January 28, 2022
De parte de Oveja Negra
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Gente corriente solamente aprecia una ordenada marcha de las cohortes humanas. El sabio, en cambio, ve el barullo de una muchedumbre que se precipita al abismo.

Uładzimir Karatkievič, Kałasy pad siarpom tvaim.

En las últimas décadas hemos sido testigos de cómo han proliferado, incluso desde dentro del corazón de las instituciones del Poder, una serie de predicciones y profecías catastrofistas, malos augurios científicamente sustentados sobre el futuro oscuro y peligroso que nos depara nuestra marcha al abismo. El propio sistema parece que se encarga de prever sus propias crisis sin más objetivo que prolongarlas hasta el futuro cada vez más largo y supeditar las vidas de las gentes a la gestión de lo existente, avalada por el cálculo científico. Si las cosas siguen igual, se nos dice, vendrá una catástrofe, el fin, el colapso: avisados todos, no nos queda más remedio que alejar un poco el momento de su llegada sometiéndonos a los dictados de los expertos en descifrar la marcha de las cosas. Esta pandemia, por ejemplo: ¿no reproduce al pie de la letra esta gestión del derrumbe de la sociedad moderna? ¿No es acaso un ejemplo clarividente de cómo la gestión de la crisis viene a justificar el sacrificio y la sumisión con el solo objetivo de prolongar la vida de la sociedad de masas?

Luego, evidentemente, está el tema ecológico (la contaminación, las basuras, el envenenamiento de la tierra) y las dificultades del sistema de llevar el mismo ritmo de reproducción de inutilidades y de venenos de manera infinita. También en estos casos el futuro aterrador del ‘descenso de nivel de vida’ exige al Estado el establecimiento de un plan estrictamente científico e integral y su realización sin muchos miramientos. En estos días, por ejemplo, el derrame de petróleo en la costa peruana, que algunos, según me han contado, ya es considerado como uno de los mayores desastres ecológicos de los últimos tiempos en ese país, suma otro caso más en el cúmulo de los desastres de la sociedad industrial. Y, como casi siempre, el griterío y la histeria que se levantan en torno al problema contribuyen más bien poco a que se exprese un espíritu lúcido y clarividente. Como corresponde a una sociedad totalitaria, nada de lo que pueda pasar en el presente puede desmentir la fe en el futuro deseado y perseguido.

Justamente, la toma de conciencia sobre el deterioro que sufre la tierra no parece promover ningún espíritu de rebelión ni tampoco horror ante las imposiciones de la estupidez reinante. Además, el hundimiento de la vida se proyecta aún en muchos casos hacia el futuro, como el colapso probable o hipotético de las condiciones existentes. Para evitar enfrentar la dura realidad, que nos grita que vivimos en un mundo que cualquier mente sana declararía insoportable, situamos ilusoriamente el inicio del fin aún lejos en el horizonte (en el año 2040, 2050…), cuando en verdad la catástrofe está en marcha desde hace tiempo. Nos entretenemos en poner parches y paños calientes a los problemas cuyas soluciones exigen espíritu y fuerzas nuevas, de las que carece la sociedad actual: a ver si tal empresa reconoce su responsabilidad por el derrame de petróleo, a ver si los que todavía no se han vacunado lo hacen pronto y todos estemos bien vacunaditos, a ver si el Desarrollo se vuelve un poco más verde y sostenible y menos agresivo y a ver si la ciudadanía se comporta como le corresponde por su estatus. Hay cierto temor ante la amenaza del colapso probable de lo que hoy existe, del nivel de vida alcanzado, de la sociedad de masas y de todo lo que la sostiene, pero la catástrofe más preocupante que está en marcha desde hace ya bastante tiempo consiste, más bien, en otra cosa: que eso que se llama vida (y no los sustitutos que imponen el Estado y el Capital) se está hundiendo a una gran velocidad. Las condiciones que los gestores pretenden con esmero preservar frente a los malos augurios del cálculo científico son, en verdad, los fundamentos del brutal destrozo de todo lo que intuitivamente la gente podría llamar vida. Es más, y esto es también lo trágico del caso, parece que las masas están dispuestas a aceptar los sustitutos que imponen y la vida reducida al cálculo científico y al mecanismo técnico sin demasiada oposición.

La sociedad moderna ya no parece disponer de muchas fuentes para restituir la vida saqueada y suplantada. No solo intoxica el entorno de su mierda sino que se intoxica a sí misma: las toneladas de basura, de deshechos y de cadáveres es aquello de lo que de verdad puede presumir el Progreso. En cambio, sí puede ofrecer aún a todos sus problemas una esperanza de solución técnica y política. Que alguna parte del mar haya sido envenenada con toneladas de petróleo, efectivamente, tiene mucho que ver con la técnica. Pero ese poderío ciega a la sociedad: nos ocupamos de buscar soluciones técnicas a los problemas que la técnica misma genera ya sin apenas plantearnos si se debería eliminarse la propia fuente que alimenta la creación de estos desastres cotidianos. Si algún día renacieran las comunidades que emprendieran los caminos hacia unas formas de vivir menos tóxicas e insanas, uno de sus mayores problemas consistiría, sin duda alguna, en encontrar métodos de deshacerse de toda el veneno que les dejaremos en herencia.

El desmoronamiento del sistema actual es especialmente doloroso y peligroso, pues hemos dejado que este se meta en cada rincón de la vida. Por tanto, allí donde se desmorona, amenaza con sepultarnos a todos. Apenas quedan espacios donde la gente aún sabe lo que es vivir sin depender tanto del Estado y del Capital y sin tener las necesidades que estos fabrican. La tendencia general apunta en el sentido contrario: el Estado (y también el Capital) se expanden por las sociedades del mundo entero como un cáncer y terminan por absorberlas. Una vez hecha esta absorción, la sociedad global resultante ya no es más que una masa aparentemente diversa y compleja en sus estructuras, pero, en el fondo, profundamente uniformizada, pobre e idiotizada. Y si antes a esta masa de átomos la alimentaban con las promesas de los futuros esplendidos y maravillosos, actualmente, sin que desaparezcan las utopías técnicas y democráticas, también le suministran las amenazas, los desastres y las catástrofes que hay que evitar para seguir igual.

La catástrofe que ellos nos venden, siempre futura, siempre amenazante, aunque pueda parecer imposible o paradójico, se ha convertido en un instrumento del Poder contra la gente y será empleada mientras resulte eficaz. Y es que, al no poder proponer una imagen utópica y al prever la imposibilidad de seguir con el mismo ritmo de destrucción sin pagar nada a cambio, la sociedad de masas ha puesto todo su empeño en proferir amenazas a sí misma. Y las hace cumplir, porque en la gestión y la administración del mundo que se derrumba ha encontrado una nueva dosis de oxígeno para sus sobrecargados pechos asmáticos. Pero esto no debería de extrañarnos en demasía: al fin y al cabo, la amenaza siempre se presenta como futura, por ello, el arma del Poder sigue siendo la gestión del futuro, solo que este ahora en vez de siempre presentarse como mejorado y perfeccionado, adquiere cada vez más tonalidades oscuras y hasta fúnebres. La cosa cambia para seguir igual que siempre.

Esta es, en fin, la alternativa que nos dibujan: o se somete a la muerte reinante y a su administración del desastre, o se asoma uno al hundimiento civilizatorio. La ecología, por tanto, debe integrarse del todo en el circuito económico y estatal, la Ciencia será quien dictamine lo que vale y lo que no y la sociedad debe tecnificarse aún más profundamente. El Orden imperante, con la Ciencia a su servicio, está aprovechando las actuales circunstancias de hundimiento como pretexto para ahogar de antemano cualquier intento o simple deseo de autonomía e actividad libre entre la gente: a partir de ahora solo está justificado aquello que ha pasado por el estricto y vigoroso análisis científico y no contradice el mapa de ruta que está trazando el Poder para sobrevivir en condiciones harto resbaladizas, incómodas y peligrosas. Los peligros (y sus imágenes) que asechan a la sociedad de masas: como los virus, los desastres sociales, crisis energéticas y ecológicas y la catástrofe civilizatoria final, ya han sido bien integrados: desde hace tiempo son los aliados de la Administración (aunque solo fuera por el mero hecho de que sean nombrados por la Ciencia y tomados como problemas que pueden resolverse política y técnicamente). Y por la misma razón, a la crítica social le incumbe apuntar al único desastre que vale todavía la pena poner de manifiesto: la propia existencia de esta sociedad.




Fuente: Ovejanegrarevista.wordpress.com