POLITIKA
–
2020
Las
derechas
chilenas
neoliberales
(la
gubernamental
y
la
de
oposición)
han
vociferado
durante
años
que
el
sistema
político
chileno
se
construyó
a
imagen
y
semejanza
del
español.
Los
Pactos
de
la
Moncloa
significaron
un
acuerdo
de
clases
para
desmontar
formalmente
el
sistema
franquista,
dándole
continuidad
ahora
en
condiciones
de
democracia.
Por
supuesto
que
hay
particularidades
en
cada
caso,
pero
en
lo
sustancial,
las
élites
políticas
chilenas
modelaron
el
sistema
con
la
vista
puesta
en
el
que
se
pactó
en
Madrid
(veleidades
de
la
historia)
un
25
de
octubre
pero
de
1977.
Efectivamente,
una
serie
de
características
dan
cuenta
de
la
similitud
entre
ambos
procesos:
ambos
emergieron
de
pactos
multi
partidistas
y
multi
clasistas
en
los
que
participaron
liderazgos
domesticados
incluso
de
izquierda
que
se
plegaron
a
la
corriente
hegemónica
que
sin
estar
en
la
oposición
al
régimen
saliente,
manejaron
el
proceso
en
dirección
de
sus
intereses
prioritarios.
La
izquierda
y
las
corrientes
sindicales
que
llevaron
la
parte
más
difícil
de
la
lucha
contra
la
dictadura
fueron
excluidas
de
cualquier
participación
en
la
toma
de
decisiones,
aceptando
ser
“furgón
de
cola”
del
tren
de
la
“nueva
sociedad”
que
nacía.
En
los
dos
casos,
los
dictadores
(Franco
y
Pinochet)
dejaron
claramente
trazada
la
ruta
que
habría
de
venir.
En
España,
a
través
del
restablecimiento
de
la
monarquía
borbónica
y
en
Chile,
fijando
“candados”
que
parecían
hacer
inamovible
la
Constitución
impuesta
a
sangre
y
fuego
por
el
tirano.
Ambos
modelos
se
sustentaban
en
el
establecimiento
de
férreos
sistemas
represivos
estructurados
para
favorecer
al
capital
y
marginar
a
las
clases
populares,
atraídas
por
la
necesidad
de
poner
fin
a
las
dictaduras.
Los
dos
países
desarrollaron
sus
procesos
atados
a
las
órdenes
del
gran
capital
transnacional
que
es
el
que
verdaderamente
decide.
España
se
ha
mantenido
amarrada
a
Alemania
y
Chile
a
Estados
Unidos.
Alemania,
fue
un
actor
clave
por
la
influencia
que
ejerció
en
los
actores
nacionales
que
recibieron
su
apoyo,
lo
cual
le
permitió
condicionar
los
resultados
alcanzados
a
partir
del
uso
deliberado
de
la
coerción
a
través
de
las
instituciones
u
organizaciones
internacionales.
También
se
manifestó
el
deseo
de
fiscalizar
el
proceso
de
transición
española
por
parte
de
Alemania,
al
manifestarse
su
interés
por
ocupar
un
papel
central
o
privilegiado
en
el
futuro,
lo
cual
se
hizo
sin
necesidad
de
utilizar
un
medio
como
el
control
directo
y
permanente
de
la
situación
interna,
en
tanto
hubo
confianza
en
los
actores
nacionales
para
alcanzar
los
objetivos
propuestos.
En
este
sentido,
Juan
Carlos
Pereira
Castañares,
catedrático
de
la
Universidad
Complutense
de
Madrid
señaló
que:
“La
actitud
de
la
República
Federal
de
Alemania
puede
ser
considerada
quizá
la
más
importante
[entre]
las
potencias
europeas.
El
propio
ex-canciller
Helmut
Schmidt
ha
escrito
que
´pensábamos
que
en
España
las
circunstancias
eran
especialmente
propicias
para
un
giro
hacia
la
democracia,
y
apoyamos
a
todos
los
partidos
democráticos
y
sindicatos
hasta
donde
pudimos`.
En
efecto,
el
Gobierno
de
Bonn
se
mostró
especialmente
activo,
buscando
una
salida
democrática
al
franquismo
que
conllevase
la
creación
de
un
partido
socialista
de
amplia
base
capaz
de
contener
a
los
comunistas
y
de
constituir
a
medio
plazo
una
auténtica
alternativa
de
gobierno”.
En
el
caso
de
Chile,
después
de
las
grandes
protestas
y
movilizaciones
del
año
1986,
la
gigantesca
introducción
subrepticia
de
armamento
al
país
por
parte
del
Partido
Comunista
y
el
fallido
atentado
contra
el
dictador
en
septiembre
de
ese
año,
Estados
Unidos
entendió
que
Pinochet
debía
ser
removido
so
riesgo
de
una
salida
revolucionaria
a
la
dictadura.
Antes
que
finalizara
el
año,
se
estableció
un
“puente
aéreo”
entre
Washington
y
Santiago
a
través
del
cual
congresistas,
miembros
del
gobierno
y
militares
de
Estados
Unidos
comenzaron
a
presionar
por
igual
a
la
dictadura
y
a
la
oposición
de
derecha
para
buscar
un
consenso
que
llevara
a
una
salida
negociada.
La
derecha
opositora
y
las
élites
de
algunos
partidos
que
habían
sido
de
izquierda
y
que
fueron
domesticadas
en
Europa,
se
plegaron
a
la
negociación
verificada
a
partir
de
la
realización
del
plebiscito
de
octubre
de
1988
y
las
elecciones
de
diciembre
de
1989.
Algunas
proyecciones
recientes
de
estos
pactos
se
han
expresado
a
través
de
la
exclusión,
persecución
y
represión
de
las
nacionalidades:
en
España
a
los
catalanes
y
en
Chile
a
los
mapuche,
cercenando
la
posibilidad
de
autodeterminación
de
pueblos
sujetos
al
control
del
Estado
central
por
vía
de
la
fuerza
y
de
una
justicia
entregada
al
Poder.
De
la
misma
manera,
ambos
países
insertos
en
modelos
de
economía
ultra
neoliberal
desactivaron
sus
sistemas
de
salud
pública
generando
una
incapacidad
manifiesta
para
manejar
la
pandemia,
redundando
en
centenares
de
miles
de
infectados
y
miles
de
muertos.
Ahora,
los
dos
países
han
querido
seguir
unidos
por
la
sandez
gubernamental,
militar
y
policial,
utilizando
la
mentira
que
desprecia
la
inteligencia
del
pueblo.
El
20
de
octubre
del
año
pasado,
dos
días
después
que
iniciara
la
gigantesca
movilización
social
en
Chile,
el
presidente
Sebastián
Piñera
hizo
una
declaración
en
la
que
señaló
que
el
país
estaba
“en
guerra
contra
un
enemigo
poderoso,
implacable,
que
no
respeta
a
nada
ni
a
nadie
y
que
está
dispuesto
a
usar
la
violencia
y
la
delincuencia
sin
ningún
límite,
que
está
dispuesto
a
quemar
nuestros
hospitales,
el
Metro,
los
supermercados,
con
el
único
propósito
de
producir
el
mayor
daño
posible”.
Tales
palabras
emitidas
en
un
ambiente
de
confrontación,
rodeado
de
militares
fueron
el
preludio
de
la
brutal
represión
que
sobrevendría
a
partir
de
entonces.
Como
se
señaló
en
su
momento,
nunca
antes
un
jefe
de
Estado
desde
Pinochet
había
caracterizado
la
situación
interna
del
país
en
tal
dimensión.
Piñera,
sustentó
su
llamado
a
las
armas
para
reprimir
al
enemigo
interno
en
un
informe
elaborado
por
la
Dirección
de
Inteligencia
Nacional
del
Ejército
(DINE)
que
le
había
sido
entregado
por
el
entonces
ministro
de
Defensa
Alberto
Espina.
La
“inteligencia
chilena”
había
detectado
que
el
Servicio
Bolivariano
de
Inteligencia
Nacional
(SEBIN)
de
Venezuela,
a
las
órdenes
del
G-2
(Servicio
de
Inteligencia
cubano)
habían
gestado
una
“ofensiva
insurreccional
para
Chile”.
Para
cumplir
la
misión
contaban
“con
un
batallón
de
600
agentes
clandestinos,
expertos
en
guerrilla
urbana,
quienes
ingresaron
a
Chile
como
refugiados,
muchos
de
ellos
formados
en
escuelas
subversivas
cubanas
como
Punto
Cero”,
señalaba
con
estulticia
el
limitado
presidente.
Todos
sabemos
lo
que
vino
después:
violaciones
a
los
derechos
humanos
incluyendo
torturas,
abusos
sexuales,
vejaciones,
uso
indiscriminado
de
la
fuerza,
heridos
por
armas
de
fuego,
muertos,
y
más
de
460
personas
con
daño
ocular
y
pérdida
de
visión
de
uno
o
dos
ojos.
Según
la
fiscalía
nacional
un
número
irrelevante
de
personas
han
sido
procesadas
por
la
violencia
institucional
y
una
cifra
mucho
más
ínfima
se
encuentra
en
prisión
preventiva
haciendo
patente
el
objetivo
de
la
guerra
contra
el
pueblo
inventada
por
Piñera.
Fue
una
institución
del
propio
Estado
chileno
quien
se
encargó
de
desmentir
al
presidente.
La
Agencia
Nacional
de
Inteligencia
(ANI)
señaló
que
las
pruebas
suministradas
por
la
DINE
buscaban
en
el
exterior,
un
culpable
de
la
movilización
popular,
escudriñando
en
el
intento
de
comprobar
una
hipótesis
que
se
basaba
en
que
las
protestas
estaban
manejadas
por
organizaciones
integrantes
del
Foro
de
Sao
Paulo,
aunque
esto
tampoco
fue
comprobado
según
el
reporte
de
la
agencia
estatal.
Incluso
el
fiscal
metropolitano
de
la
zona
oriente
de
la
capital
del
país,
Manuel
Guerra
afirmó
que
la
acusación
de
Piñera
sobre
la
intervención
extranjera
en
el
estallido
social
chileno
“fue
solo
humo”.
Para
no
ser
menos,
en
España
se
ha
hecho
pública
una
acusación
de
una
lógica
tan
irracional
que
raya
en
lo
absurdo.
Según
la
justicia
del
Reino,
Rusia
hizo
un
ofrecimiento
al
ex
presidente
de
la
Generalitat
de
Cataluña,
Carles
Puigdemont
de
10.000
soldados
para
convertir
Cataluña
en
“un
país
como
Suiza”.
Los
argumentos
expuestos
no
resisten
ni
la
más
mínima
consideración.
En
relación
con
esta
acusación,
se
ha
desatado
por
parte
de
la
Guardia
Civil
bajo
dirección
del
Juzgado
de
Instrucción
número
1
de
Barcelona
la
operación
“Volhov”,
nombre
de
una
División
que
agrupó
voluntarios
españoles
que
combatieron
junto
al
ejército
nazi
en
el
sitio
a
Leningrado,
durante
la
invasión
hitleriana
a
la
Unión
Soviética.
La
dimensión
de
esta
barbaridad
supera
cualquier
análisis
racional.
La
entrada
de
10
mil
soldados
rusos
en
España
significaría
el
inicio
de
la
tercera
guerra
mundial,
algo
muy
lejos
del
ánimo
y
la
voluntad
de
las
autoridades
rusas
y
del
presidente
Vladimir
Putin
en
su
relación
con
Europa.
Pero
el
nivel
político
y
cultural
de
las
autoridades
españolas,
la
mentira
continuada
de
sus
medios
de
comunicación
y
la
reiterada
suposición
de
que
es
posible
mantener
al
pueblo
en
una
ignorancia
que
abra
paso
a
manipulaciones
de
todo
tipo,
hacen
que
declaraciones
como
esta,
tengan
espacio
en
la
atribulada
opinión
pública
española
que
ya
no
sabe
en
quien
creer.
De
la
misma
manera
que
se
hizo
en
Chile,
en
España,
el
desarrollo
de
la
operación
Volhov
ha
significado
la
detención
de
21
personas,
muchas
de
ellas
empresarios
o
profesionales
y
el
registro
de
viviendas,
oficinas
y
almacenes,
bajo
la
acusación
de
malversación
de
fondos
públicos,
prevaricación
y
blanqueo
de
capitales.
Todo
esto
bajo
la
suposición
de
que
Rusia
está
conectada
con
el
proceso
independentista
de
Cataluña
a
fin
de
desestabilizar
al
Estado
español
según
el
documento
judicial
que
lo
afirma
y
que
se
ha
filtrado
a
la
prensa.
En
Chile
gobiernan
la
Unión
Democrática
Independiente
(UDI)
y
Renovación
Nacional,
ambos
partidos
herederos
de
Pinochet
y
de
su
ideología.
La
oposición
de
derecha
y
centro
estructurada
en
los
partidos
Demócrata
Cristiano,
Socialista,
Por
la
Democracia
y
el
recientemente
creado
Frente
Amplio
sirven
de
comparsa
a
la
democracia
de
facto.
En
España,
los
partidos
social
demócratas
denominados
Socialista
y
Podemos
son
los
que
ostentan
el
gobierno.
En
este
caso,
es
la
oposición
franquista
agrupada
en
los
partidos
Popular,
Ciudadanos
y
Vox
la
que
sirve
de
comparsa,
simulando
oposiciones
coyunturales
mientras
soportan
por
igual
al
sistema
neoliberal
monárquico.
Tal
vez,
esa
si
sea
una
diferencia,
aunque
como
dice
Silvio
Rodríguez
eso
“no
es
lo
mismo,
pero
es
igual”.
Fuente: Arrezafe.blogspot.com