November 14, 2020
De parte de Arrezafe
1,768 puntos de vista

El
Imperio de Calibán
– 13/11/2020

La revista digital 80
grados
acaba de publicar un corto
ensayo
de Rafael Rodríguez Cruz sobre el impacto que
tuvo la mal llamada gripe española entre los habitantes autóctonos
de Alaska. Debo reconocer que es un tema que desconocía, pero en
nada me ha sorprendido lo que relata el autor no me ha sorprendido
para nada. Rodríguez Cruz describe cómo la pandemia de 1918 se
cebó sobre la población amerindia de Alaska y la reacción genocida
de la minoría blanca que habitaba ese territorio. Para evitar que
se contagiaran los habitantes blancos el gobierno local se le
prohibió a los habitantes locales sus actvidades económicas,
especialmente, el trapping o caza de animales. Esto tuvo
consecuencias desatrosas para los pueblos amerindios.

Comparto con mis lectores
este escrito.

Norberto Barreto
Velázquez

El 13 de enero de 1919,
el entonces gobernador del territorio de Alaska, Thomas Riggs,
compareció ante el Congreso de Estados Unidos solicitando fondos
federales para combatir la influenza o gripe. Alaska era un
territorio recién incorporado en el que residían cerca de 20,000
ciudadanos blancos y aproximadamente 30,000 indígenas. La gripe
llegó tardíamente al lugar, pero se regó como pólvora. Aunque los
datos son aún inciertos, para fines de 1918 el conteo de muertes
excedía de 2,000. Riggs venía ahora ante el Comité de
Apropiaciones de la Cámara de Representantes con una lista de gastos
incurridos por el gobierno territorial en la lucha en contra de la
pandemia. Pocos días antes el Senado Federal había aprobado
$100,000 para las arcas del gobierno territorial de Alaska. Riggs
buscaba la aprobación final por la Cámara. Lo interesante de su
reclamo es que, en enero de 1919, el gobierno de Alaska no tenía un
problema presupuestario. De hecho, le sobraba dinero.

¿Cuál era el motivo de
la petición de Alaska y por qué acudía Riggs ante el gobierno
federal, si al gobierno territorial le sobraba la plata? ¿No se
suponía, acaso, que la Cruz Roja era la institución llamada a
proveer socorro en eventualidades como esta? El testimonio de Riggs
revela la verdadera naturaleza colonial y genocida de la anexión de
Alaska. Sí, en Alaska murieron cerca de 2,000 personas entre 1917 y
1919 debido a la gripe, pero casi todas eran indígenas. Riggs
testificó que esta disparidad se debía a que las comunidades
originarias exhibían una mayor vulnerabilidad ante la enfermedad.
«La influenza ataca más violentamente a los nativos que a las
personas blancas; estos simplemente no tienen poder de resistencia»,
indicó él. Un detalle interesante de sus respuestas ante los
miembros del comité fue que Riggs no conectó todas las muertes
directamente con el «poco poder de resistencia» biológica de los
indígenas. Muchas se debían a la hambruna y a la falta de ropa y
cobijo para el duro invierno durante la pandemia.

Thomas Sisson, presidente
del comité, le pidió a Riggs que explicara la anomalía de que las
comunidades originarias del territorio de Alaska estuvieran
muriéndose de hambre y congelación en medio de la pandemia. En
todas las regiones de Estados Unidos, puntualizó él, los indígenas
se sufragaban sus propios gastos y procuraban sus propios alimentos.
Además, obtenían abrigos y pieles mediante la caza. Tal había sido
hasta hace poco el caso de las comunidades originarias de Alaska, que
desde tiempos inmemoriales se dedicaban al «trapping». El
problema declaró Riggs es que, tan pronto aparecieron las primeras
señales de la influenza española en el territorio, su
administración puso a los indígenas en cuarentena, prohibiéndoles
que se desplazaran por el territorio y practicaran el trapping.
¿Por qué? Pues para prevenir que se contagiaran los ciudadanos
blancos. Al fin y al cabo, añadió él, los «indios» no tenían ni
derechos legales ni tierra para vender. Es más, no pagaban
impuestos. «Si se trata de socorrer a la población blanca, no me
hace falta ni un centavo federal», prosiguió Riggs. El dinero era
para alimentar a los «indios» en cuarentena y prevenir, por medios
policíacos, que se salieran de sus villorrios, regando la influenza.

Mr. Sisson: ¿Por qué
no están trapping los esquimales?

Mr. Riggs: La mayor
parte están muertos, y los que no están muertos deben de ser
controlados, para que no vayan a otras comunidades.

¿Quiénes eran,
entonces, los indígenas que quedaban en las comunidades en enero de
1919? Sobre todo, niños y niñas menores de edad, o sea, criaturas
huérfanas. El cuadro que mostró Riggs de la situación en las
comunidades indígenas era pavoroso. Sobre mil cadáveres de mujeres
y hombres indígenas yacían sobre el hielo sin ser sepultados. No
había médicos ni medicinas para socorrer a los vivos. Incluso la
Cruz Roja se negaba a aventurarse a las regiones más remotas y
frígidas del territorio. La poca ayuda que recibían los indígenas
era en forma de alimentos y ropas que llevaban los empleados del
Departamento de Educación de Alaska y algunos pobladores blancos
compasivos. Cientos y cientos de huérfanos, a menudo concentrados en
grupos de 300 o más, eran alimentados y suplidos de mantas y ropa.
De hecho, Riggs había acudido al gobierno federal no para pedir
ayuda para la gente blanca, sino para que le reembolsaran al gobierno
territorial los costos de vigilar a los indios en cuarentena y
mantener a los huérfanos en los villorrios. Al fin y al cabo, los
indígenas de Alaska no tenían nada que vender ni nada que se les
pudiera confiscar. «No es justo –expresó Riggs– que los 20,000
habitantes blancos de Alaska, que sí pagan impuestos, tengan que
hacerse cargo de los pupilos del gobierno federal que fueron
heredados de Rusia». Tan solo los costos de alimentar los perros de
los trineos, finalizó él, ascienden a miles y miles de dólares de
los taxpayers. Cada perro de trineo recibía $30 de alimentación
diaria.

Los efectos de la
influenza de 1918-1919 entre la población originaria de Alaska van
más allá de la cifra de muertos. Nada se habló de prohibir el
trapping por los blancos, quienes fueron precisamente los que
llevaron la infección a las comunidades indígenas. Pero no todo era
tragedia. Para el gobierno racista de Alaska, la pandemia, al generar
cientos de huérfanos, creaba una oportunidad única para imponer la
cultura blanca a los niños y niñas indígenas, ahora en custodia de
los funcionarios del régimen territorial. Así lo expresó, sin
filtros lingüísticos, el gobernador Riggs al leer documentos del
Departamento de Educación de Alaska que hablaban del tema:
«Oportunidad espléndida para el avance educacional de los
esquimales». Cobrando una cifra de $10 al mes por cada huérfano,
una plaga de misioneros cristianos inculcaba la visión de que los
antiguos chamanes y religiosos eran discípulos del Diablo. Esto, a
una población indígena que había vivido por siempre en armonía
con la naturaleza. Yuuyaraq (la vía humana) era para estas
comunidades la palabra que expresaba una vida conformada a la
naturaleza. Se trataba de una cosmogonía de paz muy parecida, en
detalle y hermosura, a la de los Dakota en Mni Sota Makoce (hoy
Minnesota), antes de su expulsión del lugar por el gobierno
territorial en 1863. A las madres Dakota encarceladas en las
reservaciones les daban animales podridos para que alimentaran a sus
criaturas. Las de Alaska estaban muertas. Es la vieja regla de la
política indígena y expansionista del gobierno de Estados Unidos,
de que las naciones más indefensas fueron (y siguen siendo) las más
abusadas y avasalladas por el invasor blanco. Todavía hoy perduran
en las comunidades originarias de Alaska las cicatrices dejadas por
el cruel genocidio de 1918-1919 y el abuso de los misioneros.

Referencias:

1. U.S. Congress. House
Committee on Appropriations. Influenza in Alaska and Puerto Rico.
Subcommittee of House Committee on Appropriations. Sixty-Fifth
Congress, Third Session, Washington: Government Printing Office,
1919.

2. Alaska Division of
Public Health. 1918 Pandemic Influenza Mortality in Alaska. Alaska
Government, 2018.

3. Napoleon, Harry.
Yuuyaraq: The way of the Human Being. Alaska Native Knowledge
Network, 1991.

4. Westerman, Gwen y
Bruce White. Mni Sota Makoce: The Land of the Dakota. Minnesota
Historical Society, 2012.




Fuente: Arrezafe.blogspot.com