April 19, 2021
De parte de A Las Barricadas
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Bueno, hace unos días me dio por comentar cosas de la transexualidad, y mencioné alguna experiencia en torno a ese asunto, porque tuve amistad con un hombre trans, a quien llamaré Nick Cravat por el parecido de esta persona con el actor. Bajito, fuerte, delgado, moreno, con barba. Comenté que conocí a Nick en un gimnasio al que iba por una serie de amenazas de muerte que recibí en aquellos años, y allí me relajaba dando mamporros en el tatami a guardias civiles y de seguridad… Pero al grano, que me disperso.

Nick era un hombre tímido. Ser transexual no le había ayudado mucho en lo de aceptarse a sí mismo. O sea. Quería ser un hombre, tomaba testosterona, pero no era suficiente tener un aspecto externo de varón. Tener un útero, unos ovarios y una vagina, le llevaba por la calle de la amargura. Me decía que al menos quería operarse las tetas, y quedarse hueco. Lo de la vagina lo aceptaba a regañadientes, y al fin y al cabo le había crecido mucho el clítoris… Yo se lo vi varias veces, y puedo decir que lo tenía más grande que muchos tíos. Era un tanto perturbador para mí.

Un día, con el tema de buscar soluciones, aceptarse a sí mismo y todo eso, porque lo de operarse en aquellos tiempos era complejo, (y lo sigue siendo como no tengas pelas), me comentó que quería a ir a una especie de retiro espiritual, una cosa de esas de autoayudas, yoguis, sanación, energías, que odio con todas mis fuerzas, para facilitar el acercamiento de sí mismo. Y quería que yo lo acompañara, para no ir solo. Eso sería hace unos diez años. Tras exponerle mis reticencias, que se resumen en que “todo eso de la sanación alternativa es un montón de mierda”, y ante su insistencia y promesas de divertirnos mucho,  le dije que vale, que sería curioso ver eso de cerca. Hay que viajar –me dije–. Hay que salir del pueblo en vez en cuando.

Así que en mi vigoroso Seat Panda de los ochenta, nos pusimos en ruta hacia una finca situada entre San Nicolás del Puerto y Alanís. El sitio en cuestión era una parcela muy mona, con una especie de nave en la que habían puesto camastros y cocina. Fuera había un césped con riego de aspersores, varios frutales, algunas encinas, un huerto escuálido, un pozo y una casita. Y una cabra también andaba por allí. Apoquinamos cada uno 120 euros por el fin de semana al organizador, de nombre Salomón, con comida y todos los talleres incluidos. Lo primero que hizo el tío fue darme un abrazo que me sentó regular, pero aprovechando el momento de euforia que trasmitía, le dije que nosotros dos, por ser un matrimonio, nos quedábamos en la casita, que tenía una cama grande y un baño. Y dicho y hecho allí nos metimos Nick y yo, y dejamos los trastos. Salomón tenía una cara rara, pero no dijo nada.

Mientras tanto habían ido llegando el resto de participantes, que serían como doce mujeres. Curiosamente varias eran enfermeras a la busca de la panacea. No entiendo por qué personas que son educadas en ciencia dura optan por estas pendejadas, pero bueno, ¿acaso no hay médicos que creen en los vampiros? En fin, que también había una dietista, que era la que iba a preparar la comida. Y dicho y hecho, comenzaron las actividades.

Nos sacaron al césped, con unas esterillas, y allí, sonriendo a todo trapo, empezó la gente a hacer las presentaciones. Cada cual contaba su rollo, en general que estaban fatal de los nervios por esto o por lo otro, o que iban buscando la manera de ayudar a la gente. Nick con mucha prudencia manifestó que no se aceptaba a sí mismo y que iba buscando la auto-aceptación, sin mencionar lo de trans. Y allí cada cual daba su opinión, consejos, todos importantes al parecer. Yo no decía ni pío. Y en las presentaciones se iba la tarde, cuando me pregunta el dirigente Salomón, que yo quién soy y que por qué no digo nada. Modestamente expresé que prefería guardar silencio y escuchar. Que escuchando se aprende mucho, porque yo suelo hablar muchísimo. Insistieron: “¡habla! Dando un suspiro comencé a contar mi vida, remontándome a la Segunda República Española, la violación de mi abuela, el nacimiento de mi padre en un portal, la guerra civil española, mi tío Eladio que lo hicieron esclavo de un cortijo, mi tío Antonio que acabó en Mathausen, y cómo robó un tanque alemán para huir a Suiza, enlazando con mi tatarabuelo el Espartero porque hacía cacharros de esparto… Como ya digo soy una persona capaz de contar largas historias manteniendo al auditorio en vilo ya que mi familia es de tradición oral, o sea, lo contamos todo como si fuera un cuento, y dura por lo menos una hora… Pero que me desvío nuevamente.

Salomón, viendo el panorama, propuso cenar, y desde luego todo el mundo se levantó como un rayo, y volvimos a abrazarnos. Eso, que no nos falten los abrazos. La cabra entró en la nave, a ver qué pasaba.

Así que la dietista con gran alborozo, nos saca a los comensales, (las doce enfermeras, el matrimonio gay y a Salomón), una fuente enorme de algo que puedo llamar cuscús hervido con cuatro pasas jugando al tute. No sé cómo se dirá eso en francés, pero está claro que esa comida se la das a un condenado a muerte en la última cena, y es el colmo de la venganza y la crueldad. Y como nadie decía nada, y todo el mundo parecía tan contento, yo hice mutis por el foro, cogí el coche, me fui a Alanís, me metí en la primera tasca que encontré, y me metí entre pecho y espalda unas patatas a lo pobre con huevo y un litro de cerveza, que me dejaron muy reconfortado. Y antes de que nadie se diera cuenta, tras eructar y orinar, estaba de vuelta, con gesto meditabundo, la cabeza gacha, como si rezara o volviera de alguna experiencia mística. Nick me miraba con los ojos muy saltones: ¿dónde has ido? A pasear ¿A pasear? A pasear. Necesitaba meditar en torno a todo lo que nos han dicho… ¿Y tú Nick estás bien? No sé, me siento raro. ¿Ya te estás aceptando a ti mismo? [pausa] No, pero me siento raro. Lo mismo es que tienes hambre. Pues no sé porque me he comido tu ración. Has hecho bien. ¿No estás enfadado? No, ¿por qué iba a enfadarme contigo? ¡Qué bueno eres! Lo sé…

Y como era tarde y caía la noche, nos fuimos a la cama. Otro día os cuento lo que pasó luego, que me voy por los cerros de Úbeda.




Fuente: Alasbarricadas.org