April 8, 2021
De parte de Nodo50
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En marzo de 2011 los jordanos salieron a la calle para pedir reformas políticas y económicas. Diez años después de las Primaveras Árabes, las promesas reformistas no se han cumplido, el país se halla en una crisis económica y social y la solución parece consistir en más represión.

El arresto el pasado 3 de abril del hermano del rey Abdalá II, el
príncipe Hamza, acusado de conspirar para derrocar a su hermano, ha
sido el último episodio de la creciente ola represiva que surca el
reino hachemita, tanto que los jordanos han tenido que informarse en
la prensa internacional para conocer lo que estaba sucediendo en su
país.

El llamativo suceso ha hecho olvidar que el pasado 24 de marzo se
cumplieron diez años de las protestas de la Primavera Árabe en
Jordania. La celebración del aniversario fue abortada por las
autoridades, que durante todo el día desplegaron numerosos efectivos
en distintas partes de Ammán, impidiendo la concentración de
ciudadanos y deteniendo a más de cien personas, que fueron liberadas
en los días posteriores.

En 2011 los
movimientos ciudadanos pedían reformas
que incluían un
Parlamento representativo, un gobierno elegido en las urnas, reformas
constitucionales, persecución de la corrupción, la reforma del
sistema impositivo, rebajar la presión del aparato de seguridad y
trabajar por la unidad nacional. El rey Abdulá II prometió
trabajar por la implementación
de estas reformas, pero cayeron
en saco roto, como viene siendo habitual. Diez años después,
ninguna de estas promesas se ha cumplido: no hay reforma de las
instituciones políticas, la corrupción continúa rampante, el
aparato de seguridad ha incrementado su poder y el espacio cívico
está totalmente limitado.

Foto: Mercado en la ciudad antigua de Ammán. (Artur Widak/NurPhoto via Getty Images)

Más allá del coronavirus

La pandemia de coronavirus ha afectado gravemente a Jordania, que
registra más de 627.000 casos confirmados y más de 7.100
fallecimientos desde marzo de 2020, mientras que apenas el 2,9% de la
población ha recibido al menos una dosis de la vacuna. Según el
FMI, la economía jordana se contrajo un 3% durante 2020, el
déficit presupuestario creció un 106%
y los ingresos
descendieron un 9,3%. Mientras, el desempleo ha alcanzado el
24,7% de la población activa
a finales de 2020 y el Banco
Mundial estima
en un 27% más
el número de jordanos que viven bajo el umbral de
la pobreza.

Sin embargo, estos indicadores económicos negativos no tienen su
origen en la pandemia, sino que son parte estructural de la economía
jordana, principalmente importadora, basada en el sector servicios y
el turismo, una débil industria centrada en la exportación, con
bajo rendimiento del sector agrícola y dependiente de las rentas
procedentes de la ayuda internacional y las remesas.

Un claro ejemplo son los presupuestos anuales de 2021, que
permiten vislumbrar las carencias sistémicas, como un
anticipo del déficit presupuestario en 2.600 millones de dinares
jordanos
(3.118,5 millones de euros). El Gobierno prevé
recolectar el 76% de los ingresos a través del sistema impositivo
(principalmente del sector privado) y estima destinar la mayor parte
del gasto público al aparato civil (24,5%), Ejército y seguridad
(27,5%), deuda pública (15%), prestaciones por jubilación y
compensaciones (16%) y apenas un 5% en asistencia a los más
vulnerables, salud, educación o subsidios. Dada la precaria
situación que gran parte del comercio minorista y de sectores como
la restauración atraviesa, las previsiones de ingresos pueden
cambiar a la baja. Las reformas del sector impositivo no han surtido
el efecto deseado y medidas como el recorte del sector público,
necesario ante la imposibilidad de hallar nuevas fuentes de ingresos,
se ven impedidas por el uso del sector público como moneda de cambio
para comprar lealtades y favores, particularmente en la relación con
los principales grupos tribales. Asimismo, en los últimos años la
inversión directa extranjera también ha descendido en más de un
50%, debido al deterioro de la seguridad nacional y regional y la
dificultad de hacer negocios debido a las trabas burocráticas,
imposibilitando el desarrollo de proyectos de infraestructura y
energía. Finalmente, la
baja inflación
demuestra el escaso poder de compra de los
ciudadanos e impacta negativamente sobre la recuperación económica.

El alto nivel de desempleo está directamente relacionado con los
sectores productivos de la economía, aunque no refleja el desempleo
real. La
mitad de la población jordana trabaja en el sector informal
, por
lo que es muy vulnerable a la pérdida de trabajo, y a la ausencia de
un sistema de seguridad social efectivo que proteja a los
desempleados e incentive el alta en el mismo, pero se resiste a ser
regulado. Por otra parte, la dependencia externa lastra a la economía
jordana de forma catastrófica, pues tanto su energía como su
seguridad alimentaria están sujetas a la importación de productos
como hidrocarburos, cereales, azúcar o carnes, muchos de ellos
subsidiados hasta hace poco, suponiendo un gasto desorbitado par las
arcas públicas.

Foto: Un grupo de personas en Ammán reciben la vacuna de covid19. (Jordan Pix/Getty Images)

Finalmente, los jordanos son cada vez más conscientes de la corrupción generalizada en el país. Según el último Índice de Percepción de la Corrupción publicado por Transparencia Internacional, Jordania figura como el 60 país menos corrupto a nivel global, pero el 55% de los jordanos consideraba en 2019 que la corrupción había aumentado durante el último año. La pandemia no ha hecho sino empeorar esta percepción, tal y como atestigua el enfado generado por la negligencia que causó la muerte de nueve pacientes en un hospital público por falta de oxígeno.

Inmovilismo político y aumento de la represión

Pese a las promesas de reforma política y económica, lo cierto
es que el espacio político jordano se ha reducido desde 2011. La
vigilancia sobre la discusión pública ha aumentado y con ello las
dificultades de discutir sobre reformas democráticas. Se da una
cierta tendencia inmovilista. Un ejemplo de esta persecución es el
caso de los Hermanos Musulmanes. Aprovechando divisiones internas, el
Gobierno reconoció en 2015 a la nueva organización disidente
Sociedad de los Hermanos Musulmanes, leal al régimen, como legítima,
y ordenó la disolución de los Hermanos Musulmanes originales,
alegando que esta última no cumplía con la ley de partidos
políticos. Pese a que recurrieron dicha decisión judicialmente, el
Tribunal de Casación senten
ció
en julio de 2020
que la organización era ilegal y debía ser
disuelta, aunque se trata de una decisión política influenciada por
las presiones de países como Emiratos Árabes Unidos y su cruzada
regional contra la hermandad.

El aparato de seguridad ha acaparado cada vez más espacio de
acción y decisión a todos los niveles. A través de instrumentos
legales como la Ley de Prensa y Publicaciones, la Ley contra el
Cibercrimen o la Ley antiterrorista se ha criminalizado a periodistas
y autores por expresar sus opiniones o, simplemente, compartir
información en redes sociales. “La libertad de prensa está en su
punto más bajo en muchos años, tanto en términos de autocensura
como de temas que la prensa local ya no cubre”, apunta Adam Coogle,
director adjunto de la división de Oriente Medio y Norte de África
de Human Rights Watch.

Durante los últimos años no solo ha habido un aumento notable de
la represión y la censura contra periodistas, activistas, dibujantes
e, incluso, diputados, sino también del ciberespacio a través de la
disrupción de redes sociales y de la conectividad como herramienta
de gestión de las movilizaciones sociales. “En los últimos siete
u ocho años ha habido una creciente oposición desde el Gobierno a
Internet y la creencia de que este medio tiene que ser limitado y
regulado”, apunta Issa Mahasneh, director ejecutivo de la
Asociación Jordana de Código Abierto (JOSA, por sus siglas en
inglés). Esta tendencia, que comenzó durante las
protestas contra la austeridad de 2018
, se ha afianzado.
“Desafortunadamente, esto es algo recurrente. La gente ya espera,
cada vez que hay una gran manifestación, que Facebook Live se vuelva
inaccesible para sus usuarios”, señala Mahasneh. Desde JOSA
reclaman mayor transparencia por parte de las autoridades respecto a
estas disrupciones, cuya causa se niegan a explicar. En la
actualidad, no existe base legal que justifique a las autoridades
jordanas bloquear el acceso a determinadas aplicaciones sociales, ya
que la única institución capacitada para bloquear la Red es la
Comisión Reguladora de las Telecomunicaciones y para ello necesita
una orden judicial amparada por la legislación vigente, tal y como
sucede en el caso de los medios de comunicación online, cuyo bloqueo
está respaldado por la ley de Prensa y Publicaciones. “El Gobierno
insiste en que este es un país gobernado por el Estado de derecho.
Este es el argumento que le lanzamos al gobierno: ‘De acuerdo. Si
lo somos, muéstranos el respaldo legal detrás de este bloqueo’”,
señala Raya Sharbain, gestora de programas de JOSA.

La pandemia ha retirado el velo sobre la creciente militarización
de la vida pública que vive el país, que cada vez se asemeja más a
algunos de sus vecinos. En marzo de 2020, el Gobierno aprobó una
Ley de Defensa como medida excepcional
para hacer frente a la
pandemia. Un año después, esta norma, que otorga amplios poderes al
primer ministro para gobernar por decreto, sigue vigente. Hasta la
fecha se han publicado 27 de estos decretos, que en muchos casos
están redactados en términos muy ambiguos, lo que permite perseguir
penalmente a aquellos ciudadanos que compartan determinadas
informaciones que “extiendan el pánico”. Esta tendencia ha
acrecentado la represión durante la pandemia, que ha ofrecido
episodios como la prohibición
del sindicato de profesores
y la detención y sentencia de sus
líderes bajo cargos fabricados. “No se trata de nada nuevo.
Simplemente, han ido más lejos que antes. Esto no es un producto de
la legislación de emergencia, todo se ha hecho utilizando la
legislación existente fuera de la pandemia”, apunta Coogle.

“Golpe de Estado” y golpe de efecto antidemocrático

Pese a que las autoridades militares negaron públicamente el
arresto de Hamza, el vídeo filtrado a la BBC por el propio príncipe
reconociendo estar bajo arresto domiciliario e incomunicado y un
audio
que ha sido posteriormente filtrado
en redes sociales donde se
escucha al jefe de las fuerzas armadas advertirle sobre sus
actividades y al príncipe expulsándole de su domicilio, contradicen
la narrativa oficial. En el vídeo Hamza arremetió contra la
incompetencia y corrupción de los gobernantes y la creciente
represión en el país, recogiendo así las reclamaciones de las
últimas protestas. Además de él, también fue arrestado Bassem
Awadallah, antiguo asesor del rey Abdalá y cercano a Mohammad Bin
Salman, lo que ha avivado los rumores de la implicación saudí en la
supuesta desestabilización.

Las autoridades han buscado vincular Hamza a la figura de
Awadallah con el objetivo de desacreditar al primero frente a la
población, pero el resultado ha sido el opuesto. El Gobierno no se
ha referido a los sucesos como “golpe de Estado” sino como
“acciones desestabilizadoras”, con conexiones internacionales
hasta ahora desconocidas. Pero son muchos los jordanos que cuestionan
la veracidad de lo ocurrido o al menos creen
que les están ocultando
una parte de lo sucedido, hecho que
queda demostrado por la prohibición impuesta a los medios de
informar sobre esta cuestión. Lo que sí está confirmado es el
triste precedente que este suceso ha sentado en el país, y aunque el
propio Hamza ha movido ficha declarando públicamente su lealtad al
rey, la cuestión está lejos de haberse resuelto. En cualquier caso,
su consecuencia más palpable será el aumento, aún más si cabe, de
la vigilancia y la represión.

A diez años de la Primavera Árabe, la esperanza reformista
parece haber pasado de largo por Jordania. La falta de democracia y
participación de la sociedad civil, la corrupción rampante, el
creciente desempleo y escaso crecimiento económico, la creciente
represión y militarización de la vida pública no hacen presagiar
avances. Después de la pandemia, a las autoridades jordanas se les
acaban los chivos expiatorios para continuar posponiendo unas
reformas tan necesarias que, de no ser implementadas, acabarán
fagocitando al propio sistema.

Fuente:
https://www.esglobal.org/jordania-reformas-incumplidas-crisis-social-y-creciente-represion/




Fuente: Rebelion.org