February 21, 2021
De parte de Lobo Suelto
238 puntos de vista

En los últimos meses, se vienen publicando aquí y en otros sitios cuestiones relacionadas con el presunto cortocircuito entre la voz autoral, los cuerpos y la escritura. El autor de esta nota hizo lo mismo unas semanas atrás, formando así parte de un conglomerado de autorxs interesados en dicha cuestión “comunicacional” (el uso del entrecomillado es intencional, ya que la mencionada temática trasciende con creces la esfera puramente de la Comunicación). 

     Haciendo un barrido rápido por esos textos, se puede afirmar que, como mínimo, existe un problema: aquello que queremos decir -expresar, comunicar- no se corresponde, enteramente, con lo que efectivamente transmitimos. Parecería ser que las herramientas de la escritura -y la voz- ya no cumplen la función de antaño. Lingüística y post-estructuralismos aparte, esta suerte de “grieta”, como supo denominarla una autora, afecta todo aquello que hacemos en este sitio web, eminentemente comunicador.

     Hace unos días, un comentario de un lector denominaba “poesía de anarquistas” a un texto de Lobo. Menciono este hecho porque tiene relación con lo arriba mencionado; como se sabe, la lírica -o formas más vinculadas al carácter estético de la escritura que no a la informativa/narrativa- es un mecanismo legítimo de muchos que, viéndose algo limitados por el periodismo o la historiografía, la filosofía política o las humanidades, recurren a “otras voces” y estilos para acercarnos -y, de paso, provocarlo con el mismo gesto de la escritura- eso mismo que les agita y conmueve. Sin embargo, el comentario/crítica no reparaba en este hecho, sino que, más bien, lo denunciaba como algo negativo. ¿Cómo trascender este dilema?

    La pregunta no es baladí; somos muchos los que presentimos (porque es allí donde reside -más allá del vocabulario más o menos académico que puede provocar, a simple vista, cierto distanciamiento con el lector- el síntoma de un momento, el nuestro) una especie de impasse, bloqueo, entre una suerte de agite interno y unas -innegables- ganas de comunicarlo. Sea por la razón que fuere (centennials, redes sociales, tiempos líquidos, etc.), no deja de ser una paradoja de difícil resolución, que en el fondo puede resumirse como una sociedad que no se siente representada por su propia voz (fonética, escritural, corporal). 

     Como bien remarcan algunos, podríamos regodearnos en si esto es un producto más del sistema tardo-capitalista, sus posibles causas y efectos, etc. A su vez, no sobrarían textos y artículos científicos que intentasen describir sus vinculaciones con la semiótica de los algoritmos, la inteligencia artificial, las redes sociales. Todo esto sería sin dudas interesante, pero terminaría siempre del mismo modo: una realidad que se nos escapa -la nuestra-, y aún así, sentimos el deseo y la necesidad de relatar.  

       El juego de la no presencia/no representación de la deconstrucción, a pesar de haber sabido alumbrar en su momento algunos puntos de fuga, no acaba de cuajar en la articulación ni de proyectos colectivos (presuntamente estructuralistas) ni en la -indudable- necesidad de muchos de desbordar el cinismo en el que terminó cayendo lo estrictamente discursivo. Un efecto de esto, aunque por derecha, es la multiplicación de meta-relatos y fanatismos en cada vez más grupos sociales, conocidos bajo la etiqueta generalista de “libertarios”. 

       Algunos autores proponen no enfocarse en las imposibilidades ya consabidas, sino “ir deviniendo”, es decir, acoplarse a los posibles “acontecimientos” que puedan surgir aquí o allá. Esta intención, que el autor comparte y defiende parcialmente, no deja de esconder, sin embargo, cierta contradicción, ya que “desconectar y reconectar” zigzagueando entre la escritura y la praxis no nos permite desarrollar una teoría social medianamente salvable, a no ser, claro, que nuestras intenciones sean dejar de interpretar bajo un corpus bibliográfico humanístico y pasemos a desarrollar una especie de “estética interpretativa”. Esto último no sería tan problemático si no fuese por la cantidad de personas fuera de nuestro pequeño círculo que sí demandan, a pesar nuestro, información, formalizaciones, explicaciones, tutoriales, argumentos… respuestas.

               “Comunicar mal” era la propuesta y título de este artículo, y su predecesor. A la luz de lo poco y nada que se puede afirmar, el autor sólo tuvo la intención de, junto a otros, nombrar (porque no podemos escaparle a este acto) una situación que, volvemos a repetir, nace de un sentir. Ese sentir dice (más bien, canta) que hay un dolor, una incógnita y un deseo: se quiere algo que no tiene forma, que ya no puede tenerla, pero que aún así necesitamos localizar. 

        La estructura aún es habitable para nosotros. Esto quiere decir que, a pesar de reconocernos en un tiempo relativista, postmoderno, lo heurístico sigue habitando en los intersticios de lo que escribimos (puede que la música, y otras artes, no persigan esta totalidad). Incluso en aquellos que hacen de la incertidumbre una escuela: allí también habita la misma intención acaparadora. 

      Los caminos que se exploran fuera del mainstream periodístico -e incluso dentro del mismo en algunos casos- intentan, mediante el ensayo somático y otras formas más creativas de escritura, huir de la hegemonía de los datos y la descripción puramente contrastable. Este clivaje no es nuevo; sin embargo, sí lo es lo que conlleva: por primera vez, ninguno de los dos convencen. 

       Así como en su momento las explicaciones “estructuralistas” dieron forma y sentido, lo mismo sucedió con el derrumbe de las mismas en la década de los 70. Hoy, en medio del huracán pos-material, algorítmico, diverso, global, ambas escuelas de pensamiento acaban siempre sus textos con un capítulo de “Conclusiones” que nadie toma demasiado en serio (incluyendo aquellos que, sin ser normativos, dedican un libro entero a decir que ya no hay teoría totalitaria posible). 

        Puede que haya llegado el momento de reconocer que nuestra escritura ha llegado a su límite. Que la descripción (narración numerada), la diagnosis (capítulos, introducciones, epílogos), la expresión (lírica, belleza, musicalidad), el ensayo (clínica, metafísica, porcentajes), ya son todas sólo meta-literatura, autorreferencialidad, lejos de la escritura de las palabras de las cosas.  

      Mencionar -y hacer de ello una escritura- que otras formas de expresión pueden producir aquello que buscamos no debería ser nuestra tarea. Somos teóricos. Corresponde seguir intentándolo, porque hay necesidad y porque urge un movimiento cantado.




Fuente: Lobosuelto.com