EL CASO IRLANDÉS
EN LOS TIEMPOS DE MARX Y ENGELS
En sus escritos sobre Irlanda, Marx y Engels
elaboraron la estrategia a seguir para las colonias en la etapa del desarrollo capitalista
temprano, consistente en que el proletariado de esas regiones periféricas contribuyera a
eliminar las trabas que impedían generalizar las relaciones de producción burguesas.
Pero reflexionaron a partir de la específica situación de esta nacionalidad oprimida por
el capital inglés durante la década de los años cincuenta y sesenta del siglo pasado.
En primer lugar, Irlanda era por entonces el asiento de los grandes
propietarios de tierras de nacionalidad inglesa y, por tanto, ese país oprimido
constituía una fuente importante de plusvalor que los terratenientes ingleses extraían
del trabajo social de Irlanda para capitalizarlo en la metrópoli. Esta operación se
cumplía de modo sistemático a través del expolio sobre los arrendatarios. Al hacer
aumentar la renta territorial en proporción al aumento en las ganancias de sus
arrendatarios, los terratenientes retrasaban el desarrollo de las fuerzas productivas en
el campo al restar fondos de inversión en capital fijo aplicado al trabajo social
agrario; los productos de este origen que constituían el consumo directo de los
trabajadores resultaban así más caros, presionando al alza de los salarios mínimos de
subsistencia en la industria urbana y al consecuente descenso de la ganancia industrial,
recortando así la acumulación de capital necesaria para dar empleo a la masa obrera
disponible según el crecimiento vegetativo de la población.
De este modo, tanto en el campo como en la ciudad, el aumento de la
población obrera irlandesa no se traducía en más empleo sino en paro creciente, cuya
única alternativa era la emigración. En Irlanda, este sistema de expolio por mediación
del aumento confiscatorio en los alquileres de las tierras arrendadas, fue llevado al
extremo de imponer las condiciones que a la postre provocaron la desaparición de la
figura del arrendatario, del pequeño campesino irlandés. En los años 50, Marx denunció
esta situación publicando artículos en la prensa alemana y norteamericana reivindicando
los derechos de los arrendatarios:
<<Los terratenientes ingleses de Irlanda están confederados
para una guerra perversa de exterminio contra los campesinos; se combinan para el
experimento económico de limpiar las tierras de bocas inútiles. Hay que acabar con los
pequeños hacendados locales sin mayores fatigas que lo hace una criada con un bicho.
Aquellos desdichados, desesperados, por su parte, intentan una débil resistencia a
través de la formación de sociaedades secretas, diseminadas por todo el territorio e
impotentes para llevar a cabo nada que sobrepase a manifestaciones de venganza
individual>> (K.Marx: “New York Daily Tribune” 11 de enero de
1859)
De ahí que el sistema de grandes posesiones de tierras, de tal modo
convertido en un problema nacional por excelencia, combinado con el paro obrero, se
mantuviera en Irlanda con la ayuda del ejército inglés. De estas condiciones objetivas,
Marx extrajo la conclusión política de que sólo la expropiación de los terratenientes
por medio de la nacionalización de la tierra -reforma radical democrático burguesa
aconsejada por los economistas clásicos- resolvería la cuestión nacional en Irlanda.
Por tanto, Marx y Engels definieron la resolución de la cuestión nacional en Irlanda
durante el período del capitalismo temprano del siglo XIX, como una revolución de
carácter agrario nacionalista burguesa, cuyo programa debería girar en torno a tres
consignas:
- Autogobierno e independencia respecto de Inglaterra.
- Revolución agraria y
- Aranceles proteccionistas para ayudar a levantar de nuevo la industria destruida por los
ingleses.
Y vieron con claridad que estas consignas solo podrían ser cumplidas
en suelo irlandés por los pequeños y medianos agricultores, el proletariado rural, los
artesanos y la clase obrera industrial. Y para eso, no sólo tendrían en el otro bando a
la alianza entre Inglaterra y los terratenientes locales, sino también a la burguesía
nacional-liberal.
Pero esta revolución no se consolidaría sin el apoyo activo de la
clase obrera inglesa. Y el caso era que, habiendo llevado al extremo la explotación de
los asalariados y arrendatarios irlandeses, la burguesía inglesa provocó la
despoblación del campo, la desindustrialización en las ciudades y la emigración masiva
de mano de obra irlandesa hacia Inglaterra, lo cual hizo aumentar el ejército de reserva
de mano de obra en suelo Inglés, empeorando todavía más la situación de la clase
obrera inglesa. Tal era por entonces la base económica que fomentó la división
política entre el proletariado de esas dos nacionalidades en campos enemigos:
<<El ardor revolucionario del obrero celta no se une
armoniosamente a la naturaleza positiva, pero lenta, del obrero anglosajón. Al contrario,
en todos los grandes centros industriales de Inglaterra existe un profundo
antagonismo entre el proletariado inglés y el irlandés. El obrero medio inglés odia al
irlandés, al que considera como un rival que hace que bajen los salarios y el standard
of life. Siente una antipatía nacional y religiosa hacia él. Lo mira casi como
los poor whites de los estados meridionales de Norteamérica miraban a los
esclavos negros. La burguesía fomenta y conserva este antagonismo entre los proletarios
dentro de Inglaterra misma. Sabe que en esta escisión del proletariado reside el auténtico
secreto del mantenimiento de su poderío>> (K. Marx: “Extracto de
una comunicación confidencial” 28/03/870)
Ahora bien, dadas las condiciones de la lucha económica en Irlanda:
- que se concentraba en la propiedad territorial;
- que tenía un carácter nacional, y
- que al pueblo de Irlanda le asistían razones para ser más revolucionario y estar más
exasperado que el proletariado inglés,
Marx previó con razón que para superar esta división política entre
los asalariados ingleses e irlandeses, el sistema de dominación debería empezar por
desmoronarse en Irlanda. Solo así podría extenderse a Inglaterra, que era el objetivo
revolucionario estratégico. De ahí que aconsejara a la Primera Internacional el apoyo
más decidido a la lucha del pueblo irlandés por la defensa de la patria contra el
colonialismo inglés y por el derecho a su autodeterminación nacional.
<<Por tanto, la actitud de la Asociación Internacional en el
problema de Irlanda es absolutamente clara. Su primer objetivo es acelerar la revolución
social en Inglaterra. Con tal fin es preciso asestar el golpe decisivo en
Irlanda…>> (Ibíd)
Durante el último tercio del siglo XIX, el problema de la tierra en
Irlanda se agudizó en grado extremo. La importación de grano procedente de los EE.UU.
hizo bajar tanto los precios agrarios, que muchos arrendatarios irlandeses no podían
pagar la renta a los terratenientes ingleses, con lo que crecieron los deshaucios y las
tensiones con el gobierno inglés responsable de esa política exterior de laissez faire.
Esta situación hizo más perentoria para los campesinos irlandeses la necesidad del
autogobierno, de un Parlamento propio en el que discutir y resolver sobre los propios
asuntos de Irlanda. Dicha aspiración recibió el nombre de Ley de autonomía (Home Rule).
De momento, esa necesidad y aspiración nacional se tradujo en la creación de la Liga
Territorial de Irlanda, cuya finalidad inmediata consistió en exigir que se promulgara
una ley que redujera los alquileres y facilitara el traspaso gradual de la propiedad de
las tierras a los arrendatarios que las trabajaban.
Ante el inmovilismo de los virreyes se desató la lucha armada contra
los terratenientes y pronto se establecieron zonas en que la administración de justicia
estuvo oficiosamente en manos de la Liga. Una de las medidas más eficaces fue condenar al
ostracismo rehusando todo trato con quienes volvieran a arrendar el terreno de un
deshauciado; esta acción fue ideada y puesta en práctica en el condado de Mayo por un
tal capitán apellidado Boycot, palabra que, merced a la formidable carga explosiva de
rebeldía social contenida en ella, fue adoptada en varios idiomas como sinónimo de
aislamiento, exclusión, desprecio y oprobio.
Esta actitud de rebelión abierta disuadió al gobierno Inglés y en
1881 se promulgó el Acta de la Tierra, que garantizaba la definitiva posesión de la
tierra a quienes pagaban sus rentas y establecía que cualquier arrendatario que dejaba
una finca, debería ser compensado económicamente por toda mejora que hubiera hecho en
ella. También decretaba que las rentas deberían ser fijadas no por el terrateniente sino
por un Tribunal Territorial.
Pero esta medida del gobierno inglés no fue suficiente para calmar el
ímpetu de los fenianos que, desde EE.UU., siguieron reclamando la independencia en unidad
de la Isla. Así, en 1886, la Liga territorial de Irlanda, creada por el
terrateniente irlandés Parnell, derivó en el Partido Parlamentario Irlandés
(IPP) que hizo campaña en el parlamento inglés por la Ley de Autonomía. En las
elecciones generales de 1885, este partido que agupaba a los campesinos propietarios de
tierra irlandeses interesados en el autogobierno, consiguieron 85 de los 103 escaños en
la Cámara de los Comunes, asegurándose el papel de bisagra entre los liberales ingleses
de Gladstone y los conservadores de Lord Salisbury, de modo que la Ley de autonomía pasó
a ser una de las cuestiones candentes de la política inglesa.
Esta nueva situación
resultó amenazadora para los irlandeses protestantes del norte. Del millón de
ellos que vivían en Irlanda, casi la mitad se concentraban en el Ulster. A diferencia
de lo sucedido en Irlanda del Sur, donde la política colonial de Inglaterra
descapitalizó y despobló sus tierras, impidiendo que la revolución industrial
echara raices en esa parte de la Isla, otra cosa sucedió en el Ulster, donde
desde los tiempos de Enrique VIII, se llevó a cabo la implantación de colonos
protestantes ingleses y escoceses que se impusieron en número y ostentación
de riqueza a la masa indígena de origen católico. (1)
Los recién llegados,
gente más rica instruida y audaz que los oriundos campesinos católicos, establecieron
en el Ulster las primeras empresas industriales y comerciales. De la cercana
Escocia -separada de Irlanda tan sólo por un estrecho de 22 Km., llegaron también
en el curso del siglo XIX los metalúrgicos. A ellos se debe la instalación de
los astilleros de Belfast. Desde hace más de cien años el gobierno inglés se
impuso la política de Estado -con independencia de la alternancia de los partidos
burgueses a cargo del gobierno- de ayudar a esta provincia que sigue formando
parte del Reino Unido. La industria textil pudo florecer aquí porque en Inglaterra
no hubo otra capaz de hacerle sombra; la prosperidad llegó así a Belfast y la
población de esta ciudad creció pasando de 20.000 habitantes en 1800 a 100.000
en 1850. Años más tarde, la construcción naval pasó a ser la industria más importante
de la zona. En el transcurso de esos años quedaron definitivamente selladas
las diferencias fundamentales entre Belfast y Dublin, el desarrollo desigual
entre el Norte y el Sur de Irlanda. (2)
Desde aquellos
tiempos la mayoría protestante irlandesa del Norte siempre tuvo claro que su
mayor prosperidad relativa, tanto respecto del sur, así como de las minorías
católicas del norte, depende de los estrechos vínculos económicos y políticos
con su madre adoptiva: la burguesía inglesa. Y aunque la Ley de Autonomía seguía
dejando los asuntos internacionales, las decisiones sobre guerra y paz, e incluso
el control de aduanas e impuestos de Irlanda en manos del Parlamento imperial,
la fracción protestante del Norte veía en esa medida un intolerable primer paso
hacia la definitiva ruptura de vínculos con Inglaterra.
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notas
(1)
La génesis política de este flujo hacia Inglaterra de mano de obra excedente,
causa del antagonismo entre obreros ingleses e irlandeses, remite al reinado
de Enrique VIII de Inglaterra, quien tras romper con el Papa Clemente VII porque
no autorizó su divorcio con Catalina de Aragón, fundó la iglesia anglicana de
la que a intancias del parlamento, se hizo proclamar jefe espiritual. Esta nueva
situación le indujo a acabar con el poder de la aristocracia irlandesa, anexando
sus tierras a la Corona Imperial del Reino de Inglaterra para luego repartirlas
entre colonos ingleses y escoceses leales a su majestad.
Durante la época de Isabel I de Inglaterra, hija y sucesora de Enrique
VIII, los nobles irlandeses insurgentes buscaron apoyo en el soberano español Felipe II,
para convertir a Irlanda en una base católica de hostigamiento al anglicanismo de la
Corona Inglesa, de la misma forma que el gobierno inglés apoyaba la revuelta holandesa
para socavar el poderío español. En 1579, la Santa Iglesia Católica y el rey de España
prestaron ayuda a la rebelión de Munster, que recibió la bendición del Papa Gregorio
XIII como cruzada.
En 1601, una fuerza española de más de 3.000 hombres llegó a
Kinsale, en Munster para apoyar de la rebelión del conde de Tyrone. Derrotado por las
fuerzas de Jacobo I sucesor de Isabel I en el trono de Inglaterra, las tierras que
ocupaban seis de los nueve condados de Irlanda hasta entonces en poder del conde de
Tyrone, fueron entregadas a colonos protestantes ingleses.
En un tercer momento, a mediados del siglo XVII, durante la guerra
civil en Inglaterra desatada a raíz del conflicto entre la corona y el parlamento, los
rebeldes irlandeses se apoyaron en Carlos I de Inglaterra contra los puritanos liderados
por Oliverio Cronwell, principales enemigos de las aspiraciones irlandesas. Para el
parlamento inglés, perder el poder sobre Irlanda supondría poner en peligro los
intereses de la aristocracia inglesa, restablecer el catolicismo y volver a convertir
Irlanda en una potencia base para la intervención extranjera.
Tales fueron las condiciones políticas que tuvieron por desenlace la
revuelta irlandesa de 1641, cuyos hechos políticos más significativos fueron el
restablecimiento de la Iglesia católica, la creación de un gobierno central, la
negación entre todas las diferencias nacionales entre todos los católicos de Irlanda y
la aceptación de todos los católicos que desearan incorporarse a la Unión. De esta
manera, la confederación irlandesa asumió un carácter nacional, proclamó la defensa de
la iglesia católica y la fidelidad a la corona de Inglaterra.
En 1649, un ejército
enviado por la República al mando de Oliver Cronwell llegó a Irlanda y en una
rápida campaña derrotó a los rebeldes aniquilando a más de tres mil personas.
Después de su salida en 1650, otras expediciones sangrientas completaron en
dos años la reconquista inglesa. Así fue como el régimen inglés impuso una nueva
colonización a intancias del mayor acto de confiscación en la historia de Irlanda.
Vastas extensiones del Eire pasaron a ser propiedad de terratenientes ingleses
destinadas a pasturas para la cría de ovejas y vacas.
(2)
En Irlanda del norte, por el contrario, se llevó a cabo la implantación de colonos
protestantes ingleses y escoceses que se impusieron en número y ostentación
de riqueza a la masa indígena de origen católico. Los recién llegados, gente
más rica instruida y audaz que los oriundos campesinos católicos, establecieron
en el Ulster las primeras empresas industriales y comerciales. De la cercana
Escocia -separada de Irlanda tan sólo por un estrecho de 22 Km., llegaron también
en el curso del siglo XIX los metalúrgicos. A ellos se debe la instalación de
los astilleros de Belfast. Desde hace más de cien años el gobierno inglés se
impuso la política de Estado -con independencia de la alternancia de los partidos
burgueses a cargo del gobierno- de ayudar a esta provincia que sigue formando
parte del Reino Unido.
Publicado originalmente en en Nodo50
Fuente: Nortedeirlanda.blogspot.com