El año y medio largo que llevamos desde que se
anunció la aparición de la pandemia mundial de la Covid-19 ha visto
el mayor desarrollo de medidas represivas tomadas en tiempos de paz.
Desde la imposición de un Estado de alarma con el que se
restringieron derechos fundamentales como los de expresión,
desplazamiento y reunión hasta las medidas excepcionales como son
los toques de queda o los poderes ilimitados dados a la policía y a
la Guardia Civil para reprimir a la población, este tiempo ha traído
un incremento del poder represor del Estado que seguro que no se
reduce con el fin de la pandemia.
En un primer momento, cuando las burguesías de
todos los países no tenían muy claro cómo iba a evolucionar el
virus, si se iba hacia el colapso de las principales economías
mundiales por una infección masiva de la población o si, incluso,
la situación podía evolucionar hacia algo parecido a lo que sucede
con los brotes de ébola en el occidente africano, estas tomaron dos
tipos de medidas: las primeras, de prevención económica,
interviniendo en todos los sectores productivos con una legislación
de nuevo tipo para garantizar su funcionamiento; la segunda, de
contención del proletariado, imponiendo toda una serie de medidas
represivas, sacando a los ejércitos a las calles, suspendiendo
derechos fundamentales, etc. que diesen al Estado el margen de
maniobra necesario para evitar cualquier tipo de estallido social.
Los dos tipos de medidas, tomados en conjunto, dan una visión muy
clara de una movilización social de tipo bélico que, por supuesto,
ha ido acompañada de la puesta en marcha de un inmenso aparato de
propaganda de guerra en el que han participado al unísono todos los
medios de comunicación, todas las redes sociales, etc. Con ayuda de
esta propaganda de guerra, las medidas anti obreras se han logrado
hacer pasar como iniciativas encaminadas a garantizar la salud
pública, responsabilizando a la propia población trabajadora de la
extensión del virus por no respetar las medidas de salubridad, etc.
Mientras la población obrera era obligada a acudir a sus puestos de
trabajo, mientras en las residencias de ancianos se dejaba a su
suerte a miles de personas que han muerto por orden de los
responsables sanitarios y porque sus vidas fueron consideradas
superfluas para las necesidades económicas de todos los países,
mientras la policía actuaba como verdaderos pandilleros por las
calles de las grandes ciudades, la prensa clamaba por la “guerra
contra el virus” la “movilización ciudadana” y otras tantas
consignas que buscaban desviar la atención de la verdadera guerra
que se estaba (y se está) librando.
En el terreno de la producción industrial
también hemos visto fenómenos característicos de una guerra: el
rápido trasvase de recursos económicos hacia las corporaciones
farmacéuticas, la utilización de todos los medios públicos para
desarrollar vacunas que habitualmente tardan décadas en producirse,
la comercialización de estas en un tiempo récord, salvando todos
los obstáculos para su distribución y conservación en condiciones
óptimas, tiene más que ver con un esfuerzo de concentración y
centralización económica, que con una política coherente de
salvaguarda de la salud. Aquí hay que recordar que la inmensa
mayoría de los proletarios que durante la pandemia conservaron sus
empleos fueron obligados a trabajar, acudiendo a sus puestos de
trabajo en un transporte público atestado, desarrollando sus labores
en centros que no garantizaban en absoluto las medidas de profilaxis
mínimas… La burguesía asumió que el virus debía extenderse
porque para evitarlo habría sido necesario paralizar la producción
nacional durante un tiempo indefinido y, mientras afirmaba que su
único objetivo era la defensa de la salud pública, tomaba como
meta, como única salida posible a la pandemia, el desarrollo de
vacunas útiles por parte de la industria farmacéutica, es decir,
daba por bueno que la única salida posible era una que implicaba un
negocio multimillonario para la big pharma.
El penúltimo paso en esta “guerra contra el
virus”, después de haber impuesto durante más de un año medidas
represivas “excepcionales” que sólo están justificadas para
contener a la clase proletaria, después de haber regalado los
recursos económico-sanitarios necesarios a las grandes empresas
farmacéuticas, ha sido la puesta en marcha de un desarrollo
logístico nunca visto en tiempos de paz para poder vacunar a toda la
población. Mientras que durante los días más duros de la pandemia
se daba la orden de dejar morir a los ancianos por falta de recursos
para garantizarles respiración asistida, en pocos meses se ha sido
capaz de habilitar instalaciones para transportar, almacenar y
suministrar millones de vacunas. De la misma manera, se ha sido capaz
de movilizar a toda la población susceptible de ser vacunada,
mostrando una capacidad más que sospechosa para mantener registros
por edad, profesión, etc. de todo un país.
En los países donde la propaganda encaminada a
la movilización de la población ha sido suficiente como para que
esta campaña de vacunación sea un éxito, la presión del Estado ha
consistido únicamente en mantener la legislación excepcional,
recrudeciéndola contra la población joven especialmente y
manteniendo el discurso de la salud por encima de todo.
En aquellos otros países donde la campaña de
vacunación no ha tenido éxito, se ha desarrollado un segundo
paquete de medidas legislativas encaminadas a hacer obligatoria la
vacunación. Es el caso de EE.UU., Francia o Italia. En estos países
se imponen medidas represivas contra los trabajadores que se nieguen
a vacunarse a través de las empresas que los emplean. En Estados
Unidos todos los trabajadores federales deben mostrar el certificado
de vacunación si no quieren perder su empleo; en Italia todos los
trabajadores, sean del sector público o del sector privado, deben
estar vacunados en los próximos meses o las empresas deberán
suspenderles de empleo y sueldo. Finalmente, en Francia esta medida
se aplica por el momento contra los trabajadores sanitarios.
Esta legislación, que llegado el caso se
impondrá en cualquier país donde sea necesario, está encaminada a
culpar a la población obrera de la extensión del virus, imponiendo
a la vez medidas represivas que sirvan para dar ejemplo y constreñir
al proletariado a acatar las órdenes de la burguesía en materia
sanitaria.
La propaganda juega aquí, de nuevo, un factor
esencial: se opone la actitud “responsable”, sumisa y que acata
las órdenes que vienen de arriba, es decir, la actitud del “buen
ciudadano” que simplemente marcha al son que marcan las autoridades
a posiciones identificadas con las corrientes “negacionistas”,
“conspiranoicas”, etc. No se trata de vacunarse o no, sino de
toda una legislación que carga el peso político, económico y
social de la pandemia sobre las espaldas de la clase proletaria, de
que se responsabiliza a los proletarios de la situación vivida, de
que se les amenaza y coarta y, llegado el caso, se les despide en
nombre de una política sanitaria que no tiene como objetivo defender
la salud de la población sino la de la economía.
Para neutralizar cualquier tipo de oposición,
se juega la baza de identificar esta con corrientes de extrema
derecha, fascistas y similares para anular la fuerza que puedan
tener. A este fin, por otro lado, se prestan muy a gusto los grupos
nazis que trabajan a las órdenes del ministerio de interior y que
salen a la calle cada vez que a este le conviene.
A los proletarios se les ha dado una lección
con esta pandemia: se les ha mostrado cuál es el verdadero poder de
movilización y represión del que dispone la burguesía, se les ha
enseñado cómo todas las corrientes de esta, de la extrema derecha a
la extrema izquierda, de la patronal a los sindicatos, de los medios
de comunicación a la última empresa de cualquier país, pueden
marchar conjuntamente para imponer a la clase obrera sus necesidades.
Este último año y medio ha sido algo así como una visión a escala
de la situación que se vivirá cuando la clase proletaria deba ser
movilizada no ya en una pandemia sino con vistas a una guerra.
Y es precisamente a la clase proletaria a la
que le toca sacar las lecciones para una situación que, seguro, se
vivirá en un futuro cada vez menos remoto.
ORGANIZACIÓN DE LOS TRABAJADORES PARA LUCHAR,
SOLIDARIDAD
ENTRE OBRERXS
Fuente: Valladolorentodaspartes.blogspot.com