
Rocío Monasterio, en una manifestación por el campo. VOX
En un antiguo anuncio televisivo de una cadena de hamburgueserías, un hombre se levantaba de la mesa que estaba compartiendo con una mujer en un restaurante elegante –dejándola plantada– al ver que le ponían un plato de lo que parece casi una caricatura de la nouvelle cuisine. Indignado, sale a la calle reivindicando su derecho a comer como un hombre, que al parecer consiste en comer hamburguesas con queso y bacon de poca calidad. A él se le van sumando otros hombres que no quieren comer «como una tía», que gritan «soy un hombre», comparan sus músculos como hacen los hombres de verdad, y uno arrastra un camión tirando de una cadena mientras una mujer vestida de forma que suponemos pretende ser sexy le pone una hamburguesa delante pero no a su alcance. La protesta individual se convierte en una poderosa manifestación masiva espontánea que ya quisiéramos a la hora de exigir, qué sé yo, la investigación de las muertes en residencias o de las concesiones de contratos públicos a amiguetes.
El anuncio se presentaba tanto como reivindicación de una forma de masculinidad que se define por la forma de comer y por la dieta –si se le puede llamar así– y también era un guiño a la clase obrera: no comas como un petimetre, come como un trabajador, sugiriendo que la clase obrera no prefiere comer hamburguesas mejores que las de las cadenas de comida basura. En otro anuncio de comida precocinada, de aspecto repulsivo incluso en su versión maquillada para la pantalla, se muestra como amanerados a unos obreros que toman yogurt y zumo, incluso van juntos al baño, porque eso es lo que hacen las chicas, y otro obrero, un hombre de verdad, les dice que «eres lo que comes». Descubro ahora que también hay un libro de recetas cuyo título es Eat like a man.
En una manifestación reciente en Madrid, que podría confundirse con un acto en defensa de las actividades agrícolas y ganaderas, se lanzaron al parecer invectivas contra los «salvapatrias comelechugas», gente sin duda poco de fiar, porque los españoles de verdad comen carne, a ser posible cruda. La burla se enlazaba con críticas a la defensa del bienestar de los animales, porque quién sabe mejor lo que conviene a los animales sino los ganaderos, y no esos urbanitas que no tienen ni idea.
La defensa de los propios intereses es legítima, pero unos intereses son más legítimos que otros. Y entre los manifestantes, por disparatadas que pudiesen sonar algunas reivindicaciones –como la de ese defensor de las macrogranjas que afirmaba que en el mundo rural siempre ha habido malos olores y eso no molesta a nadie–, había otras que merecen atención: creo que nos hemos vuelto muy conscientes de que las familias ganaderas y agrícolas se sienten con razón desprotegidas y afectadas negativamente por muchas de las decisiones que han tomado nuestros gobiernos y también la Unión Europea y tienen derecho a rebelarse contra medidas que les afectan negativamente.
Pero lo indigesto de este llamamiento a la defensa de «nuestro campo» es cómo una vez más se enarbolan valores –de masculinidad, patriotismo de banderín y las tradiciones– para oscurecer lo que de verdad se persigue. No solo porque no es lo mismo la defensa de la tauromaquia y las macrogranjas que la de la ganadería extensiva. También porque los supuestos defensores de la patria rural en realidad son los destructores principales del campo. Los políticos de VOX sacan sus pellizas del armario –ilustrando sin querer el dicho sobre los lobos con piel de cordero– para fingir ser los abanderados del campo, mientras votan, junto con los populares, en contra de una ley aprobada en diciembre pasado que prohibía pagar a los productores agrícolas y ganaderos precios por debajo de los costes de producción; o defienden una ganadería intensiva que perjudica a los ganaderos tradicionales y contamina las zonas rurales, mientras produce beneficios para una minoría.
Las cadenas de comida basura se presentan como adalides de la virilidad y el orgullo obrero pero pagan sueldos de miseria a sus empleados y enferman a los consumidores, y nuestros demagogos de derechas –y extrema derecha, porque no solo estaba VOX en la manifestación, también Hacer nación, que aglutina varios grupos de corte neofascista– se postulan como campeones del mundo rural pero fomentan formas de producción que lo destruyen. Nada nuevo: los señoritos y los terratenientes de antaño dejaban la corbata y los botines en el armario de casa, se ponían la chaqueta de pana y se iban de cacería o a supervisar la administración de sus fincas o a dejarse ver en las procesiones y fiestas. A ellos también les gustaba mucho el campo. Aunque no sé por qué uso aquí el pasado.
Fuente: Lamarea.com