El 30 de julio de 1971, 38 presas políticas se fugaban de la Cárcel Cabildo de Montevideo, en la llamada Operación Estrellas, reconocida internacionalmente como la mayor fuga de presas políticas de la historia. La mayoría eran militantes de las organizaciones armadas MLN-Tupamaros y OPR-33 (anarquista).
Esa fría noche de 1971 en el sector Centro de la cárcel (dispuesto para alojar a las presas políticas), sonaron, como hacía meses, años, el chirrido de las rejas al abrirse junto a las vueltas metálicas de los llaveros en las cerraduras, anunciando la ronda de inspección antes del próximo turno de guardias.
Las funcionarias hicieron el habitual recorrido comprobando la normalidad de los movimientos y actividades cotidianos después de la cena. Lo que no vieron fue que en esa normalidad se montaba una escena (el “triunfo de la mirada sobre el ojo”).
La limpieza de la cocina, las que leían, escribían, cosían, armaban artesanías, otras, en el “cuarto chico” jugaban a las cartas sobre una manta extendida en el piso y algunas otras preparaban las camas donde esa noche, las frazadas cobijarían cuerpos simulados. Los “cuchicheos” y las risas juveniles de aquellas mujeres, subversivas, terroristas, que no pasaban los 25 años, no podían encerrarse tras las rejas. No obstante esa algarabía que las carceleras estaban acostumbradas a oír, no percibieron que algo diferente sucedía, una espera inquietante. Ansiedad, temor, desafío, incertidumbre.
Algunas salieron al pequeño patio a fumar, otras fuimos a mirar las estrellas y despedirnos de compas bajo las mismas estrellas que solíamos decir que podían verlas también nuestra familia, compañerxs, allá afuera y tantes otres que luchaban en ciudades y montañas de nuestro continente, en una década donde intensas revueltas conmovían parte del mundo. En una de las paredes habíamos escrito el poema de Marcos Ana…”Mi vida es un cuadrado de ramas y estrellas bajo las que sigo soñando”.
De pronto en el “cuarto chico” una de las jugadoras grito “Envido!”, la manta se movió y un ruido sordo se desmoronó hacia adentro de un agujero bajo la manta. El lugar era exactamente el que las compañeras con centímetros de costureras y otros utencillos caseros habían indicado a lxs compañerxs que debía llegar cavando para abrir el pequeño boquete, desde donde se extendía un estrecho túnel por donde esa noche fueron arrastrándose con dificultad las compañeras hasta llegar al pasaje de las cloacas por donde, a su vez, llegarían al otro boquete de salida, donde se las esperaban para salir finalmente a una vivienda desde donde las ayudaba a trepar.
Todo estaba perfectamente planeado, ropas y zapatos a la medida de cada una y rápidamente fueron trasladadas a diferentes lugares de seguridad.
Al amanecer, dentro de la cárcel, las compañeras que habíamos optado por no fugarnos por diferentes motivos, embarazos, niños recién nacidos, situaciones familiares, fingiendo dormir, sentimos expectantes la ronda de las carceleras antes del cambio de turno.
Volvieron apresuradas al dormitorio donde estábamos, alumbrando una a una con las linternas. Una vez que habían detectado que estábamos se fueron a un extremo del dormitorio y oímos como en voz baja y nerviosa tramaron no registrar la fuga, pasando así el fardo al turno siguiente.
A la hora aproximadamente, golpeando las palmas, una oficial nos ordenaba en tono duro y autoritario, “De a una al baño, se visten y esperan cada una en su cama el desayuno tienen prohibido ir a otro lugar del sector y obedezcan si no quieren tener problemas”. Esto es lo que recuerdo literalmente. Durante todo la mañana estuvimos custodiadas con una funcionaria en cada puerta. A media tarde otra vez la oficial casi gritando nos ordenó; “Todas sigan a las funcionarias van a ser trasladadas”, a la pregunta de hacia donde respondió; “eso no les corresponde saber”.
Nos llevaron a jefatura, nos alojaron en un pequeño sector con varios cuartos. Las funcionarias se retiraron y el aire se hizo más liviano, las carceleras de allí, era evidente, no tenían formación y nos recibieron con actitud menos autoritaria.
A la noche supimos por una de ellas que todo había salido bien, nos abrazamos y esa noche, sí pudimos dormir felices y orgullosas de nuestras compañeras. Alguna dijo en voz alta; “La lucha continúa”, y otras respondimos; “¡Arriba las mujeres que luchan!”
Fuente: Periodicoanarquia.wordpress.com