November 26, 2020
De parte de A Las Barricadas
506 puntos de vista

I.S.F.D. N º 113 “EE.UU. de América´´

Investigación Histórica II

El anarquismo español durante la Revolución y la guerra civil.

Profesor: Alejandro Fernández.

Alumnos: Cascelli, Agustín. Heredia, Ezequiel.

Índice:

Introducción:………………………………………………………………………………………………….. 2

Parte I: El anarquismo sindicalista español a comienzos del siglo XX y su rol en la Revolución y la guerra civil.…………………………………………………………………………. 4

Antecedentes del anarquismo español como fenómeno sindical y social del proletariado.     4

El golpe de Estado y la Revolución en Cataluña (18 de julio de 1936).……….. 8

Parte II: La institucionalización de la CNT, la colaboración de clases republicana, el final de la Revolución y la resistencia anarquista.…………………………………………………. 15

Durruti, los incontrolados y la militarización……………………………………………….. 15

Agrupación los Amigos de Durruti, evolución intelectual y programática de anarquismo español…………………………………………………………………………………………………………………… 23

Conclusiones:……………………………………………………………………………………………… 28

Bibliografía:………………………………………………………………………………………………….. 30

                                                          

Introducción:

La guerra civil española es uno de los acontecimientos más trabajados por escritores, historiadores e investigadores sociales. Analizando el estado de la cuestión, podríamos estar muchos meses y años leyendo la enorme cantidad de autores de diferentes corrientes políticas, siendo esa una dificultad que encontramos al inicio del desarrollo de la investigación sobre el tema que hemos abordado. La selección del material a estudiar ha sido un trabajo bastante complejo. Hemos seleccionado lo que creímos más consistente para la interpretación. Por tal motivo hemos dejado fuera de manera directa e indirecta a varios autores y recortes periodísticos que harían demasiado extensa la tesina. La simplificación y selección de los autores, ha tratado de ser lo más ajustada en lo posible para que no se pierda el hilo investigativo.

El trabajo está divido en dos partes. En la primera de ellas encontramos los antecedentes que le dan una identidad particular al movimiento proletario anarquista previo al cenit revolucionario en julio de 1936 y su desarrollo inmediato tras desatarse la guerra civil. No abordamos tal proceso en la profundidad de detalles que se merecería debido al tiempo y espacio que ocuparía, por lo que nos centramos en el accionar insurreccional y las internas dentro del sindicalismo de la CNT.

 Es con el artículo de Ángel Herrerín López El insurreccionalismo anarquista durante la II República, que nos permitimos una comprensión más clara sobre el movimiento libertario de la CNT y las diferentes tendencias en su interior.

 Con Agustín Guillamón, Mayo de 1937, observamos la compleja estructura que el movimiento anarquista había construido en sus bases militantes para luchar social y militarmente tanto contra la sociedad burguesa, como contra los fascistas y derechistas.

De esta manera llegamos a abordar 1936 con una visión más compleja sobre el movimiento libertario para comprender de qué manera se logró vencer al ejército sublevado y establecer vastas zonas con proyectos anarquistas de hegemonía proletaria y campesina. Las jornadas de julio de 1936 representan así el momento en el que los libertarios logran hacer efectivas las luchas que venían manteniendo durante años. Con cientos de miles de militantes, el sindicalismo anarquista fue llamado a concertar una alianza de clases por parte de las autoridades burguesas regionalistas y republicanas. Es así que tratamos de contestar ¿Quiénes eran los anarquistas españoles? ¿Eran republicanos? ¿Cuál fue su relación con la república? ¿Existió un proceso revolucionario?

En la segunda parte del trabajo trataremos de entender los motivos por el que el movimiento revolucionario se detiene y cuáles son las responsabilidades del sindicalismo de la CNT en la derrota republicana. Considerando la entrada al gobierno regionalista catalán y luego al republicano, establecemos allí el momento más claro en el que sindicalismo anarquista se encontró colaborando con el Estado y el orden burgués. Se puede decir que es la institucionalización del anarquismo cenetista y el proceso de inflexión en la continuidad de la Revolución que pretendían las bases militantes.  Tales hechos los analizamos desde la perspectiva que nos da el ya citado Agustín Guillamón con sus trabajos de investigación, Barricadas en Barcelona y Mayo de 1937. Se puede ver allí cómo la dirección anarquista de la CNT se encontró estableciendo compromisos y pactos con el Estado y otras fuerzas políticas contrarias a sus objetivos orgánicos.

En el intento de llegar a un entendimiento más completo sobre el tema, encontramos a Miquel Amorós con Durruti en el Laberinto. Trabajo que, si bien se centra en la figura de Buenaventura Durruti durante la guerra civil, nos entrega valiosas fuentes y claridad sobre el accionar de la dirección de la CNT y su relación con las y los proletarios y campesinos que componían las bases del movimiento libertario. La paulatina transformación que van atravesando los dirigentes cenetistas desde el insurreccionalismo al colaboracionismo de clases, deja a la luz las carencias y virtudes del ideario anarquista.

Así buscamos comprender por qué la CNT no logró hacer efectivos sus objetivos revolucionarios, posponiendo el ideario libertario por aliarse con la República y sus representantes.

Parte I: El anarquismo sindicalista español a comienzos del siglo XX y su rol en la Revolución y la guerra civil.

Antecedentes del anarquismo español como fenómeno sindical y social del proletariado.

Es muy importante analizar los años previos a 1936, ya que nos dan una imagen bastante clara de las interacciones entre los republicanos y los libertarios. Poniendo como ejemplo los alzamientos insurreccionales llevados adelante por el proletariado ibérico, se puede observar el fracaso y la frustración de las expectativas puestas por el pueblo, en conseguir una mejora sustancial del nivel de vida con la llegada de la segunda república. La oportunidad que el derrocamiento monárquico había entregado a liberales y socialistas, no había logrado consolidar las exigencias de los sectores populares.

Hacia la década de 1930, España contaba con una población estimada en 24 millones de habitantes, de la cual la mayoría, trabajaba en el campo con sistemas y herramientas rudimentarias. El gran analfabetismo y la desocupación se elevaban aún más en las zonas rurales del sur del país, donde se concentraban los grandes latifundios. La iglesia y la aristocracia habían despojado a los campesinos de la tierra y se escudaban en las fuerzas armadas y en una educación fuertemente religiosa para sostener sus privilegios. El ejército que, con su historia de pronunciamientos, casi siempre había apoyado las iniciativas de los sectores conservadores, optaría en esta oportunidad por reservarse los puestos de dirección en la sublevación, poniendo a los sectores civiles en un plano subordinado.

 Las industrias que daban empleo al 18% de los trabajadores, se localizaban en dos zonas que se referenciarían por su fuerte regionalismo/separatismo: Cataluña y el País Vasco. De allí, se formaría una burguesía más regionalista que nacional, que tendería sus puentes con un capital transnacional, que concentrado en unos pocos bancos, controlaba la mitad del capital de las sociedades anónimas. El proletariado de estas estas zonas respondía a las dos centrales obreras mayoritarias del país: La CNT de orientación anarquista y la UGT (Unión General de Trabajadores) conducida por los socialistas. en el País Vasco y Madrid era fuerte la UGT, en cambio Cataluña era un bastión de la CNT . Ante la política abstencionista ácrata,  la representación republicana en el plano parlamentario era compartida por republicanos de izquierda y socialistas, y en menor medida por republicanos de derecha y comunistas.

La abdicación del Rey no había logrado consolidar las esperanzas que se tenían puestas por una distribución más equitativa de las tierras y riquezas socialmente producidas. La tan esperada reforma agraria llevada adelante por durante el primer bienio progresista de la república, solo quedó en letra muerta por la oposición férrea de los terratenientes y la derecha.  Además, tampoco se logró fortalecer un Estado que respondiese satisfactoriamente a las exigencias populares. Sin más presencia que para ejercer la represión, la legislación progresista y republicana no logró nunca hacer respetar las leyes que pretendían satisfacer las exigencias de las clases más postergadas de la sociedad.

Pero antes de seguir, hay que explicar brevemente qué era la CNT a comienzos del siglo XX.  Agustín Guillamón nos dice:

La CNT formaba parte de una red libertaria de solidaridad y acción, que abarcaba todos los aspectos de la vida del trabajador, tanto los sociales como los culturales, familiares, lúdicos, políticos y sindicales. Esa red estaba formada por el sindicato de barrio, los ateneos, las escuelas racionalistas, las cooperativas, el comité de defensa económica (que se oponía a los desahucios), los grupos de afinidad anarquista, los grupos de defensa (coordinado a nivel local, luego distrital y ciudad), construyendo en la práctica cotidiana una fuerte, solidaria y eficiente sociedad autónoma, con valores alternativos a los capitalistas.[1]

Efectivamente la CNT  constituía un centro de poder proletario y  anticapitalista, que no se limitaba al accionar sindical. Pero hacía su interior se divisaban diferencias que le restaban fuerza a su accionar. Se podían apreciar dos tendencias, un revolucionaria y otra  reformista. Los primeros,  ligados a la FAI (Federación Anarquista Ibérica) en donde sobresalían personalidades como la de García Oliver, Buenaventura Durruti, Francisco Ascaso y Federica Montseny, planteaban el camino de la “gimnasia revolucionaria” para llegar a la revolución y el cambio social. Los segundos, llamados  “treintistas”[2] acordaban en los mismos fines que los primeros pero criticaban la importancia que se les daba a las minorías esclarecidas (FAI) que pretendían guiar a la CNT, y los acusaban de adelantarse a la preparación moral y material que debían tener las masas antes de desencadenar hechos insurreccionales.

Pero a pesar del enorme costo social (muertos, presos y exiliados) de los intentos insurreccionales y de sus fallidos resultados, la posición de los primeros terminó prevaleciendo. Pero precisemos más detalladamente en qué consistía esta gimnasia revolucionaria en palabras de Herrerín:

   Los revolucionarios se dirigían al cuartel de la guardia civil para conminar a los agentes a unirse a la rebelión, a continuación se apoderaban del ayuntamiento y del archivo de la propiedad, para la destrucción «en auto de fe» de los títulos; posteriormente se atrincheraban en el pueblo y no trataban de extender la lucha más allá de su demarcación –seguramente ante la creencia de que la misma acción estaba teniendo lugar en el resto de localidades de la zona -, así que esperaban a la comunicación del triunfo de la revolución o a que las fuerzas del orden llegaran.[3]

Podemos agregar además, que los anarquistas españoles constituyeron grupos de defensa proletarios para enfrentar y responder a las agresiones patronales y derechistas que contaban con sus propios grupos paramilitares. Pero volviendo a las insurrecciones impulsadas podemos contabilizar tres, que allanaron el camino hacia los hechos de 1936. De ellas nos narra Herrerín:

 El 18 de enero de 1932, los mineros del Alto Llobregat y Cardoner declararon una huelga que derivó en levantamiento insurreccional. (…) Los motivos que llevaron a los mineros a la insurrección estaban relacionados con los derechos de reunión y asociación que, a pesar de la legislación republicana, les eran negados, a lo que había que añadir las duras condiciones de trabajo existentes en las minas, la falta de seguridad y la negativa de los patronos a respetar los acuerdos alcanzados. La insurrección no tuvo preparación alguna. Lo que comenzó como una huelga para conseguir mejoras concretas, derivó, por acción de los más radicales, en un intento revolucionario. [4]

Este primer intento terminó en un fracaso rotundo, una represión muy dura con muertos, encarcelados y cientos de deportados a dominios africanos de España. Aunque se nos explica que este intento revolucionario no fue dirigido por la CNT, en manos del grupo “treintista´´en ese momento, sobre esa cúpula de dirigentes recayó la responsabilidad de la derrota.

Un ejemplo de la negativa de los terratenientes y sectores patronales en cumplir con las leyes de la legislación republicana se expresa muy bien en este fragmento del texto de Herrerín donde dice: “Son muchos los latifundistas que dejaban de cultivar sus tierras, y miles los labriegos que no ganaban jornal alguno; a los que los primeros decían: “¿No queríais República? ¡Pues comed República!”[5]. Esta actitud no hacía más que polarizar cada vez más la situación. Con lo que para enero de 1933 nos encontramos con otro serio intento revolucionario por parte de la CNT y la FAI que, por desavenencias internas entre ambas organizaciones no tuvo una dirección centralizada y al igual que en el caso anterior terminó en fracaso.

 Esa fue la situación en Casas Viejas, uno de los pueblos en donde se intentó “proclamar el comunismo libertario´´. Pero cuando las fuerzas del Estado (con el progresismo socialdemócrata en el poder entraron a reprimir, no sólo fusilaron a revolucionarios, sino que incendiaron una cabaña donde vivía uno de los dirigentes anarquistas muriendo él y toda su familia. Ante tal masacre la justicia republicana llevó adelante un proceso que careció de eficacia para juzgar todos los hechos y a todos los responsables de tal abuso de autoridad.

Se pueden observar así dos situaciones. Por un lado, cómo los republicanos de izquierda no lograban hacer efectivas sus promesas de justicia social ante la intransigencia de los sectores patronales y terratenientes que se oponían ante las legislaciones incumpliéndolas. Y, por otro lado, la impaciencia de los sectores revolucionarios de la clase trabajadora española por llevar adelante cambios radicales y significativos, que por imprudencia o  falta de dirección derivaban en un contexto social de fuerte represión por parte del Estado republicano.

Finalmente, hacia finales de 1933 se desató la tercera intentona anarquista por provocar la revolución social tan añorada. Tal movimiento volvió a fracasar y hubo varios muertos en las filas revolucionarias como también desde las fuerzas del orden, además de quemas de iglesias y barricadas con enfrentamientos armados entre el ejército y los revoltosos en las calles de Zaragoza,  y en los pueblos de Aragón y La Rioja.

El artículo de Herrerín finaliza reflexionando sobre lo analizado hasta el momento y plantea:

La actuación del gobierno republicano, tanto en materia de legislación laboral como de orden público, facilitó la labor de los más radicales en la CNT. (…) Pero estas insurrecciones no consiguieron su objetivo. (…) Solamente cuando una parte del ejército se levantó contra la República y hubo desunión en su seno, como sucedió en la rebelión militar de julio de 1936, se abrió, aunque sea paradójico, el camino de la revolución.[6]

El golpe de Estado y la Revolución en Cataluña (18 de julio de 1936).

La experiencia de los levantamientos armados durante la República, como también el desarrollo de los lazos y fuerzas de autodefensa establecidos por el proletariado nucleado en la CNT, tiene una construcción particular que podemos observar con la ayuda de Agustín Guillamón.

Allí se nos platea que el desarrollo de los Comités de Defensa fue de una complejidad y articulación realmente notoria, en especial en Barcelona. Nacidos o impulsados para que sean constituidos desde los sindicatos, esos grupos de afinidad, al desatarse el conflicto con el ejército sublevado partieron al frente de batalla como centurias, diferenciándose por la rama laboral a la que pertenecían (los de la Madera, o los Navales, por ejemplo) constituyendo así verdaderas milicias obreras.

Además, los grupos de afinidad como el de los “Solidarios´´ o “Nosotros´´ se constituyeron en vanguardia del proletariado barcelonés. Lideraron a tomar las armas y batirse en combate con los fascistas y el ejército sublevado, y con la ayuda y logística de las fuerzas del Estado republicano (guardias de asalto, guardias civiles y militares leales) lograron derrotar a los militares golpistas. Este fenómeno se desarrolló el 18 de julio de 1936.

Las muchedumbres obreras salieron a las calles por cuenta propia y liderados por los libertarios se decidieron a tomar las armas a su alcance para derrotar a los sublevados. Guillamón nos explica:

La enorme fuerza de la CNT en los barrios obreros había arraigado y crecido precisamente en esa labor callada y paciente de organizar, sindicalizar, culturizar, “proletarizar´´ y defender esa masiva mano de obra migratoria procedente del mundo rural.´´[7]

Y nos continúa narrando la jornada del 18 de julio:

Hacia las nueve de la mañana se inició un imparable contagio revolucionario, mimético y masivo, curioso y audaz, que al mediodía se había convertido en un fenómeno de masas, que arrojó a la calle a una inmensa muchedumbre que quería participar a toda costa de la batalla de Barcelona contra el fascismo, enfebrecida por el temor de perderse la ocasión de intervenir en la forma que fuese en la ya segura victoria popular.[8]

El proletariado en armas, asociado con algunos elementos de la república (forzados por la presión popular) logró derrotar al ejército, con la ayuda del pueblo que en cada esquina, en cada balcón salió a hostigar a los fascistas y sublevados.

En tal contexto la CNT como vanguardia, con sus grupos de afinidad y Comités de Defensa, fue la principal impulsora de armar al pueblo. Tal situación, mal vista por las autoridades estatales, se vio desbordada ante las exigencias y presiones del accionar de los grupos anarquistas. El pueblo trabajador copó las calles secuestrando todas las armas que a su paso podía encontrar ante la impotencia de las autoridades y las fuerzas del orden republicano. Los derechistas y fascistas fueron derrotados por el proletariado que se hizo del control total de las calles. La burguesía temerosa no tuvo más remedio que replegarse ante el arrollador avance popular y proletario. Sin dudas, fue el cenit de la acción revolucionaria.

Hasta aquí podríamos preguntarnos por qué este enfrentamiento entre las fuerzas populares y las militares tuvo en esa ocasión un resultado favorable para los obreros con respecto a las experiencias anteriores. Dos cuestiones resaltan diferentes esta vez: la primera, las fuerzas represivas se presentan fragmentadas y en violación de un orden medianamente legitimado, la segunda, el anarquismo pudo conducir en esta oportunidad un conjunto  mayor de fuerzas obreras que las que nucleaba en su organización. Por qué en el transcurso del proceso no pudo mantener esa hegemonía es lo que trataremos de esclarecer en los siguientes párrafos.

Coincidiendo con Guillamón en que tras el triunfo del proletariado la dirección revolucionaria de la CNT resignó la victoria claudicando políticamente ante las fuerzas socialistas y burguesas. Ese comportamiento de la dirección queda totalmente expuesto en el momento en que Companys[9], el 20 de julio cita a los referentes anarquistas reconociéndoles el poder que habían logrado:

´´Habéis ganado. Hoy sois los dueños de la ciudad y de Cataluña, porque sólo vosotros habéis vencido a los militares fascistas, y espero que no os sabrá mal que en este momentos recuerde que no os ha faltado la ayuda de los guardias de asalto y de los mossos d´ esquadra´´ (…) ´´ ¿Y ahora qué hemos de hacer?´´ (…) ´´Algo hay que hacer ante la nueva situación´´ (…)  ´´estoy a vuestra disposición para hablar´´. A lo que García Oliver le respondió: ´´Puede continuar siendo presidente. A nosotros no nos interesa nada referente a la presidencia ni al gobierno´´.[10]

Si bien la CNT contaba con mayoría en Barcelona, no hizo de ello una ventaja ya que permitió la recomposición del monopolio de la fuerza y la gestión política y económica por parte del Estado.

Cabe señalar que hacia el interior del sindicato de la CNT existieron voces críticas a tal proceso con diferentes propuestas, tres son esas posiciones. La primera era la del colaboracionismo abierto con las fuerzas republicanas, con figuras como la de Diego abad de Santillán y Federica Montseny, proponían la unidad antifascista. La segunda posición era la encabezada por García Oliver, el “ir por el todo”, consistente en crear una vanguardia que se desligue de las masas para constituir un gobierno en nombre del proletariado. La tercera propuesta era planteada por Manuel Escorza, pretendía utilizar al gobierno de la Generalidad presionándolo y congelando la situación revolucionaria, hasta fortalecer una estructura que permitiera desechar al Estado burgués y continuar hacia el comunismo libertario.

La posición que prevaleció fue la de la colaboración de clases antifascista con los partidos marxistas y los sectores de la burguesía republicana en pos de ganar la guerra.

De esa manera entre los anarcosindicalistas se produjo la división entre colaboracionistas denominados ´´pájaros carpinteros´´, y sus críticos llamados ´´pieles rojas´´. Así Agustín Guillamón nos plantea que las críticas a la dirigencia, desde las bases cenetistas, solo se limitaron a cuestiones morales e ideológicas, llevándolas a la resignación y aceptación de la dirigencia hegemónica.

Pero si hacia el comienzo de la guerra civil española, las bases anarcosindicalistas organizadas en comités se lanzaron a la expropiación de fábricas, propiedades y tierras, como siempre les habían aconsejado sus dirigentes, éstos comenzaron a establecer una contradictoria colaboración de clases con los políticos burgueses que pretendían volver a la situación anterior al golpe. Creemos que éste es un momento de inflexión. Solo se podría entender  la actitud de los representantes anarquistas frente a un debilitado poder estatal, por la suma de la falta de previsión más el carácter  imprevisto de la situación. Lo cierto es que siendo los dueños de las calles, decidieron darle una vida más al orden que habían combatido durante tantos años. Los hechos demuestran que esta jugada política de Companys, le permitirá a sólo unos cuantos meses después, asestar los golpes suficientes como para reestructurar el orden republicano y devolver el poder a la burguesía. 

El CCMA, la CNT y la atomización del poder proletario.

De la entrevista con Companys no sólo sobrevivió el orden burgués, sino que se creó el Comité Central de Milicias antifascistas. Este fue un organismo de colaboración de clases. En teoría debía constituirse en un centro en donde todas las fuerzas políticas de la región tuviesen representación, participación y coordinaran las acciones a llevar adelante. Pero como organismo de poder proletario, careció de verdadero peso hasta ser eclipsado por el reestructurado poder estatal. 

El verdadero poder obrero se ejercía desde los comités locales que llevaban adelante expropiaciones de fábricas, edificios, talleres y propiedades. Esos comités de base, no obedecían órdenes de la generalidad ni del CCMA[11], controlando las calles mediante las barricadas erigidas durante las jornadas de julio. En esas barricadas, los milicianos controlaban el territorio pidiendo documentación y haciendo presencia en las calles.

Guillamón hace una crítica a García Oliver, que desde la presidencia del CCMA ahogó las iniciativas revolucionarias de los comités. Además, critica que el anarquismo tiene contradicciones orgánicas. El historiador asevera que la CNT que carecía de un programa revolucionario, no podía hacer más que improvisar, porque si hubiese contado con un programa para la toma del poder hubiese dejado de ser anarquista para constituirse en marxista. 

La CNT durante los meses de existencia del CCMA (Comité Central de Milicias Antifascistas de Cataluña), se burocratizó y abandonó sus prácticas horizontales e igualitarias convirtiéndose en un sindicato piramidal y verticalista con una dirigencia que no representaba a las bases, lindando a la estructura de un partido leninista. Guillamón reflexiona al respecto:

´´La posición de los comités superiores de la CNT-FAI era incoherente, insostenible y contradictoria. Sus principios ideológicos les impedían entrar en el gobierno de la Generalidad, pero tampoco querían que ese gobierno amenazara al CCMA, sino que se mantuviera sumiso ante un organismo que no era, ni quería ser un gobierno revolucionario y alternativo al de la Generalidad´´[12]

Entre las medidas adoptadas por el CCMA creemos que es necesario resaltar la creación de la policía revolucionaria bajo la dirección de tal organismo. Eran las patrullas de control, en su mayoría militantes de la CNT- FAI. Vestían el típico mono azul, un carnet de la CNT, un gorro y un pañuelo rojinegro al cuello. Este organismo aceptaba en su interior a militantes de otras fuerzas políticas ante las reticencias de los libertarios en hacer de policías. Si bien dependían del dirigente cenetista Aurelio Fernández, fue Manuel Escorza desde los Servicios de Investigación de la CNT-FAI, quién centralizó a las patrullas y erigió una suerte de tribunales políticos.

Pero el CCMA, sin poder ejercer un poder efectivo, permitió la atomización del poder proletario. Proliferaron las fuerzas de choque de las distintas fuerzas políticas con sus aparatos de patrullaje y centros de detención. Las milicias del P.O.U.M[13]., C.N.T., P.S.U.C.[14], E.R.C.[15], se esparcieron por la ciudad y el territorio aledaño.

Con el paso de los días, el frente popular antifascista comenzaba a mostrar sus debilidades. El CCMA no era una autoridad que nucleara a las fuerzas revolucionarias, además que debilitaba a los comités barriales de base a favor de la colaboración con la burguesía catalana y los estalinistas, que vieron la posibilidad de recuperar el terreno perdido y hacerse más fuertes respectivamente. 

Ya hacia agosto de 1936 podemos encontrar varias tensiones dentro del CCMA entre las diferentes posiciones políticas. A lo que la CNT buscó no seguir perdiendo terreno en el conflicto social, por lo que se puso en discusión la manera de seguir con el proyecto antifascista. La posición dominante hacia dentro de la Confederación como ya hemos dicho se decantó por el colaboracionismo, por lo que quedó consensuado con todas las fuerzas políticas  y republicanas el ingreso en un nuevo gobierno. Fue así que se emprendió el ingreso de ministros anarquistas primero en el gobierno catalán y luego en el de la república.

Hacia septiembre el CCMA ya estaba encaminado hacia su disolución a cambio de realizar modificaciones filosóficas en los nombres de la nueva nación y sus organismos de poder. Por ejemplo, se planteaba reconocer a España como una confederación de naciones libres, o cambiar el nombre de la Generalidad de Cataluña a Consejo de la Generalidad.

El CCMA se disolvía ante la poca influencia que ejercía, mientras los dirigentes anarquistas consideraban importante que ellos se mantenían con presencia en las consejerías y el aparato militar y policial.

El 15 de septiembre la CNT votó la colaboración abierta con el gobierno republicano y hacia el 26 de ese mismo mes el anarquismo sindicalista conjuntamente con otras fuerzas políticas ingresó en el gobierno catalán. Se comenzaba así a devolver el poder al Estado burgués, ahora llamado “consejo” en vez de gobierno.

En el plano económico se pasó de la socialización y expropiación popular por parte de los comités de base, a una colectivización centralizada por el Estado. La orden para cumplir con tal mandato era la de disolver los comités de base, a lo que los militantes y trabajadores anarquistas se resistieron durante varios meses ya que veían disolverse las conquistas obtenidas durante las jornadas de julio.

Ese fue el contexto en cuál se dio la insólita entrada de anarquistas al gobierno del Estado en colaboración con sus adversarios políticos y enemigos de clase. Aparentemente la unidad antifascista era más importante que la pretendida revolución social y el comunismo libertario.

En favor de la burocracia cenetista, se puede decir que se plantearon posponer las medidas revolucionarias por el temor a una intervención extranjera, como además que trataron de gestionar con la U.R.S.S. el comercio y la entrega de armas. La guerra contra el golpe militar estaba  desbalanceada en favor de los sublevados, por la ayuda económica y militar que las potencias fascistas les facilitaban a sus aliados españoles.

Parte II: La institucionalización de la CNT, la colaboración de clases republicana, el final de la Revolución y la resistencia anarquista.

Durruti, los incontrolados y la militarización

La figura de Buenaventura Durruti sin dudas era una de las más emblemáticas del anarquismo. Sin ser un intelectual, fue un verdadero líder convencido y consecuente con sus ideas, un hombre de acción. Oriundo de León y Castilla, se forjó como obrero y trabajador a temprana edad, momento en el que se alineó al ideal anarquista. Su figura como trabajador queda eclipsada por participar en los grupos de afinidad y pistoleros, que por medio de la acción directa violenta buscaban contrarrestar las agresiones patronales y fascistas cada vez más impunes en la época.

Su condición de trabajador queda registrada claramente con su temprana afiliación a la CNT. Desde los “Solidarios´´ a “Nosotros´´, nuestro protagonista llevó adelante varias acciones violentas defensivas contra los matones patronales, como también acciones ofensivas contra enemigos de clase (robos de bancos, expropiaciones de todo tipo, intentos de ajusticiamiento). La austeridad de su vida nos comprueba su total compromiso político, ya que de todos los caudales que han pasado por sus manos, nunca se enriqueció, ni ostentó mejoras materiales. Todo lo expropiado era dirigido a financiar solidariamente al movimiento libertario en sus diferentes ámbitos de acción (escuelas racionales, sindicatos, comités, etc.). Durruti, uno de los tantos militantes de su época, sobresalió por su compromiso, arrojo, perseverancia y por ser muy querido por el pueblo trabajador, trascendiendo las diferencias sociales y políticas.

Para posicionarnos mejor en la historia del movimiento anarquista, como ya hemos hecho, nos retrotraemos a algunos acontecimientos que nos permitan comprender mejor los compromisos contraídos, como las diferencias entre militantes.

En las elecciones de 1935, la CNT plantea una alianza con el nacionalismo regionalista catalán y la figura de Companys, que a cambio de liberar a sus afiliados a votar a las izquierdas (el abstencionismo era la estrategia anarquista) recibiría armas de la Generalidad para defenderse del inminente alzamiento militar- fascista- clerical.  Era una alianza táctica para fortalecer las posiciones revolucionarias ante la inminente guerra que se avecinaba.

Hacia adentro de la CNT se producía cierta situación preventiva, respecto a García Oliver y la posible bolchevización, ya que este dirigente planteaba la sustitución de los comités democráticos por una vanguardia dirigente centralizada. Esa situación había distanciado a Oliver de Durruti. Oliver le reprochaba su excesivo compromiso con las bases del pueblo, mientras que Durruti era más fiado en la voluntad popular basando sus acciones en la teoría libertaria apoyada sobre el consentimiento popular. Se puede decir que Durruti era más bien un representante anarquista del proletariado. Pero el conflicto con Oliver no se limitaba a la relación con las masas del pueblo, sino que se extendía a su idea de constituir un ejército revolucionario. Buenaventura Durruti se oponía poniendo como ejemplo la reciente historia soviética, proponiendo en cambio la creación de milicias y guerrillas populares.

Pero retomando la alianza táctica que mencionábamos, para el 18 de julio, Companys se negó a entregar las armas pactadas con los anarquistas diciendo que no contaba con más que las de sus propias fuerzas del orden. Tal necesidad pudo ser satisfecha en parte por el capitán de aviación Servando Meana, antifascista con estrecho contacto con los comités superiores de la CNT, que les pudo conseguir una partida de material. 

Durruti, miembro del grupo “Nosotros´´ fue una pieza fundamental en la vanguardia proletaria barcelonesa y catalán. El leonés no dejaba de movilizarse en busca de armas secuestrando todas las que a su paso encontraba. Pero el mayor caudal de armamento que obtuvo la CNT lo lograron al tomar un cuartel de artillería barcelonés (30.000 fusiles).

Como ya hemos planteado, la constitución del CCMA se produjo el 21 de julio por expreso consejo de Companys. En tal organismo la postura de los anarquistas más intransigentes no logró evitar que los intereses de la burguesía y la contrarrevolución se hicieran presentes. La relación entre Durruti y los dirigentes catalanes ya era insostenible, ya que como persona de palabra no perdonaba las falsas promesas del presidente de la Generalidad, además de desconfiar de un político profesional ajeno a la clase obrera.  De esa manera García Oliver quedó a cargo del CCMA en la presidencia, mientras se conformaba la Columna Durruti encaminada al frente de Aragón con el Objetivo de liberar Zaragoza.

La toma de Zaragoza parecía ser uno de los objetivos primordiales, ya que representaba un verdadero bastión militante del anarquismo. No se entendía bien cómo la ciudad se había rendido ante el enemigo militar sin antes replicar lo ocurrido en Barcelona. Probablemente los años de desgaste en conflictos fallidos, habían dejado en la clase obrera zaragozana pocas perspectivas de triunfo en el combate callejero que las que se vieron en la capital catalana.  Se pensaba que tomar Zaragoza brindaría el aire suficiente, para aliviar  la presión militar en los otros frentes.

En lo político, la CNT se había decantado por el colaboracionismo, descartando la idea de “ir por el todo´´. Pero respecto a la construcción de un aparato militar, podemos ver que la idea de Oliver de constituir un ejército anarquista quedó pospuesta por la de integrar a los milicianos al Ejercito Popular. La integración con el ejército burgués y la propuesta militarista de Oliver, coincidían en la necesidad de una disciplina cuartelaria. Era la disciplina cenetista la que se mantuvo en el centro de las críticas, como también fue bandera de combate para la nueva sociedad que los más radicales querían llevar adelante. Durruti en tal contexto se constituye como un defensor implacable de las milicias obreras, un internacionalista y convencido detractor del militarismo profesional.

La figura del proletario en armas por establecer el comunismo libertario es lo que podemos encontrar, el pueblo trabajador luchando contra el golpe de Estado fascista clerical. Queda evidentemente claro que la burguesía veía espantada esta situación, en donde se alteraba todo el orden que por años trataron de construir. Los anarquistas y su indisciplina revolucionaria, resultaban irritantes incluso para los marxistas que pretendían aplicar sus teorías por sobre la voluntad popular.

Durruti consideraba que era posible un acuerdo por armas al igual que la dirección cenetista, sólo que estos últimos resignaban la revolución a cambio de la ayuda internacional soviética. La falta de armamento y municiones había sido una constante desde el inicio de la guerra para los republicanos e insurreccionalistas, a diferencia del bando militar que recibía ayuda de la Internacional Fascista. Pero, por más concesiones que entregó el pueblo español, nunca lograron recibir una adecuada ayuda o entrada de armas.

La política permisiva y conciliadora de la CNT no dio resultados, solo les brindó aire político a sus adversarios, más interesados en consolidarse como mejores opciones humillando o aniquilando al anarquismo ibérico.

La figura del guerrillero miliciano anarquista está señalada en el trabajo de Miguel Amorós:

El miliciano no ha de ser solamente un guerrillero. Ha de ser además un sembrador de la idea que sustente y espejo límpido en el que pueden mirarse los demás para corregir sus defectuosidades. (…) Para aplastar al fascismo no basta con llevar un fusil y dispararlo cuando se vea al enemigo. El fusil es un arma, no una convicción, ni una razón siquiera. Y al fascismo hay que ahogarlo con el plomo y las ideas. (…) Disciplina no es obedecer ciegamente como unos autómatas, al toque del clarín o a la voz autoritaria de cualquier fantoche condecorado, sino tener sentido de la responsabilidad y razonar cualquiera de nuestros actos.[16]

Durruti además de estar en contra de los fusilamientos de prisioneros, de los castigos corporales o el presidio de enemigos o aliados, era implacable en el combate. El peor castigo para un miliciano era el deshonor público ante sus camaradas. Bravura no era lo que les faltaba, sino armas y munición que la industria cenetista no logró nunca suplir, mientras que la república se negó a realizar serios tratados para obtenerlas y distribuirlas.

Aparentemente, el gobierno central republicano tenía más miedo al triunfo de la CNT que al del fascismo. La CNT en tal contexto se vio cediendo terreno no sólo con la entrada de los ministros anarquistas al gobierno, sino que les impuso a las milicias la militarización.

Durruti por su abnegado compromiso, no sólo contaba con el apoyo y el aprecio de los anarquistas, sino que además tenía la simpatía de las bases de todas las fuerzas políticas y organizaciones competidoras con la CNT. Eso bien lo sabían los estalinistas españoles y soviéticos, por lo que boicotear al frente de Aragón para evitar la liberación de Zaragoza por la Columna Durruti pasó a ser uno de los objetivos centrales en la lucha contra del socialismo no soviético.

Lo más desastroso para el anarquismo fue la postura tomada por los líderes de la CNT. Elogios y concesiones políticas en favor de los soviéticos y sus líderes eran propagadas desde la prensa anarquista cuál lisonjas hipócritas, abandonaban sus principios libertarios. Las promesas de entregas de armas desde la URSS a la república y a la CNT habían alienado las relaciones entre las bases y sus dirigentes. Amorós nos relata de una carta enviada por Emma Goldman: “La promesa de Rusia de enviar armas ha trastornado la cabeza a nuestros amigos. Para pasmo la Soli ha comenzado una campaña de alabanzas a Rusia.´´[17]

En relación a esa situación, se envió una delegación cenetistas con el fin de gestionar efectivamente la ayuda soviética prometida. Durruti sin mucha fe en tal emprendimiento hizo entrega de una carta a los delegados anarquistas. Tal manuscrito era dirigido al proletariado y el pueblo soviético, está reproducido en el libro de Amorós:

(…) Hoy, trabajadores rusos, somos nosotros los que depositamos en vuestras manos la defensa de nuestra revolución; no confiamos en ningún político sedicente demócrata o antifascista; nosotros confiamos en nuestros hermanos de clase, en los trabajadores; ellos son los que tienen que defender la Revolución española, lo mismo que hicimos nosotros hace veinte años cuando defendimos la Revolución Rusa. Confiad en nosotros; somos trabajadores auténticos y por nada en el mundo haremos dejación de nuestros principios y menos humillamos la herramienta símbolo de la clase trabajadora. Un saludo de todos los trabajadores que luchan contra el fascismo con las armas en la mano en el frente de Aragón.

B.Durruti.[18]

Un verdadero ataque y crítica a la burocracia estatal y las jerarquías sociales soviéticas. Sin dudas una afrenta subversiva, obrera y revolucionaria que el estalinismo no estaría dispuesto a perdonar.

En la misma sintonía, el 4 de octubre Durruti dio un discurso vía radio, en el que se oponía junto a su columna al decreto de militarización. Exigió compromiso en la retaguardia y amenazó con bajar a Barcelona con sus milicianos si era necesario para imponer la supuesta unidad antifascista que no se estaba respetando. Planteaba que disputar la hegemonía política en ese momento era contrarrevolucionario y que las intrigas partidarias eran suicidas.  Veía el resurgir de la burguesía catalana ante el retroceso de las conquistas proletarias de julio. Renegaba del despilfarro que existía en la ciudad y estaba convencido de que se podía ganar la guerra, pero para ello era necesario acabar con las disputas que las divisiones políticas estaban generando. La burguesía no estaba dispuesta a subordinarse al proletariado por las buenas, y los soviéticos creyeron mejor apoyar a los republicanos que a la clase obrera anarquista. En relación a la militarización aseguraban desde la Columna Durruti:

Esta Columna formada espontáneamente al calor de esas protestas en las calles barcelonesas y engrosada posteriormente por todos los que se han sentido hermanados con nuestro ideal, tiene unidad en su conjunto y finalidades, y sus individuos, se disciplinan a cuanto tienda a conseguir su objetivo de batir al fascismo. (…) Los milicianos de esta Columna tienen confianza en sí mismos y en los que la dirigimos, por su expresa delegación, sin reservas. (…) La razón que se aduce de que el enemigo luche aprisionado de material en grandes proporciones no tiene, evidentemente, solución con la militarización de las milicias. (…) [19]

En cuanto a bajar a Barcelona:

 Si esa militarización decretada por la Generalidad es para meternos miedo y para imponernos una disciplina de hierro, se han equivocado. Vais equivocados, consejeros, con el decreto de militarización de las milicias. Ya que habláis de disciplina de hierro, os digo que vengáis conmigo al frente. Allí estamos nosotros que no aceptamos ninguna disciplina, porque somos conscientes para cumplir con nuestro deber. Y veréis nuestro orden y nuestra organización. Después vendremos a Barcelona y os preguntaremos por vuestra disciplina, por vuestro orden y por vuestro control que no tenéis.[20]

La burguesía catalana, el aparato estalinista y la burocracia cenetista no se podían permitir tal avasallamiento.

Companys llamó a actuar contra los “incontrolados´´, en pánico ante una ofensiva durrutista que fogoneaba los ánimos revolucionarios de las masas en contra de un reestructurado poder republicano. La figura del leonés era demasiado popular, coherente, abnegada y revolucionaria, creciendo a cada momento, incluso en un ambiente tan adverso como el que les tocaba vivir, que fue el momento de hacer algo con él y todo lo que representaba.

Los republicanos y soviéticos planteaban que el problema de los “incontrolados´´ era el causante del mal rumbo de la guerra. El temor a un triunfo anarquista y de sus elementos más radicales producía terror en la burguesía española. Quedaba en claro que los republicanos preferían un triunfo de cualquier otra fuerza política a que los anarquistas liberen España del capitalismo y el fascismo. El triunfo de los anarquistas era una posibilidad a evitar a toda costa.

Las autoridades soviéticas y republicanas dividían así entre anarquistas “buenos´´ y “malos´´. Aquellos que se planteaban continuar con la revolución para ganar la guerra y acabar con el capitalismo eran los “incontrolados´´. Mientras que los sumisos a las órdenes republicanas y la colaboración de clases impuesta desde los dirigentes de la CNT, eran los buenos.

La burguesía se escudaba detrás de los estalinistas que les ofrecían garantías de orden y disciplina sobre la clase obrera si controlaban la situación. El despilfarro se estaba reinstalando en la vida cotidiana de la sociedad capitalista, mientras el peso de la guerra para derrotar a los militares y fascistas, recaía sobre las clases trabajadoras. Durruti representaba a los enemigos más intransigentes de la burguesía, de los burócratas y los autoritarios. Debía ser borrado del imaginario popular con urgencia. Fue así que se lo solicitó para la defensa de Madrid.

Durruti ofuscado pensaba que la ciudad de Madrid sólo tenía importancia política y no estratégica. Pero sobre todo lo indignaba la idea de ir a defender la ciudad de un gobierno que no les prestaba ayuda en lo más mínimo, que además de no representar a los intereses de la clase proletaria, se daba el lujo de huir para que campesinos y obreros mueran en su nombre.

Ya en Madrid, los anarquistas enviados desde el frente de Aragón podían comprobar que era una ciudad en manos del estalinismo. El armamento comunista era superior al que les habían entregado a los milicianos. La operación del traslado de Durruti y sus milicianos a Madrid podría ser considerada como propagandística, aunque el líder anarquista renegaba de tal protagonismo, en una entrevista para una filmación declaraba: (…) La leyenda de héroe que me están tejiendo muy a pesar mío es injusta, me molesta. Los héroes son los milicianos de mi columna. (…).[21]

Durante la última semana que combatió en Madrid, Durruti no logró más que luchar contra el enemigo en desfavorables condiciones. Las bajas eran enormes y existían claras maniobras para desprestigiar a los anarquistas en sus combates con el enemigo.

Durruti fue muerto el 19 de noviembre. Se desmoronaba así una parte sensible de la revolución anarquista. Se perdía a un compañero de acción y ejemplos, alguien que luchaba contra burócratas, burgueses, militares y fascistas, un anarquista que mantenía lucidez y contacto con las bases de la clase trabajadora revolucionaria. Era el alivio que necesitaban los sectores contrarrevolucionarios.

En su multitudinario entierro, Companys manifestó el alivio de la burguesía al proferir uno de los insultos más categóricos y cobardes que se puedan lanzar a un revolucionario como Durruti: (…) muerto por la espalda como mueren los cobardes… o los asesinados por cobardes. Guillamón.[22]

Nunca sabremos quién mató a Durruti ya que no se realizó una investigación seria sobre el asunto en el debido momento, pero lo cierto es que tal muerte cumplió con creces las intenciones del antifascismo de acabar con los “incontrolados´´. Liquidar la revolución era más fácil sin la figura de Durruti incitando a la revuelta. A continuación, los burócratas y estalinistas se pusieron en campaña de liquidar la memoria colectiva, para matar por segunda y definitivamente a Durruti. Eliminar el mensaje político de los anarquistas del frente de Aragón conjuntamente con la historia de sus luchas y conquistas, era necesario para perderlos en el olvido de una vorágine conspirativa y especulativa.

A Durruti se lo quiso hacer pasar como a un claudicante funcionario anarquista al servicio del Estado y la militarización. Se lo comparó con patriotas nacionalistas, se alteró sus discursos y se puso palabras en su boca que nunca había dicho. Se buscó hacer del líder anarquista un colaborador funcional al poder de la contrarrevolución. Especuladores políticos y oportunistas trataron de usar su figura para ganar apoyo popular. “Renunciamos a todo menos a la victoria´´ fue una de las frases que se le adjudicó, diciendo que el líder libertario se constituía en un resignado más y un colaboracionista con la burguesía. Desde la CNT se lo denominó como “El Español´´, “un típico específico de íbero´´, “genio de la raza´´, “guerrillero de la independencia´´, toda una serie de calificativos y sobrenombres que carecían de toda seriedad respecto a quién fue y qué pretendía Durruti. Había dejado de ser el portavoz de la clase obrera y el campesinado anarquista, para ser transformado en un nacionalista español.

Finalmente, la militarización logró ser impuesta a los milicianos, muchos cedieron ante las exigencias de las autoridades y finalmente se integraron, no sin antes presentar resistencia. Pero desde la desaparición física de Durruti y su posterior manipulación ideológica, las bases proletarias y campesinas comenzaron a ceder sin freno a las autoridades republicanas. Muchos milicianos de la Columna Durruti, desmoralizados abandonaban el frente. Ya no existía manera de lograr avances reales sobre los militares y muchos creían importante regresar a la retaguardia para influenciar en la dirección que la CNT se estaba encaminando. 

Agrupación los Amigos de Durruti, evolución intelectual y programática de anarquismo español

Tras la prematura muerte de Durruti y la avanzada contrarrevolucionaria desde el interior de la república, en marzo de 1937, en el territorio de Gelsa centenares de milicianos abandonaron el frente para volver a la retaguardia. Se llevaron consigo las armas y el disgusto de ver el mal rumbo que tomaba la guerra y la Revolución.

Ya en Barcelona los milicianos vueltos del frente se unieron a varios anarquistas opuestos a la dirección colaboracionista. Crearon así la Agrupación los Amigos de Durruti. Diferentes a las Juventudes Libertarias o a la Federación Anarquista Ibérica, se constituyeron en una agrupación interior del sindicalismo anarquista. Era necesario pertenecer a la CNT para formar parte de la Agrupación. Pretendían encausar a la CNT hacia el camino revolucionario, abandonando la colaboración de clases y la subordinación popular al Estado. Crecieron rápidamente llegando a tener cinco mil afiliados hacia mayo de 1937. Durante el corto tiempo de existencia, los Amigos de Durruti desarrollaron una intensa labor propagandística. Mítines, publicaciones periodísticas activas y críticas, reparto de octavillas y manifiestos, además de boicotear a Federica Montseny durante un acto propagandístico donde pretendía ser oradora.

Eran más que un grupo de afinidad por la cantidad de afiliados, como también por sus objetivos ideológicos y organizativos. Pretendían una vuelta a los orígenes ortodoxos de un anarquismo más intransigente e insurreccionalista y nuclearon dentro de la Agrupación a varios militantes de la FAI descontentos. Sus dos dirigentes más notorios fueron Jaime Balius y Pablo Ruiz.

Hicieron público el programa que impulsaban hacia abril de 1937. Allí planteaban revertir la política claudicante, colaboracionista y contrarrevolucionaria que desarrollaba la CNT. En el manifiesto que esbozaban a las masas proletarias proponían las siguientes medidas:

– La construcción de una Junta Revolucionaria integrada por obreros, campesinos y combatientes.

– Una economía controlada por los sindicatos fuera de la intromisión estatal.

– Lucha sin posibilidades de armisticio o rendición al enemigo militar y fascista.

– Construir un Ejército Revolucionario diferente al del aparato republicano.

– Liquidar a los enemigos de la Revolución.

– Establecer una justicia revolucionaria en manos proletaria.

Además de que exigían la liberación de militantes anarquistas encarcelados por el Estado republicano.

En tales exigencias, sobresale la necesidad de competir con el Estado republicano en la constitución de un poder obrero ajeno a los intereses de la Generalidad y la burguesía. Y con tales expectativas, es entendible que la dirección burocrática de la CNT los haya criticado de marxistas. Pero creer que los Amigos de Durruti eran una consecuencia del entrismo trotskista es desacertado, ya que fue desde las filas del POUM quienes vieron en ellos la posibilidad de una continuidad revolucionaria, y no al revés.

Al respecto André Nin del POUM escribía:

…Los militantes de la CNT y de la FAI se dan cuenta de que la titánica lucha que se está desarrollando actualmente en España exige rectificaciones importantes; pero no se atreven a llevarlas hasta sus últimas consecuencias. La rectificación de su inveterado apoliticismo les ha llevado a la participación en los organismos gubernamentales, es decir, a la colaboración con los partidos burgueses. Si llegasen, con nosotros, a la conclusión de que la única salida de la situación es un gobierno obrero y campesino, la revolución estaría salvada. (…) El objetivo, por otra parte, es relativamente fácil de lograr. La clase trabajadora no está todavía desarmada. Conserva posiciones estratégicas importantes. Su peso específico es enorme. Nada se puede hacer sin ella. Y, SI QUIERE, nada podrá hacerse contra ella. Aunque no tan favorable, como en los primeros meses de la revolución, la correlación de fuerzas es tal que el proletariado, en las circunstancias actuales, puede hacerse con el poder sin recurrir a la insurrección armada. Basta con que ponga en juego toda su fuerza organizada con la decisión inquebrantable de llevar la revolución hasta las últimas consecuencias…[23]

Los “incontrolados´´ se plantearon al igual que el POUM presionar a la dirigencia del anarquismo sindicalista y a las masas trabajadoras para tomar las riendas del proceso revolucionario.

Es en las “jornadas de mayo de 1937´´ cuando en Barcelona se desatan las tensiones que se venían acumulando entre las diferentes fuerzas políticas que se disputaban el control de la región. El 3 de mayo el gobierno intenta recuperar el control de la Telefónica enviando guardias de asalto lideradas por funcionarios estalinistas. Siendo uno de los bastiones anarquistas, el control de las comunicaciones telefónicas, conjuntamente con la vigilancia de las fronteras y las patrullas de control, fue éste el objetivo a demoler desde el poder estatal. Pero la respuesta de las bases proletarias no se hizo esperar. Al momento de abordar el edificio que permanecía incautado por la CNT, los elementos estatales fueron recibidos por los disparos de las ametralladoras libertarias dentro del lugar. Es desde ese momento que se sucedieron varios días de enfrentamientos callejeros en donde se elevaron barricadas, muriendo muchos comunistas y anarquistas en los enfrentamientos entre ellos.

Manuel Escorza fue uno de los impulsores de esas jornadas de autodefensa libertaria. Como ya se ha explicado, uno de los bastiones anarquistas era el control de las comunicaciones, que respondían al servicio de inteligencia de la CNT en manos de la dirección del ya nombrado militante libertario. Guillamón nos explica que desde la independencia con la que contaba la inteligencia anarquista se realizaron diversos actos represivos, no sólo a las filas fascistas y la oposición política, sino también sobre el mismo movimiento anarquista que no respondía a las órdenes de la CNT. Siendo una suerte de militante ejecutor al servicio del sindicalismo anarquista, en las jornadas de mayo. Escorza percibió la actitud del Gobierno catalán que desde la Generalidad consideraba que ya podían prescindir de la CNT rompiendo la alianza de clases, terminando con la política de pactos con el anarquismo. Escorza respondió ante el intento de tomar la telefónica sacando a los militantes bajo su órbita de acción a las calles. Los dirigentes cenetistas consideraron tal movimiento como imprudente, por lo que luego de algunos días de enfrentamiento callejero, solicitaban a los revoltosos a abandonar las armas y volver al trabajo. La burocracia de la CNT no consideraba que romper la alianza con la burguesía republicana fuese necesario en ese momento. Además, la dirigencia anarquista estaba en pleno cortejo con el comunismo soviético, por lo que se debía mostrar a los militantes anarquistas, dóciles a las direcciones centrales y favorables a entablar lazos con el estalinismo.

En tal situación, la Agrupación los amigos de Durruti ejerció una labor de agitación activa en las barricadas barcelonesas. Incitó a la militancia anarquista a tomar el control de la situación revolucionaria, renegando de una dirección burocrática a la que calificaba de traidora. Se puede afirmar que Los Amigos de Durruti fueron el grupo revolucionario con el plan de acción más lúcido y claro, respecto a la ruptura con el orden republicano y burgués. Mientras la CNT sacaba sus militantes a las calles, pero luego los enviaba de vuelta a sus casas, los Amigos de Durruti planteaban su programa como una alternativa viable. Editaron El Amigo del Pueblo, publicación que al entrar a la ilegalidad se les permitió seguir siendo editado en las imprentas del POUM.

Ante la persecución política y las falsas acusaciones que el POUM empezó a recibir desde los sectores comunistas del gobierno, la Agrupación se solidarizó con ellos. Igualmente que Durruti, la Agrupación carecía de militantes intelectuales orgánicos, eran más bien hombres de acción. Tampoco se planteaban sustituir a la dirección cenetista, ya que no contaban con el prestigio y la antigüedad en la dirección de las masas proletarias y campesinas. Más bien trataron de generar una influencia en las bases militantes, que la circunstancia histórica no les permitió profundizar.

Después de las jornadas de mayo, las únicas barricadas que quedaron en pie en Barcelona fueron las del PSUC, como demostración de victoria sobre una claudicante dirección anarquista. Seguidamente se inició la persecución política al POUM acusándolos de responsables por las jornadas de enfrentamiento callejero.

Definitivamente el impulso revolucionario estaba acabado tras la derrota proletaria de mayo. Los dirigentes anarquistas perdieron toda influencia sobre sus elementos más radicales, como el prestigio que habían acumulado con años de militancia. La pasividad durante todo el proceso atravesado hasta ese momento, no sólo claudicó la revolución, sino que a la posteridad hizo que se asocie a los anarquistas con el orden republicano. 

La militarización terminaría imponiéndose a todos los camaradas revolucionarios, que bajo la dirección centralizada de los mandos comunistas soviéticos no lograrían vencer a los militares sublevados aliados a los fascistas alemanes e italianos. Se repitieron escenas heroicas en el desbande y huida de los revolucionarios y revolucionarias, como además varios elementos revoltosos se negaron a aceptar la derrota volcándose a la guerrilla urbana en la clandestinidad.

Lo cierto es que todo el poder proletario hacia mayo de 1937 se había disuelto en favor del Estado que se había recuperado en su labor represiva garante del orden burgués. La revolución que se había iniciado desde las bases del pueblo trabajador había encontrado sus límites no sólo en la coyuntura internacional, sino que además chocaron con la poca confianza de llevarla adelante desde los mismos dirigentes anarquistas que se fueron transformando en colaboradores con el orden que durante años pretendieron derrocar.

Así, ya hacia el final de la guerra en 1939 podemos ver cómo el papel del anarquismo español había perdido su potencial revolucionario. Sin dudas uno de los golpes más duros para el anarquismo sindicalista. La colaboración con las autoridades de la república no fue en absoluto beneficiosa para los libertarios.  Así reflexionó Diego Abad de Santillán en ¿Por qué Perdimos la Guerra?:

“No se nos acusará de haber perturbado los planes del Gobierno republicano- comunista, pero se nos puede acusar de no haberlos perturbado, y ante el porvenir esta acusación pesará mucho más”. [24]

Conclusiones:

 Como ya lo hemos explicado, las expectativas de los trabajadores, en la reforma social no lograron ser resueltas por el gobierno republicano, ya que las fuerzas del orden tradicional y burgués se negaban a ceder beneficios para el proletariado. Esta situación fue profundizando no solo los antagonismos entre clases, sino hacia dentro de ellas, decantando en diferentes proyectos políticos que se enfrentarían durante el proceso estudiado.   ¿Qué pretendían lograr los revolucionarios?  Los libertarios españoles y muchos que con ellos se congregaron a combatir el fascismo, lejos de ser unos colaboradores con el orden burgués, eran unos claros detractores y subversivos del status quo republicano. En la práctica llevaron adelante el ejercicio de la socialización de la economía en Cataluña, como además impulsaron las colectivizaciones campesinas en Aragón. Si bien el anarquismo cenetista no contaba con peso en todos los pueblos y ciudades, ejerció la suficiente presión como para que el gobierno burgués se viera forzado a establecer pactos y alianzas con ellos. Queda demostrado que sin la fuerza del proletariado barcelonés el alzamiento militar hubiese ganado rápidamente. Franco consideraba que tal movimiento sólo sería un paseo militar por España, la realidad demostró que por la fuerza de la clase trabajadora, la conquista del territorio se extendió durante tres años de guerra y varios de resistencia guerrillera.

Guillamón nos plantea que la vieja discusión entre marxistas y anarquistas queda sellada, en favor del autoritarismo, ya que con esta experiencia queda demostrado que las revoluciones son totalitarias o son derrotadas. A tal reflexión se le puede agregar que efectivamente era necesaria la imposición por la fuerza de los objetivos del conjunto del proletariado para continuar efectivamente por el camino de la Revolución Social, pero en ningún momento los anarquistas intentaron imponer un orden político que acompañara las medidas económicas y sociales que tomaron.

Vale la pena recordar que el anarquismo no es una doctrina acabada y finalizada, sino que se nutre de absolutamente todas las contribuciones del campo socialista del que forma parte. Pensar que los anarquistas dejan de ser anarquistas porque utilizan categorías de análisis marxistas, es simplificar la discusión tendenciosamente. Pero no se puede negar que la Agrupación los Amigos de Durruti dio un paso necesario en la praxis del movimiento anarquista. Aquí las tensiones en la teoría anti estatal o “anti poder´´, se encuentran con la necesidad de establecer algún tipo de autoridad que organice las fuerzas populares. Los anarquistas dirigentes de la CNT, a pesar de contar con un capital simbólico e intelectual que les daba un importante prestigio frente a sus militantes de base, carecieron de la capacidad suficiente como para romper con el orden burgués y republicano. Es decir que no supieron llevar adelante sus postulados finalistas, cayendo en una alianza de clases antifascista.

La tensión entre anarquistas y comunistas siempre estuvo presente, actos de violencia entre la clase obrera no faltaron (asesinatos y venganzas políticas). Ya en las jornadas de mayo, podemos ver abiertamente el enfrentamiento entre los proletarios libertarios y los partidos republicanos bajo la órbita de influencia soviética. La disciplina estalinista brindaba mayores seguridades de orden y respeto a la propiedad privada que la fuerza de los trabajadores nucleados en la CNT. Así claramente se puede observar cómo el triunfo del orden Estatal representó la lapidación de las posibilidades revolucionarias.

Los héroes de las jornadas de julio que en un principio se constituyeron en las voces de la insurrección y el pueblo en armas, con el paso de los meses, al carecer de un programa de acción claro se hicieron colaboradores del orden burgués.

La posibilidad de apartarse de la polarización e idealización entre buenos y malos, para intentar abarcar la mayor complejidad de los hechos y determinar las responsabilidades de cada fuerza política, nos hará ver la realidad con una mayor riqueza de recursos. No sólo fue un conflicto entre fascistas y republicanos, como tampoco fue solo una guerra civil entre españoles, ya que la intervención extranjera estuvo presente y jugo un importante papel. La voz de los proletarios y proletarias, campesinos y campesinas que querían cambiar el mundo clama por no ser olvidada. Con estas líneas tratamos de hacerles un poco de justicia y traerlos a nuestra historia contemporánea, recuperándolos del olvido y del ninguneo.   

Bibliografía:

– Abad de Santillán, Diego. ¿Por qué perdimos la guerra? Buenos Aires, Imán, 1940.

– Amorós, Miquel. Durruti en el laberinto. Buenos Aires, Libros de Anarres, 2016.

– Beevor, Antony: La guerra civil española, Barcelona, Editorial Planeta, 2015.

– Cardona, G, “Los pronunciamientos militares”, Cuadernos Historia 16, nro 71.

– Cuenca Toribio, J M, “La república”, Cuadernos Historia 16, nro 63.

– Guillamón, Agustín: Barcelona, mayo de 1937. Buenos Aires, Libros de Anarres, 2019.

– Guillamón, Agustín, Barricadas en Barcelona. La CNT de la victoria de julio del 36 a la necesaria derrota de mayo de 1937, Rosario, Lazo Negro, 2013.

-Guillen, Abraham: Historia de la revolución española. Buenos Aires, Coyoacán, 1961.

– Gómez Casas, Juán: Historia de la FAI, Madrid, Fund. Anselmo Lorenzo, 2002.

-López, Ángel Herrerín: “El insureccionalismo anarquista durante la segunda república”, Cataluña, Boletín de Historia Contemporánea de España, 2017.

Náñez Daniel Guillermo: “Abraham Guillén: Los remotos orígenes de la guerrilla peronista 1955-1960”, Berazategui, “Historia” Año 4 N°3 2008.

– Nin, André. La Batalla, 14 de marzo de 1937. Digitalización: Martin Fahlgren, 2011. Edición: Marxists Internet Archive, agosto de 2011.

-Orwell, George: Homenaje a Cataluña, Buenos Aires, Tusquets Editores, 2014.

– Trotsky, León: La victoria era posible. Escritos sobre la revolución española (1930-1940), Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Ediciones IPS, 2014.

– Xamardo, M y Azkargorta,A: “ Terror, terrorismo y revolución francesa” en Garcia Herrera, M A Derechos humanos y revolución francesa”, Bilbao, Universidad del País Vasco, 1991.

[1] Agustín Guillamón. Barcelona, mayo de 1937. P 15.

[2] En relación al “Manifiesto de los treinta” que presentaron a la CNT en 1931.

[3] Ángel Herrerín López El insurreccionalismo anarquista durante la II República

[4] Ángel Herrerín López El insurreccionalismo anarquista durante la II República.

[5] Ángel Herrerín López El insurreccionalismo anarquista durante la II República

[6] Ángel Herrerín López El insurreccionalismo anarquista durante la II República

[7] Agustín, Guillamón. Barricadas en Barcelona. P 41.

[8] Agustín, Guillamón. Barricadas en Barcelona. P 42.

[9] Presidente de la Generalidad de Cataluña (integrante de Ezquerra Republicana).

[10] Agustín, Guillamón. Barricadas en Barcelona. P 48.

[11]

[12] Agustín, Guillamón. Barricadas en Barcelona. P 73.

[13] Partido Obrero de Unificación Marxista.

[14] Partido Socialista Unificado de Cataluña (Unión de comunista y socialistas)

[15] Ezquerra Republicana de Catalunya

[16] Amorós, Miquel. Durruti en el laberinto. P 67.

[17] Amorós, Miquel. Durruti en el laberinto. P 105.

[18] Amorós, Miquel. Durruti en el laberinto. P 106.

[19] Amorós, Miquel. Durruti en el laberinto. P 111.

[20] Amorós, Miquel. Durruti en el laberinto. P 114.

[21] Amorós, Miquel. Durruti en el laberinto. P 127

[22] Agustín, Guillamón. Barricadas en Barcelona. P 118.

[23] André Nin. La Batalla. 14 de marzo de 1937.

[24] Diego Abad de Santillán. ¿Por qué perdimos la guerra? Capítulo X




Fuente: Alasbarricadas.org