January 8, 2021
De parte de Arrezafe
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Correo
del Alba ☆
– 08/01/2021

Vaya
por delante la condena. Pero de allí a lanzar loas a la democracia
estadounidense es una falta de respeto. Menos aún señalar su
ejemplaridad. Azuzados por el presidente Donald Trump, sus seguidores
no dudaron en asaltar el Capitolio bajo la consigna de haber sido
víctimas de fraude y robo en las elecciones presidenciales. Son
muchos quienes le siguen, dentro y fuera de las instituciones. Cien
representantes en la Cámara y siete senadores han negado validez al
triunfo de Biden. Para ellos, América se encuentra secuestrada por
vendepatrias. Por consiguiente, la sociedad estadunidense es víctima
de una conspiración de negros, latinos, minorías sexuales,
comunistas y socialistas, cuya finalidad es destruir el país.

Las
imágenes de ciudadanos trepando paredes, rompiendo ventanas,
invadiendo despachos, son un jarro de agua fría para quienes han
aupado a Estados Unidos como salvaguarda de la democracia mundial.
Analistas políticos, especialistas en relaciones internacionales,
corresponsales, hacen piña. Solo hay un responsable de la violencia:
Donald Trump, un desequilibrado que no asume su derrota. Las cadenas
de radio y televisión informan en tiempo real y a la par dan a
conocer tuits de jefes de Estado y gobierno occidentales mostrando su
rechazo a la toma del Capitolio y su reconocimiento a Joe Biden. El
momento era relevante, se estaba validando formalmente, en sesión
plenaria, la designación de Joe Biden como presidente. Penúltimo
acto para el traspaso de poderes en la Casa Blanca el 20 de enero.
Pero el ícono del poder legislativo, el Capitolio, era víctima de
un ataque, según diría Hillary Clinton, perpetrado por terroristas
nacionales. El acto protocolario se veía empañado, suspendiéndose
la votación que ratificaba a Joe Biden como presidente. La
“invasión” se cobraba la primera víctima, una mujer era abatida
mientras trataba de colarse en la sala de sesiones.

Definir
el sistema político estadunidense como una democracia, salvo que el
concepto quede restringido a la mínima expresión, resulta poco
serio. De ser así, son hechos auténticamente democráticos morirse
de hambre o no tener cobertura médica. Pero vayamos a deshacer el
entuerto. Esos senadores y diputados, reunidos en sesión plenaria,
salvo excepciones, son los que, independientemente de su partido, han
avalado anexiones territoriales, guerras, invasiones, golpes de
Estado, bloqueos a terceros países, consolidado tiranías y
financiado gobiernos autocráticos, lo cual contradice su respeto y
apego a los valores democráticos. En América Latina, Asia y África
hay ejemplos que harían enrojecer a cualquier demócrata. Sin
olvidar que Trump no ha sido el primer presidente en mentir. Desde el
genocidio de los pueblos originarios, la anexión de los territorios
pertenecientes a México, la guerra contra Cuba, Vietnam y más
recientemente la guerra contra Irak se fundan en mentiras. ¿Acaso se
encontraron las armas de destrucción masiva? Ésa es la historia de
Estados Unidos. Howard Zinn, Charles W. Mills, Sheldon Wolin o Noam
Chomsky, entre otros, han cuestionado el sistema político que
prevalece en Estados Unidos, tras sus actuaciones en Vietnam,
Centroamérica, Chile e Irak, además de las leyes emergentes con
posterioridad al 11 de septiembre de 2001. Totalitarismo invertido es
la definición de Wolin para referirse al orden político en Estados
Unidos, nacido de los atentados a las Torres Gemelas.

Presidentes
como Kennedy, Nixon, Carter, Ford, Clinton, Reagan o Bush, padre e
hijo, con todos los matices, se han saltado preceptos democráticos
como la no intervención, el derecho de autodeterminación o el
respeto a los derechos humanos. Además, durante sus
administraciones, han utilizado mecanismos poco ortodoxos,
democráticamente hablando, como avalar la tortura, crear noticias
falsas, contratar mercenarios o desvalijar países enteros de sus
riquezas. Sin despreciar la persecución a periodistas y aplicar la
censura en las informaciones sobre las actividades de espionaje en su
propio país o a sus aliados. Julian Assange y Edward Snowden son un
ejemplo de lo dicho.

Crímenes
y criminales de guerra, cuya impunidad está garantizada al no
reconocer el Tribunal Internacional Penal, campan por su territorio,
dan conferencias y reciben premios Nobel. Henry Kissinger, sin ir más
lejos. Ninguna administración estadounidense está libre de haber
patrocinado guerras, vender armas, traficar con estupefacientes,
derrocar gobiernos democráticos y torcer el brazo a quienes se
enfrentan y rechazan sus políticas unilaterales de corte
autoritario. Pero si no es suficiente, debemos recordar que en su
política doméstica Trump no ha sido una anomalía, al margen de sus
excentricidades. Obtuvo más de 70 millones de votos. Además, las
organizaciones supremacistas, neonazis, llevan décadas existiendo.
La Asociación Nacional del Rifle y lobby, que van desde las
farmacéuticas, compañías de seguros, multinacionales de la
alimentación y las empresas tecnológicas de Silicon Valley, cuentan
con un apoyo bipartidista. El Ku Klux Klan, el Tea Party, White
Power, Skin Heads o Metal Militia no han sido creados por Trump, otra
cosa es que los condene. Por otro lado, fue Barack Obama, premio
Nobel de la Paz, quien aceleró la construcción del muro fronterizo
con México, y según José Manuel Valenzuela Arce en Caminos del
éxodo humano, durante su presidencia las deportaciones sumaron “dos
millones 800 mil personas”. En resumen, definir el sistema político
bipartidista que rige Estados Unidos como un orden democrático es un
despropósito si se trata de caracterizar el régimen político. Otra
cosa es defender el imperialismo estadounidense, sus estructuras de
poder y dominación y adjudicarles el papel de guardián de los
valores occidentales, dizque democráticos. Pero ya sabemos,
democracia y capitalismo son incompatibles.




Fuente: Arrezafe.blogspot.com