con
mucha
lucha
de
por
medio,
lo
bajaron
a
2%.
Al
mismo
tiempo,
es
una
lógica
que
se
replica
en
otras
áreas
del
Estado,
como
en
el
Sistema
de
Pensiones.
Ahí
se
expresa
la
misma
lógica:
la
de
la
capitalización
individual.
Esta
es,
sin
duda,
una
de
las
grandes
columnas
del
consenso
neoliberal
instaurado
por
la
dictadura:
que
todos
se
subjetiven
de
acuerdo
a
un
principio
de
capitalización
individual.
Y
las
instituciones
educativas
empiezan
a
funcionar
también
de
la
misma
forma.
Por
eso
las
universidades
públicas
hoy
están
en
una
lucha
permanente
por
sobrevivir,
porque
no
tienen
fondos,
inversiones,
para
poder
entrar
en
competencia
con
las
universidades
privadas.
Muchas
públicas,
como
el
Pedagógico,
no
tienen
presupuesto
para
investigar,
por
lo
que
queda
muy
en
desventaja
respecto
de
otras
universidades,
sobre
todo
privadas,
que
sí
lo
tienen.
Una
universidad
sin
investigación
no
puede
competir
con
las
que
sí
lo
hacen.
Y
las
que
sí
lo
hacen
son,
principalmente,
universidades
privadas,
que
invierten
en
investigación
–hacen
papers,
venden
modelos
o
proyectos–
y
eso
les
permite
rentabilizar
su
quehacer.
Y
lo
peor
es
que
le
venden
su
conocimiento
a
las
instituciones
públicas.
Las
grandes
reformas
públicas,
como
la
del
Transantiago,
fueron
investigaciones
y
gestiones
hechas
por
universidades
privadas.
Porque
las
universidades
públicas
no
tienen
la
fuerza
para
poder
administrar
las
políticas
del
Estado.
Es
una
política
de
debilitamiento
cuyo
origen
se
remonta
a
la
dictadura.
Lucha
contra
la
deuda
(Generación
2006)
A
nosotrxs
nos
resulta
divertido
pensar
que
aquellos
que
hicimos
el
“pingüinazo”
en
2006,
cuando
estábamos
en
la
escuela
secundaria,
fuimos
los
mismos
que
encabezamos
el
conflicto
en
2011,
cuando
estábamos
en
la
universidad.
Y,
en
cierto
sentido,
fuimos
quienes,
ya
en
la
vida
laboral,
nos
movilizamos
contra
las
AFP
y
hoy
estamos
tirando
piedras
en
las
plazas.
Ahí
hay
una
continuidad
desde
2006
y
tiene
que
ver
con
no
dejar
a
un
lado
el
malestar
que
nos
produce
el
neoliberalismo,
el
principio
de
autofinanciamiento
y
de
endeudamiento
por
el
crédito.
Y
salimos
de
ese
espacio
escolar,
universitario,
a
la
calle,
a
la
vida
del
trabajo,
que
es
altamente
precarizada.
Porque
ser
universitario
profesional
es
exponerse
a
una
precarización
del
trabajo;
una
población
de
precarizados
no
sindicalizados.
Por
eso
es,
también,
un
movimiento
muy
acéfalo:
no
tiene
referentes
orgánicos.
Desde
2006
la
lucha
es
contra
el
financiamiento
y
contra
la
deuda,
y
eso
no
se
ha
abandonado
hasta
ahora.
Pero
es
muy
interesante
lo
que
pasa
en
el
2011,
porque
es
también
el
movimiento
de
lxs
indignadxs
a
nivel
global.
Acá
estaba
la
discusión
con
respecto
a
la
bancarización
de
la
vida
y
la
lucha
contra
la
deuda.
El
problema
del
endeudamiento,
en
un
primer
momento,
aparecía
confinado
a
la
educación
superior.
Todo
giraba
en
torno
a
ella.
O
al
modelo
educativo
neoliberal,
que
es
principalmente
la
lucha
contra
el
principio
de
competencia,
de
autofinanciamiento
y
de
endeudamiento.
Creemos
que
esos
tres
elementos
son
clave.
En
2004
se
luchaba
contra
el
CAE
y
dos
años
después,
además
de
contra
el
CAE,
se
luchaba
contra
el
principio
de
autofinanciamiento.
Y
porque
todas
y
todos
pudieran
entrar
a
la
universidad.
Ahí
hay
algo
importante,
porque
se
luchaba
por
mayor
lugar
en
la
Universidad,
y
entre
2006
y
2011
crecen
los
institutos
profesionales,
que
fueron
una
gran
jugada
del
neoliberalismo.
Cuando
se
está
poniendo
en
crisis
el
modelo
educativo,
reinventan
su
estrategia
y
empiezan
a
copar
ofertas
estudiantiles
de
educación
superior.
“¿Quieren
ir
a
la
universidad?
Bueno,
les
vamos
a
ofrecer
educación
superior
a
su
alcance”.
Y
empiezan
a
proliferar
por
todos
lados
los
institutos
profesionales.
Carreras
técnicas,
sobre
todo.
¿Quiénes
son
los
que
estudian
en
un
Instituto
Profesional?
Los
estudiantes
pobres,
de
las
escuelas
municipales,
periféricas.
Y
esto
se
articulaba
con
toda
una
discursividad
sacrificial,
propia
de
la
meritocracia,
del
emprendedor:
“Págatelo
tú,
que
no
te
lo
pague
el
Estado”.
Esa
fue
la
mejor
salida
frente
al
malestar
del
2006
y
del
2011.
Fue
la
salida
neoliberal.
Fortalecer
el
emprendedurismo
y
que
estos
estudiantes
pobres
se
den
cuenta
de
que
ellos
pueden
endeudarse
y
pagarlo;
que
no
necesitan
que
el
Estado
les
garantice
nada:
individualmente
pueden
demostrar
que
pueden
alcanzar
sus
propios
logros.
Esto
se
suma
a
la
traición
del
movimiento
del
2006,
conformado
principalmente
por
secundarios,
que
fueron
traicionados
por
las
cúpulas
de
la
izquierda
más
tradicional
hacia
el
2011.
El
2011
fue
la
mayor
expresión
de
la
traición
–nuevamente–
a
los
estudiantes
más
radicalizados,
que
son
principalmente
los
estudiantes
más
pobres.
El
2011
fue
una
pelea
a
muerte,
que
evidencia
muy
bien
el
inevitable
componente
de
clase
que
tiene
Chile
–a
diferencia,
por
ejemplo,
de
la
Argentina.
Acá
no
hay,
necesariamente,
una
referencia
positiva
de
lo
popular.
De
hecho,
los
chicos
de
las
escuelas
más
periféricas,
durante
el
2011,
eran
expulsados
de
las
marchas.
Y
era
un
movimiento
completo
que
le
gritaba:
“Que
se
vayan
los
sopaipas”.
El
término
“sopaipa”
remite
a
un
tipo
de
corte
como
el
de
esos
guachines
que
bailaban
en
Argentina,
Los
Wuachiturros.
A
ese
corte
de
pelo
se
lo
llama
“sopaipa”
acá.
Y
que
era
el
chico
de
barrio,
de
la
villa,
que
llegaba
a
la
marcha,
a
veces
encapuchadxs,
y
llegaban
a
destruirlo
todo.
A
pelear
con
la
policía.
A
destruir
la
calle,
los
paraderos.
Y
los
mismos
estudiantes,
las
mismas
personas
que
marchaban
los
segregaban:
“que
se
vayan
los
sopaipas”.
Pura
crítica
burguesa,
porque
esa
actitud
de
mostrarse
rompiendo
“lo
que
es
de
todxs”
contradecía
el
objetivo
de
ampliar
esa
luchas
al
sentido
común
ciudadano:
“Que
se
vayan
porque
vienen
a
ensuciar
el
movimiento,
que
tratamos
que
sea
lo
más
limpio,
lo
más
progresista,
lo
más
aceptable”.
Todo
eso
se
fue
a
la
mierda.
El
Estado
en
Chile
no
puede
nunca
calar
en
los
movimientos
más
populares.
No
entra
por
ninguna
parte.
Porque
son
principalmente
estudiantes
privilegiados:
Boric,
Jackson,
Vallejos
Dowling,
Sharp.
Son
estudiantes
privilegiados
que
pasan
a
ser
los
referentes
de
la
izquierda
representacional
o
institucionalista.
Porque
los
Pérez
están
peleando
en
el
Liceo
público
con
la
policía.
Y
organizándose
en
bandas,
escuchando
trap
insurreccional,
siendo
veganos,
o
straight
edge,
que
son
“anti-todo”.
Y
leen
mucho,
escriben
también,
en
un
registro
muy
cercano
al
de
la
anarquía,
que
está
en
los
textos,
en
los
panfletos,
se
ve
en
todos
lados.
El
ensamble
teórico-práctico
es
más
fuerte
hoy
que
en
periodos
anteriores.
Antes
era:
o
luchabas
contra
la
policía
o
te
dedicabas
a
“pajas
mentales”.
Pero
ahora
los
movimientos
de
confrontación
con
la
policía
tienen
mayor
capacidad
de
leer
el
contexto.
Lxs
pendejxs
son
unas
máquinas.
Son
chicos
del
INBA,
de
la
escuela
secundaria,
a
los
que
persiguió
la
policía.
Tienen
grupos
de
estudio
de
filosofía.
Pero
con
una
perspectiva
de
no
creerle
a
nadie,
a
ningún
político
más
tradicional.
Y
de
no
caer
en
las
lógicas
representacionales.
¿Radicales
vs.
Institucionalistas?
(y
la
forma
Coordinadora)
Históricamente
ha
habido
una
desconfianza
de
la
institucionalidad.
Creemos
que
viene
de
la
post
dictadura,
del
modo
en
que
se
fueron
acomodando
cuando
dejaron
de
ser
perseguidos.
Sobre
todo
el
Partido
Socialista
y
el
Partido
Comunista,
que
se
fueron
acomodando
y
formando
parte
de
la
gobernabilidad
neoliberal.
Eso
fue
evidente
durante
2011,
cuando
ambos
espacios
bajaron
al
movimiento
estudiantil.
O
luego
cuando
conforman
la
Nueva
Mayoría.
Por
eso
hay
mucha
desconfianza
con
todo
lo
que
venga
de
las
instituciones
políticas.
Porque,
además,
tienden
a
reproducir
esta
lógica,
como
pasó
en
diciembre
con
el
voto
de
varios
diputados
del
Frente
Amplio
a
favor
de
un
conjunto
de
leyes
represivas
(“antisaqueos”
y
“antibarricadas”).
Desde
el
2006
hasta
ahora
la
gran
discusión
era:
o
caes
en
las
máquinas
representacionales,
institucionales
o
continúas
en
la
radicalidad,
desde
afuera
de
los
espacios
formales
de
la
política.
Y
estas
dos
fuerzas
estaban
en
tensión
constante.
Pero
lo
bueno
de
la
revuelta
es
que
te
mezcla
un
poco
todo,
te
corre
de
los
lugares
donde
cada
uno
estaba
fijado.
Te
obliga
a
ser
más
estratégico,
o
a
desarrollar
una
inteligencia
estratégica
que
permita
pensar
qué
instituciones
nos
inventamos.
Pero
el
modo
en
que
se
daban
los
conflictos
durante
el
2006
y
durante
el
2011
tendían
a
posicionarte
en
uno
de
estos
polos
Y,
por
ejemplo,
era
muy
criticado
el
que
tenía
las
dos
posiciones
al
mismo
tiempo,
quedaba
como
un
poco
infiltrado,
o
una
huevada
así:
“¿Qué
andai,
de
infiltrado?”.
Ese
lugar
ambivalente
de
la
revuelta
es
interesante
porque
también
lo
que
te
está
planteando
es
que
esa
polaridad
ya
no
puede
ser
planteada,
que
ya
no
hay
por
dónde
entrarle
a
la
representación
más
tradicional;
que
ya
no
hay
parlamento,
que
ya
no
hay
policías,
que
ya
no
hay
sindicatos,
que
ya
no
hay
Frente
Amplio.
Pero,
¿qué
hay?
Hay
coordinadoras.
Las
coordinadoras
fueron
apareciendo
en
las
luchas,
en
las
luchas
estudiantiles
de
2006
y
con
mucha
más
fuerza
desde
2015.
Y
tienen
que
ver
con
esto
que
decíamos:
ya
no
hay
grandes
estructuras
políticas
y
organizativas,
como
en
otro
momento
era
el
partido
o
el
sindicato.
Mas
bien,
todos
tienen
su
bandita.
Y,
entonces,
la
única
manera
es
coordinar
las
distintas
banditas.
Lxs
jóvenes
radicalizadxs
de
hoy
(y
su
impulso
al
estallido)
Luego,
claro,
también
hay
organizaciones
más
clásicas
de
secundarios,
como
la
CONES,
que
es
del
Partido
Comunista.
Pero
también
está
la
ACES,
que
es
un
movimiento
mucho
más
transversal,
mucho
más
radical,
que
funciona
como
una
coordinadora.
Está
conformada
por
estudiantes
de
colegios
emblemáticos,
de
colegios
municipales
que
no
son
los
de
mayor
calidad,
el
Instituto
Nacional
o
el
Liceo
1
sino
el
Liceo
de
Aplicación,
el
Darío
Salas,
el
Cervantes,
el
INBA.
Son
estudiantes
pobres
que
han
entrado
a
escuelas
públicas
más
o
menos
emblemáticas.
Y
ya
no
se
puede
hablar
del
movimiento
como
hablamos
durante
el
ciclo
2006-2011,
ni
se
pueden
pensar
en
línea
con
las
organizaciones
o
ideologías
políticas
más
clásicas.
Son
principalmente
jóvenes
que
han
hecho
del
combate
con
la
policía
una
de
las
mayores
experiencias
actuales
de
autoafirmación.
No
necesitan
militar
en
organizaciones
grandes,
sino
que
aparece
el
concepto
del
grupo
de
afinidad.
Son
principalmente
grupos
de
afinidad
que
agarran
como
referente
a
algunos
anarquistas
muertos
entre
el
2009
y
el
2011.
Entre
ellos,
Mauricio
Morales,
el
Punki
Mauri.
Con
toda
su
simbología,
la
Estrella
del
Caos
y
el
extintor,
que
es
como
la
bomba.
Ya
no
la
“A”,
sino
la
Estrella
del
Caos.
Es
cosa
de
ir
a
cualquier
colegio
y
está
en
todos
lados
rayada.
Y
son
esos
estudiantes
secundarios,
que
venían
de
una
trayectoria
de
combate
contra
la
policía,
los
que
hoy
están
en
la
primera
línea.
Fue
un
training
de
combate
con
la
policía
de
dos
años
en
todas
las
escuelas
secundarias.
Pero
eso
antes
se
hacía
en
las
universidades,
sobre
todo
entre
2007
y
2011.
Eran
grupos
de
encapuchados
que
salían
las
universidades.
Salían
organizados
a
pelear
con
la
policía
porque
tenían
la
autonomía
del
campus
universitario,
donde
si
la
policía
entraba
tú
te
podías
esconder,
cambiar
de
ropa
rápidamente
y
pasar
a
ser
un
estudiante
como
cualquier
otro.
Pero
estos
pibitos
están
en
las
escuelas,
que
son
lugares
chiquititos
donde
no
te
podías
esconder,
entra
la
policía
y
te
captura
inmediatamente.
De
hecho,
el
2011
fue
un
momento
de
fuerte
criminalización
de
la
práctica
de
combate
directo
contra
la
policía
dada
mayormente
por
los
referentes
de
ese
movimiento,
que
luego
fueron
los
referentes
del
Frente
Amplio.
Lo
que
caracterizaba
a
los
movimientos
anteriores
era
una
lógica
más
representacional,
más
militante,
que
segregaba
y
criminalizaba
el
combate
directo.
Lo
que
hacen
los
estudiantes
secundarios
es
retomar
la
trayectoria
o
la
memoria
del
combate
con
la
policía,
del
combate
directo.
Y
de
repente,
en
2019,
estalla
la
revuelta
y
lo
que
se
segregaba,
hoy
se
lo
retoma
y
valora.
Aparece,
por
ejemplo,
la
primera
línea
como
principales
protagonistas
a
la
hora
de
sostener
la
revuelta,
el
enfrentamiento.
Un
tiempo
antes,
toda
esa
primera
línea
hubiera
sido
impugnada,
criminalizada.
Quizá
parte
de
la
alegría
inmensa
del
fin
de
año
en
Plaza
Dignidad
tuvo
que
ver
con
una
sensación
de
alivio,
de
“al
fin
realmente
pasó
algo”.
¿Cuántas
veces
peleamos
con
la
policía?,
¿cuántas
balas
nos
dispararon?
¡Y
ahora
todos
aman
a
los
encapuchados!
O
se
ponen
la
capucha
y
quieren
pelear
contra
la
policía.
Cuántos
años
costó
que
la
experiencia
sensible
de
pelear
contra
la
policía
al
fin
se
haya
compartido.
Ahora
sí,
es
el
momento.
Subjetividad
ACAB
(contra
el
gorrudismo
social
generalizado)
No
sabemos
lo
que
va
a
pasar
con
el
estallido,
con
este
movimiento
por
venir.
Lo
que
es
evidente
es
que
predomina
una
sensación
de
que
algo
nuevo
se
inicia
en
Chile.
Pero
el
odio
a
la
policía
está
completamente
instalado.
Lo
que
se
está
viviendo
en
Chile
es
una
lucha
contra
la
policía
en
todas
sus
expresiones.
Una
policía
que,
además,
está
militarizada
–miren
las
tanquetas
que
usan–
desde
la
época
de
Bachelet,
es
decir,
es
un
cambio
que
hizo
el
progresismo.
“No
vamos
a
sacar
nunca
más
a
los
militares
a
la
calle”,
dijeron,
pero
militarizaron
a
la
policía.
Eso
sucedió
desde
los
años
2000,
vinculado
con
el
enfrentamiento
con
el
“Nuevo
movimiento
mapuche”,
el
de
la
autodeterminación
y
el
del
combate
directo
con
la
policía.
Ya
hace
más
de
doce
años
que
la
policía
está
en
combate
directo
contra
la
gente
en
todos
lados.
El
ACAB
(“All
cops
are
bastards”)
aparece
en
Europa,
con
las
protestas
griegas
contra
la
deuda,
y
viene
del
Black
Block
europeo,
de
sus
peleas
contra
la
policía.
Y
llega
acá
porque
la
lucha
contra
los
pacos
estaba
desatada
desde
hacía
rato.
Pero
el
ACAB
hoy
tiene
un
alcance
mucho
mayor,
que
no
se
reduce
al
policía
de
uniforme,
a
la
institución,
sino
que
es
también
contra
lo
policíaco.
Es
decir,
no
ser
policía
de
nadie.
Es
una
lucha,
también,
dentro
de
los
horizontes
de
la
micropolítica
y
de
los
cuidados.
Es
una
lucha
de
“sé
igual
de
ACAB
en
tu
casa”.
No
ser
policía
y
el
luchar
contra
la
policía
son
dos
caras
de
la
misma
sensibilidad.
Y
esto
incluye
cierta
disputa
al
interior
de
las
figuras
de
la
representación
política:
“no
me
vengái
a
paquear”
(en
alusión
a
los
pacos),
se
le
dice
al
maquinero.
El
“maquinero”
es
el
operador
político
de
una
organización
de
izquierda
más
tradicional
que
en
la
asamblea
trata
de
conducir
la
cosa
para
poder
posicionarse,
para
sacar
rédito.
“Pasar
máquina”,
se
dice
aquí:
te
paso
la
máquina
por
encima.
Esa
es
otra
figura
policíaca.
Y
al
mismo
tiempo,
hay
que
poder
afirmarse
en
lo
que
pasa,
en
lo
que
se
está
haciendo.
La
otra
vez
un
militante
de
izquierda
nos
interpelaba
“¿Y
qué
van
a
conseguir?
¿Y
qué
han
conseguido?”.
Quizá
no
hemos
conseguido
demasiado,
pero
hoy
el
95%
de
la
población
chilena
odia
a
la
policía
y
se
lleva
esa
idea
de
no
ser
policía
a
sus
casas.
Y
eso
no
es
poco
porque
de
ahí
pueden
surgir
mil.
Ya,
por
lo
menos,
tenemos
eso.
Una
guerra
anímica
(¡pacos
culiaos!)
Hoy
la
batalla
a
nivel
macro
se
juega
también
a
nivel
micro,
en
el
plano
del
ánimo.
Hay
una
guerra
anímica
total
en
estos
momentos.
La
gente
trata
de
reponer
el
ánimo
para
poder
seguir
sosteniendo
la
revuelta
cada
día.
Los
cuerpos
están
cansadísimos,
entonces
es
sumamente
importante
poder
desarrollar
prácticas
que
traten
de
sostenernxs
anímicamente.
Y
de
esta
batalla
anímica
participan
también
los
pacos.
Ellos
hablan
de
un
“sabotaje
psicológico”
contra
las
fuerzas
policiales,
produjeron
ese
concepto.
Los
tipos
tratan
de
controlar
las
manifestaciones
para
reponer
psicológicamente
a
la
institución.
Tratar
de
reponer
la
validez
de
la
institución
frente
a
la
opinión
pública.
Porque
la
perdieron,
porque
hoy
es
una
institución
completamente
deslegitimada
por
la
corrupción
y
la
represión
de
esto
meses.
O
sea,
estos
tipos
no
solo
perdieron
la
plaza
Dignidad,
lo
que
perdieron
fue
la
dignidad.
Socialmente,
son
basureados
en
la
calle.
Un
paco
va
a
comprar
y
no
le
venden,
por
ejemplo.
Hubo
un
video
dando
vueltas
de
cuando
echan
a
un
paco
de
una
multitienda;
el
tipo
estaba
comprando
y
la
gente,
los
vendedores,
no
le
quisieron
vender.
Hay
muchos
relatos
que
se
cuentan
y
circulan
por
redes.
Los
pacos
históricamente
usan
gratis
el
transporte
público
y
ha
habido
casos
en
que
los
bajan
de
un
colectivo,
como
acá
se
les
llama
a
los
autos
compartidos.
El
carabinero
se
sube
y
le
dice
al
chofer:
“Llévame
hasta
tal
lugar”,
y
el
chofer
le
contesta:
“No,
bájate”.
“Pero,
oye,
soy
carabinero,
tienes
que
llevarme”.
“No,
no
te
voy
a
llevar”.
Y
bueno,
creo
que
el
paco
lo
putea,
pero
se
tiene
que
bajar
igual
del
colectivo.
Es
un
relato
muy
bonito,
porque
el
chofer
mira
a
la
gente
que
estaba
atrás
y
les
dice:
“Oye,
disculpen
por
esta
situación”.
Y
uno
de
los
pasajeros
lo
agarra
del
hombro
y
le
dice:
“No
te
preocupes,
ya
no
estamos
solos”.
Dan
ganas
de
llorar.
El
consenso
de
la
transición
se
desmorona
(micropolíticamente)
Este
relato
da
una
clave
importante
para
entender
qué
se
está
discutiendo.
Porque
golpearles
la
gratuidad
es
golpearles
la
serie
de
privilegios
con
los
que
cuentan
los
carabineros
desde
la
transición
democrática
–y
entre
estos
privilegios,
el
de
la
impunidad.
Las
policías
y
las
fuerzas
armadas
tienen
las
garantías
sociales
que
ningún
chileno
tiene.
Son
los
únicos
que
después
del
golpe
del
’73
siguieron
viviendo
en
el
socialismo.
Los
únicos
que
se
quedaron
con
el
sistema
de
jubilación
y
de
pensiones
de
la
Unidad
Popular,
con
su
sistema
de
prevención
en
salud,
también.
Que
la
gente
no
le
quiera
hacer
valer
el
beneficio
que
les
aseguró
el
Estado
es
una
acción
política
y
un
gesto
contra
el
consenso
de
la
transición.
Son
muchos
elementos
que
permiten
pensar
que
lo
que
hoy
se
está
viviendo
es
el
desmoronamiento
de
este
consenso.
El
estallido
no
es,
simplemente,
“vamos
a
quemar
las
cosas,
vamos
a
destruir”.
Por
el
contrario,
la
lucha
diaria,
micro
es
ir
desactivando
estos
consensos
que
forman
parte
de
la
vida
cotidiana
y
que
suceden
hoy
mismo.
Que
no
se
pueda
subir
a
las
personas
en
un
auto
por
la
fuerza,
gritarle,
golpearla.
Hace
falta
multiplicar
esa
práctica
de
desactivación
micropolítica
del
consenso
neoliberal,
que
todas
y
todos
lo
tienen
en
sus
manos
ahora,
en
estos
momentos.
¿Cómo
componerte
una
vida?
(la
violencia
como
autodefensa)
Para
pensar
el
uso
de
la
violencia,
que
forma
parte
de
muchas
prácticas
políticas
de
todos
estos
años
y
que
hoy
nos
rodea
por
todos
lados,
la
fórmula
es
pensar
que
no
hay
vanguardia
que
quiera
imponer
nada,
sino
solo
autodefensa.
Acá
hay
violencia,
pero
para
defender
algo.
Lo
que
se
está
tratando
de
defender
es
un
modo
de
reinvención
de
la
vida
cotidiana.
¿Y
qué
es
lo
que
se
defiende?
Cada
quién
tiene
sus
estrategias
para
poder
armarse
una
vida.
Las
feministas
y
las
disidencias
tienen
todo
un
modo
de
componer
y
recomponer
una
vida
cotidiana,
una
nueva
relación
con
los
vínculos,
con
sus
cuerpos,
con
el
mundo
de
lo
público
y
los
privado.
La
lucha
contra
las
Administradoras
de
Fondos
de
Pensiones
–que
son
las
encargadas
del
sistema
de
capitalización
individual
de
jubilaciones
y
pensiones
diseñado
en
la
dictadura–
ha
sido
también
un
espacio
donde
se
aglutinan
formas
y
generaciones
muy
distintas.
Por
lo
tanto,
es
una
manera
de
recomponer
toda
una
vida
cotidiana
en
relación
con
los
más
viejos,
pero
sobre
todo
en
relación
al
trabajo.
No+AFP
es
un
modo
de
reinvención
de
lo
laboral,
por
parte
de
trabajadores
precarizados
que
carecen
de
sindicato;
es
la
lucha
contra
la
privatización
individual.
Los
movimientos
estudiantiles,
como
decíamos,
son
modos
de
recomposición
de
lo
juvenil.
Está
todo
el
escenario
también
de
reinvención
de
los
territorios,
por
parte
de
las
Asambleas
territoriales,
y
del
cuidado
de
la
tierra
y
del
agua,
con
movimientos
como
el
Movimiento
por
el
agua
y
los
territorios
(MAT)
o
el
Movimientos
de
defensa
del
agua,
la
tierra
y
el
medioambiente
(MODATIMA).
Es
un
modo
de
reinvención
de
la
vida
y
de
reencuentro
con
la
naturaleza.
A
su
vez,
todas
estas
luchas
y
organizaciones
apoyan
y
valoran
la
lucha
del
pueblo
mapuche.
Y
se
puede
pensar
todo
lo
que
sucede
en
esta
revuelta
como
un
proceso
de
recomposición
de
un
modo
de
ser
social,
colectivo.
Las
experiencias
de
las
Cooperativas
de
Abastecimiento,
por
ejemplo,
son
brutales,
con
doscientas
familias
afiliadas.
¿Y
qué
es
lo
que
hacen?
Organizar
canastas
de
alimentación
por
medio
de
la
compra
directa
a
productores.
Y
hay
varias
de
estas
cooperativas,
en
distintos
territorios.
Y
muchas
de
estas
experiencias
“infra”
rayan
el
hipsterismo,
pero
hay
que
entenderlo
desde
la
experiencia
chilena.
Acá
todo
pasa
por
ser
una
ONG,
o
micro
emprendimiento.
Tú
ves
a
los
anarcos
que
empiezan
vendiendo
soya,
y
luego
se
arman
su
puesto
de
comida
orgánica,
en
ferias…
Es
una
estrategia
de
lxs
locxs,
también,
como
para
no
trabajar
dentro
de
las
lógicas
hegemónicas
de
empleabilidad
y
precariedad.
Toda
esta
recomposición,
que
no
está
exenta
de
violencia,
no
implica
tomar
la
vanguardia
de
nada.
Es,
más
bien,
un
espacio
de
anonimato;
la
necesidad
de
habilitar
un
espacio
de
encuentro,
de
conocer
las
luchas
del
otro,
de
qué
es
lo
que
se
viene
armando,
en
condiciones
de
imprevisión
total.
Se
está
improvisando,
porque
todas
las
energías
creativas
están
dispuestas,
principalmente,
en
encontrarse.
Por
eso
hay
actividades
todos
los
días
en
la
plaza:
porque
la
gente
se
está
tratando
de
inventar
espacios
de
encuentro.
Y
eso
es
importante
porque
ya
nadie
puede
pensar,
a
priori,
que
conoce
algo:
“ah,
no,
yo
conozco
a
este
movimiento
de
antes”.
Nada
quedó
intacto
con
el
estallido
social.
Todos
los
partidos
se
fueron
a
la
mierda,
las
organizaciones
formales
se
fueron
a
la
mierda.
O
sea,
son
organizaciones
formales
y
partidos
que
ya
no
tienen
la
capacidad
de
movilización
porque
no
tienen
la
capacidad
de
ponerle
concepto
a
lo
que
está
pasando.
¿Y
dónde
están
los
que
le
están
poniendo
concepto
a
lo
que
está
pasando?
Haciendo
actividades
de
encontrarse,
de
que
la
experiencia
política
pase
por
el
cuerpo.
Algo
fundamental
está
pasando
en
ese
plano.
El
wenüy
(una
nueva
subjetividad
política)
La
revuelta
también
nos
permite
hacer
un
balance
de
estos
últimos
años,
preguntarnos
cómo
se
fue
expresando,
o
cómo
se
fue
acogiendo
el
malestar
social
desde
2011
hasta
el
estallido.
Y,
como
decíamos,
éste
tuvo
dos
canales:
uno
fue
el
enfrentamiento
de
los
estudiantes
–secundarios,
sobre
todo–
con
la
policía.
Y
el
otro
las
grandes
marchas
que
se
realizaron
estos
últimos
años:
marchas
mapuches,
marchas
por
No+AFP,
marchas
feministas
del
8M,
marchas
en
apoyo
a
las
“zonas
de
sacrificio”.
Un
poco
de
lo
que
dan
cuenta
estas
marchas
es
de
que
hay
una
sensibilidad
recompuesta
con
esos
malestares,
que
no
los
posees
tú
individualmente,
que
no
te
pertenecen
en
exclusiva.
Y
esto
hace
que
las
marchas
muestren
muy
bien
cómo
hay
una
fuerza
de
reunión
y
de
vinculación
que
no
está
dada
porque
te
pertenezca
el
malestar,
sino
porque
compartes
el
malestar
con
el
otro.
Creo
que
esto
es
sumamente
importante
y
novedoso.
¿Qué
es
la
Coordinadora
No+AFP?
Es
un
encuentro
entre
generaciones
de
precarizados.
Cuando
los
estudiantes
van
a
las
marchas
de
No+AFP,
no
van
preocupados
individualmente
por
cuando
ellos
sean
viejitos,
van
a
compartir
la
sensibilidad
con
el
viejito
que
está
ahí,
que
es
su
abuelo.
Un
caso
muy
conocido
fue
el
de
Mauricio
Fredes,
asesinado
por
los
pacos
en
diciembre,
en
plaza
Dignidad.
Estaba
en
primera
línea
porque
lo
que
él
había
desarrollado
era
una
práctica
de
cuidado
con
su
abuela,
que
era
una
jubilada
que
no
tenía
pensión.
Y
él
se
tenía
que
sacar
la
cresta
para
poder
sostenerla.
Hay
una
especie
de
recomposición
de
la
sensibilidad
con
esos
malestares.
Bueno,
tú
no
eres
mapuche,
no
te
están
disparando
a
ti.
Pero
sí
te
pones
en
la
calle
a
luchar
y
a
defender
al
pueblo
mapuche.
No
te
pertenece
la
lucha,
pero
estás
ahí
con
ellos.
Un
ejemplo
obvio
es
el
de
Santiago
Maldonado,
que
es
lo
que
los
mapuche
llaman
“wenüy”,
que
es
el
amigo.
Es
el
que
no
es
mapuche,
pero
pelea
contigo.
Y
ellos
nunca
te
van
a
dar,
nunca
te
van
a
otorgar,
el
reconocimiento
de
mapuche,
pero
sí
de
wenüy.
Es
un
amigo
que
está
a
la
altura
de
la
lucha,
incluso
cuando
no
le
pertenece
–y
no
le
pertenece
porque
no
tiene
sangre
mapuche.
Pero
sí
está
en
la
calle
dando
la
cara
contigo.
La
figura
del
wenüy,
del
amigo,
creo
que
habla
un
poco
de
la
subjetividad
social
chilena.
Al
mismo
tiempo,
no
parece
que
fuera
algo
local,
algo
especial
de
la
revuelta
chilena;
parece,
más
bien,
expresión
de
una
subjetividad
más
amplia,
a
nivel
latinoamericano.
Pensamos
en
lo
que
está
pasando
en
Colombia,
sobre
todo
con
el
activismo
medioambiental.
Son
personas
a
las
que
no
le
pertenecen
los
bienes
comunes
y
están
luchando
por
los
bienes
comunes.
No
por
la
propiedad
respecto
del
bien
común,
sino
por
el
bien
común,
porque
sea
usado
por
todos
y
todas.
Lo
mismo
pasa
acá,
uno
sale
a
la
calle
a
pelear
y
a
poner
el
cuerpo
en
primera
línea
no
porque
te
pertenezca
la
primera
línea,
ni
te
pertenece
la
marcha,
es
porque
tú
sabes
que
hay
que
contener
a
la
policía
porque
atrás
están
pasando
cosas
que
no
estaban
pasando
antes.
Y
por
eso
es
una
lucha
inminentemente
transversal.
Creo
que
acá
hay
una
clave
para
pensar
cómo
se
recompone
una
nueva
subjetividad
política,
como
dice
nuestra
amiga
Suely,
citando
a
otro
amigo,
al
Félix:
se
está
componiendo
una
nueva
suavidad
política.’
Las
fuerzas
reactivas
(contra
el
proceso
constituyente)
Pero,
cuidado,
que
si
ponemos
atención
a
las
grandes
masacres
hecha
por
los
estados
neoliberales
en
Latinoamérica,
apuntan
precisamente
a
esas
sensibilidades,
o
a
los
cuerpos
que
desarrollan
esas
sensibilidades.
Porque
hay
tres
grandes
fuerzas
reactivas
que,
en
estos
momentos,
pueden
cooptar
lo
que
se
está
gestando,
y
una
es
el
miedo.
Es
la
fuerza
más
reactiva
y
está
siempre
al
acecho.
Precisamente,
si
algo
se
logró
desactivar
con
el
estallido
fue
el
consenso
del
miedo
y
las
políticas
de
seguridad
que
conllevan.
Es
muy
importante
identificar
eso.
El
barrabrava,
el
migrante,
todas
las
figuras
que
los
medios
de
comunicación
mostraban
como
el
nuevo
enemigo
interno,
comenzaron
a
desmoronarse,
ya
no
se
sostienen.
El
nuevo
enemigo
interno
es
la
oligarquía,
la
elite
de
empresarios
que
controla
el
Estado
desde
la
dictadura
hasta
hoy
día.
Más
que
enemigos,
la
gente
ve
ahora
en
el
otro,
o
en
la
otra,
la
posibilidad
de
una
vida
digna
de
ser
vivida.
Y
por
eso
buscar
reconocer
a
ese
otro,
compartir
con
esa
otra.
Que
los
barrabravas
estén
ahí
con
la
abuelita
y
con
los
niños,
cuando
el
barrabrava
era
el
máximo
símbolo
de
la
violencia,
es
maravilloso.
Entonces,
una
de
las
fuerzas
reactivas
es
la
del
consenso
del
miedo.
Lo
que
están
tratando
de
reponer
es
la
figura
del
vándalo,
del
violentista,
del
terrorista.
Lo
tratan
de
reponer,
lo
tratan
de
reponer,
lo
tratan
de
reponer:
ese
el
consenso
del
miedo
y
las
políticas
de
seguridad.
La
segunda
fuerza
reactiva
es
la
del
confinamiento,
las
políticas
de
confinamiento
familiar.
Es
volver
a
meter
tus
malestares
a
la
casa
y
la
familia.
Y
eso
es
lo
primero
que
dice
el
General
del
Ejército
(Javier
Iturriaga)
ante
el
estallido
social:
“Vuelvan
a
sus
casas,
con
sus
familias,
sean
felices,
quédense
ahí”.
El
confinamiento
en
el
espacio
privado
y
que
cada
uno
resuelva
sus
malestares
como
pueda.
Porque
la
tercera
fuerza
reactiva
es
la
de
la
capitalización
individual.
Que
es,
en
definitiva,
la
gestión
de
tu
propia
miseria,
el
sentirte
emprendedor.
¿Cómo
sacarle
provecho
a
la
miseria
que
tienes
todos
los
días?
Este
último
es
re
complicado,
y
el
riesgo
de
la
hipsterización
está
ahí.
Creo
que
esas
serían
como
las
tres
grandes
fuerzas
reactivas
que
sostienen
el
consenso
neoliberal
en
Chile
y
que
el
estallido
desactivó
un
poco.
Creo
que
las
tres
operan
en
el
horizonte
del
deseo
y
de
la
subjetividad.
Ahora,
la
pregunta
clave
es
cómo
poder
sostener
las
potencias
destituyentes
durante
el
proceso
constituyente.
O
que
lo
que
se
constituya
pueda
permitirse
sostener
las
potencias
destituyentes
que
son
estas
fuerzas
de
reinvención
de
la
vida
cotidiana
que
van
permitiendo
desactivar
los
tres
consensos.
Pero,
¿cómo
hacerlo?
Vivir
en
banda
(y
conjurar
los
malestares
en
red)
Nosotros
todo
este
tiempo
fuimos
organizando
cosas,
participando
de
encuentros
colectivos.
De
alguna
manera
es
donde
canalizábamos
todos
y
todas
ciertas
experiencias
de
orfandad
que
nos
dejó
el
dejar
de
ser
estudiantes
y
la
pelea
con
la
policía,
digamos.
Pero
lo
hacemos
construyendo
cosas.
Y
construyendo
conversaciones.
Nos
conocemos
todas
y
todos
con
todos
porque
hacemos
conversaciones
radiales
con
personas
que
están
metidas
en
todas
las
cosas,
en
todas
las
redes.
La
experiencia
de
la
red
es
una
especie
de
protoinstitución
que
ya
está
construida,
y
que
se
va
construyendo
todo
el
tiempo.
Las
Coordinadoras
están
construidas.
Y
ahora
lo
que
pasa
es
que
la
red
pueda,
digamos,
desarrollar
una
infraestructura
económico-política
que,
creemos,
ya
está
empezando.
Realmente,
lo
que
tenemos
más
a
mano,
es
seguir
viviendo
en
bandas.
Creemos
que,
hasta
ahora,
es
lo
que
estamos
haciendo.
E
inventando
formas
de
trabajo
que
lo
permitan.
Y
esto
suele
darse,
acá
en
Chile,
bajo
formas
muy
ongistas.
ONG’s
que
han
sido,
por
otra
parte,
grandes
canalizadares
del
malestar.
Tú
vas
a
una
ONG
y
es
también
como
un
okupa,
como
que
todo
lo
hemos
convertido
en
una
okupa.
Las
escuelas
pasaron
a
ser
okupas,
las
universidades
pasaron
a
ser
okupas,
nuestros
puestos
laborales
parecen
okupas.
En
las
ONG,
de
repente
tú
puedes
ir
con
tu
perro,
toda
la
gente
anda
a
pie
pelado.
Por
un
lado,
puede
sonar
muy
neoliberal,
pero
ya
hay
prácticas
organizativas
de
la
vida
cotidiana
que
están
ahí,
haciéndose,
transformándose.
En
cierto
sentido,
esto
es
muy
generacional.
Hay
una
“generación
2006”
en
todos
lados,
en
cada
familia,
que
funciona
como
agente
de
contagio,
un
elemento
contaminante.
Y
siempre
algo
está
haciendo
algo,
metiendo
un
virus
–el
virus
de
la
okupación.
Siempre
hay
una
8M
metida
en
alguna
parte;
siempre
hay
un
No+AFP
en
la
vida
cotidiana.
O
sea,
prolifera
y
prolifera
por
bandas.
Hay
un
factor
que
es
el
generacional
que
es
muy
fuerte.
Nosotros
seguimos
inquietos.
Somos
la
generación
del
2006
y
seguimos
inquietos.
Y
tratando
de
habitar
el
presente
de
una
manera
distinta.
Imagínate
esxs
pibitxs
que
vienen
ahora.
En
nosotros
aún
había
una
memoria
política
vinculada
con
una
sensibilidad
de
la
izquierda
más
tradicional.
Pero
eso
también
estalló
con
el
2019.
Veremos
lo
que
viene
ahora.
Virulencias
de
cuidado
(De
la
revuelta
y
otros
contagios)
Se
está
cumpliendo
un
año
de
la
revuelta
de
octubre
2019
y
hace
solo
unas
semanas
todxs
quedábamos
conmocionados
frente
a
las
imágenes
de
un
niño
de
16
años
tendido
inconsciente
sobre
el
cauce
del
río
Mapocho.
Algunos
segundos
atrás
había
sido
arrojado
desde
el
puente
Pío
Nono,
a
7
metros
de
altura,
por
un
policía
de
fuerzas
especiales
que
participaba
de
un
operativo
de
de
intervención
en
Plaza
de
la
Dignidad
que
trataba
de
evitar
que
se
volvieran
a
congregar
las
fuerzas
de
oktubre
post-confinamiento.
Las
imágenes
del
horror
de
la
dictadura
cuando
cuerpos
anónimos
eran
encontrados
de
forma
imprevista
en
la
ribera
del
río
Mapocho
se
repetían.
No
es
casualidad
que
ese
cuerpo
fuera
el
de
un
estudiante
secundario,
uno
de
los
mismos
niños
a
los
que
el
Estado
chileno
le
declaró
la
guerra
con
Aula
Segura,
con
SENAME,
uno
de
esos
mismos
“pingüinos”
con
los
que
se
desató
la
revuelta
social
contra
la
herencia
constitucional
de
Pinochet.
A
pocos
días
después
de
la
más
grande
marcha
feminista
que
había
existido
en
la
historia
de
Chile,
la
del
8
de
marzo
de
2020,
Piñera
determinaba
la
implementación
de
un
paquete
de
medidas
sanitarias
COVID,
basadas
en
el
distanciamiento
físico
y
en
el
confinamiento,
bajo
estricto
control
militar,
a
nivel
nacional.
Si
durante
40
años
habíamos
buscado
afirmar
“que
no
estábamos
solos,
que
no
volveríamos
a
soltarnos”;
si
no
hicimos
caso
a
la
orden
del
general
Iturriaga
de
“meternos
en
nuestras
casas
felices”,
cuando
la
rabia
en
la
calle
se
combatía
con
el
Ejército
en
toque
de
queda,
aquel
día,
la
memoria
del
encuentro
en
la
ocupación
callejera
que
aún
vibraba
en
nuestros
cuerpos
era
desafiado
a
partir
de
una
exigencia
de
cuidado
y
protección
frente
al
virus.
Las
preguntas
y
el
desconcierto
nos
embargaron.
¿Podían
las
potencias
de
la
revuelta,
del
encuentro
en
la
okupación
callejera,
desafiar
la
tan
naturalizada
idea
de
que
el
espacio
íntimo
o
privado
era
de
por
sí
un
espacio
despolitizado?
¿Podíamos
habitar
y
cultivar
vida
en
nuestros
adentros
cuando
históricamente
la
tarea
silenciosa
del
neoliberalismo
fue
su
destrucción?
¿No
habíamos
salido
a
la
calle
con
la
urgencia
de
luchar
por
el
cuidado
y
la
protección
de
nuestros
abuelos,
por
cambiar
las
condiciones
de
exposición
a
la
violencia
de
las
y
los
niños,
por
la
desigualdad
y
la
violencia
contra
la
mujeres
y
disidencias?
¿No
habíamos
aprendidos
e
incorporado,
hecho
cuerpo
en
primera
línea,
la
necesidad
de
la
autodefensa
frente
a
la
violencia
represiva
de
la
oligarquía
y
sus
guardianes?
¿No
había
sido
el
oktubre
una
revuelta
que
puso
en
el
centro
gravitacional,
frente
al
modo
de
vida
capitalista,
la
politización
del
malestar,
un
deseo
de
cuidado
y
responsabilidad
ética
contra
la
devastación
y
la
muerte?
Mientras
el
desconcierto
apremiaba,
en
pleno
toque
de
queda,
un
convoy
militar
depositó
a
Piñera
en
la
Plaza
de
la
Dignidad.
No
era
necesario
convocar
a
los
medios:
pocos
segundos
después
las
redes
estallaron
con
la
imagen
del
asesino
sobre
el
monumento.
Lo
que
el
19
de
oktubre
había
atribuido
a
la
revuelta
social,
ahora
buscaba
otorgárselo
a
otro
enemigo:
el
coronavirus.
“Estamos
en
guerra
contra
un
enemigo
poderoso,
cruel
e
implacable”,
había
dicho
en
oktubre
del
2019
refiriéndose
a
las
fuerzas
sociales
chilenas.
Casi
un
año
después,
el
22
de
septiembre,
en
su
discurso
de
fiestas
patrias,
volvería
a
reponer
el
soporte
bélico
de
la
democracia
neoliberal:
“Sabemos
que
el
coronavirus
es
un
enemigo
poderoso,
cruel
e
implacable”.
Si
alguna
certeza
pudimos
avizorar
durante
este
tiempo
de
confinamiento,
es
que
el
principal
articulador
de
la
democracia
capitalista,
de
la
movilización
de
la
vida
en
todas
sus
formas
por
el
capital,
está
dado
por
la
capacidad
de
gestionar
la
devastación
y
el
enfrentamiento
entre
todas
y
todos.
Una
trama
de
producción
de
miedo
generalizado
y
de
inyección
de
odio
como
garantía
de
un
orden
capaz
de
promover
la
individualización
y
depotenciar
las
capacidades
colectivas
para
reinventar
los
cuidados
diferenciados.
La
declaración
de
guerra
contra
el
covid-19
fue,
también,
la
continuación
bio-seguritaria
de
la
declaración
de
guerra
social
declarada
contra
el
oktubre-19.
Contra
una
sensibilidad
colectiva
en
estado
de
revuelta;
contra
una
multiplicidad
de
prácticas
e
inteligencias
colectivas
que
emergieron
de
la
interioridad
común
de
la
sociedad
chilena,
de
sus
malestares,
daños
y
dolores.
Contra
la
potencia
de
mutabilidad
que
hizo
factible
sostener
la
revuelta
contra
la
gestión
sanitaria
del
neoliberalismo.
De
algún
modo,
el
oktubre-19
confirmó
que
el
virus,
antes
que
una
amenaza,
supuso
una
alianza
de
las
fuerzas
sociales
con
las
fuerzas
de
Gaia.
Una
alianza
mutante
en
la
que
las
virulencias
de
la
revuelta
social
bajo
la
forma
de
los
cuidados
podían
sostener
la
imaginación
atenta
de
oktubre,
la
escucha
a
las
urgencias
de
los
territorios
y
los
hogares
de
las
y
los
más
expuestos
a
la
gestión
neoliberal
de
la
pandemia.
Si
de
algo
estamos
convencidos
hoy
es
que
frente
al
miedo
y
al
daño
organizado
por
el
capital,
de
cara
al
pacto
bélico
de
la
democracia
corporativa,
los
territorios
y
los
cuerpos
sensibles
al
malestar
colectivo
se
han
permitido
sostenerle
la
mirada
al
terror
pandémico.
Mutando
como
el
virus
han
dejado
de
manifiesto
que
las
potencias
del
cuidado
se
activaron
en
los
espacio
“interiores”,
evidenciando
que
la
politización
de
nuestras
intimidades
es
un
virus
con
alto
nivel
de
contagio,
que
a
la
vez
pone
en
entredicho
la
norma
de
confinamiento
individual
del
capital
y
su
pacto
de
miedo
y
odio
organizado.
*
Durante
los
meses
de
pandemia,
Vitrina
Dystópica
organizó
una
serie
de
conversaciones
virtuales
con
integrantes
de
organizaciones
sociales
chilenas,
que
vienen
impulsando
estrategias
de
cuidado
frente
a
la
crisis
sanitaria
neoliberal,
llamada:
Virulencias
de
cuidado.
De
la
revuelta
y
otros
contagios.
Para
escucharlas
hacer
click
aquí.
[1]
Pingüinazo
es
como
se
nombra
al
primer
gran
levantamiento
del
movimientos
estudiantil
en
Chile.
La
referencia
al
“pingüino”
es
por
los
colores
de
los
uniformes
escolares
de
las
y
los
estudiantes
chilenos.
[2]
Zonas
de
sacrificio
refieren
a
territorios
urbanos
y
rurales
en
los
que
se
legitimó
la
extracción
de
bienes
comunes
y
la
contaminación
del
medio-ambiente
con
este
fin.
[3]
El
Crédito
con
Aval
del
Estado
es
un
crédito
universitario
que
se
implementó
durante
el
gobierno
de
Ricardo
Lagos
y
se
otorga
para
costear
los
gastos
de
estudio
en
la
universidad.
Esta
política
dejó,
en
2019,
a
más
del
40
por
ciento
de
los
estudiantes
que
tomaron
el
crédito
como
morosos.
●
Fuente: Arrezafe.blogspot.com