El
crimen que nos despojó de nuestra cultura en formación tiene muchos
rastros y señales; la clave gastronómica es apenas una de ellas.
Así como los agroindustriales nos convencieron de que el conuco es
prehistórico, cochino, chabacano e indigno, esas y otras hegemonías
nos han inculcado el asco, el desprecio y el temor a las casas de
barro (para vendernos cemento), a la caza y la pesca como cultura
cinegética (para vendernos carne de vaca), a la posibilidad de hacer
con nuestras manos lo que en el capitalismo hacen los esclavos. Y
así, nos enseñaron también a detestar nuestros olores corporales
(oler a ser humano es oler a mierda: usa jabón y desodorante),
nuestro color (tintes, maquillajes), nuestra forma de hablar
(diccionarios, cursos y policías del lenguaje “correcto”, como
lo hablan y escriben los españoles), nuestra música.
Cuando
Chávez propuso llenar las azoteas de los edificios de sembradíos y
gallineros verticales la reacción generalizada fue de asco, risa y
pena ajena, porque para unos seudocosmopolitas acostumbrados a la
sifrina idea de que solo se puede ser gente si se es profesional o
intelectual, está bien el orden que divide a la humanidad en
esclavos (pobres), amos (ricos) y parásitos (clase media). ¿Para
qué enseñar a mi hijo a hacer casas si ya hay niños de su edad,
hijos de esclavos albañiles, que se la harán en el futuro? ¿Para
qué enseñarlo a sembrar si ya hay hijos de campesinos condenados a
no saber hacer otra cosa sino regar unas plantas de las que no van a
comer porque le pertenecen a la agroindustria? ¿Para qué enseñar a
mis hijos a hacer una mesa o silla o casa si esas cosas ya las venden
hechas, y de polietileno? ¿Para qué enseñarles a hacer zapatos o
pantalones, si cuando sean profesionales van a poder ir a Zara? ¿Para
qué enseñarles a tocar un cuatro o una bandola si por una módica
suma aportada por el Estado puede aprender a tocar violín o el corno
francés, cosa que da más caché y es más culllllta que andar
tocando tambores? De esto, y no de otra cosa, está hecha la afrenta
del empresario bobo (uno llama “bobos” a quienes nos
someten y nos aplastan a nosotros los vivos, y de paso se enriquecen
con ello, ustedes me entienden) que nos convenció de que la comida
solo es comida si se compra y se vende masivamente.
Fuente: Arrezafe.blogspot.com