October 15, 2021
De parte de Grup Antimilitarista Tortuga
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¿Las plantas se domestican?

“Reducir, acostumbrar a la vista y compañía del hombre al animal fiero y salvaje“. Así define la Real Academia Española el término “domesticar“. Sin embargo el hombre viene domesticando tanto a animales como a plantas desde sus propios orígenes, aspecto este último que a menudo nos pasa desapercibido.

Las plantas que actualmente pueblan nuestro huerto no tuvieron que acostumbrarse a la vista del hombre, pero si a su exigente compañía, perdiendo a lo largo de generaciones de cultivo aquellos atributos que resultaban menos oportunos para los intereses de sus cultivadores y diferenciándose progresivamente de sus parientes silvestres que les dieron origen.

La domesticación es en realidad una forma de evolución biológica que desemboca en una nueva especie, cuyo crecimiento y reproducción resulta controlado para beneficio de otra, el hombre en el caso que nos ocupa.

Aunque sin duda el hombre es el domesticador más prolífico que la tierra haya conocido jamás, ni mucho menos es el único ni fue el primero. Hace más de 50 millones de años algunos insectos, en particular hormigas, termitas y escarabajos, ya domesticaron hongos para su beneficio, evolucionando a tal fin sofisticadas técnicas agrícolas y complejas herramientas químicas.

Sin embargo la domesticación de plantas tuvo que esperar hasta hace tan solo unos 12,000 años, cuando el hombre neolítico empezó su cultivo y selección.

El nacimiento de la agricultura

La agricultura se expandió rápidamente por todo el globo a través de varios focos en los que, con algunos milenios de diferencia, fue inventada.

De hecho, en palabras de Marcel Mazoyer en “La historia más bella de las plantas” (un apasionante y muy recomendable viaje por el mundo vegetal desde los inicios de la vida hasta nuestros tiempos), aquellos pioneros de la agricultura:

“… no tenían nada que inventar. Conocían las plantas a la perfección y entendían desde hacía milenios que cuando se siembra una semilla crece una planta”.

Fue una simple cuestión de necesidad la que empujó a aquellos grupos de hasta entonces cazadores-recolectores a cultivar las plantas que venían consumiendo.

Se habían vuelto sedentarios y se habían establecido en pequeños poblados, alrededor de los cuales encontraban los recursos necesarios para abastecerse. Hasta que llegaron a ser demasiado numerosos. Fue entonces cuando empezaron a cultivar las plantas silvestres. No tenían necesidad de cultivar mientras hubiera a su alrededor abundancia de alimento.

Como todo horticultor sabe el cultivo es un trabajo arduo, que exige laboreo y cuidado de las plantas, y protección contra los herbívoros y las plagas. Es en definitiva un trabajo que el hombre no estuvo dispuesto a realizar hasta que se vio empujado por la necesidad.

La influencia de las plantas en las culturas

Un aspecto interesante ligado a los orígenes de la agricultura es que las sociedades que la iniciaron tuvieron que adaptarse a una nueva circunstancia socio-política que obligaba a una mayor organización: había que guardar una parte de la cosecha para la siembra del año siguiente, y surgió la necesidad de crear el derecho de propiedad de la cosecha, y más adelante de la tierra, que hasta el momento no tenía razón de ser.

Son numerosos los testigos que demuestran que el hombre conoce desde antiguo las plantas de su entorno y que éstas tienen un importante peso en nuestra cultura. Se halla evidencia de ello en la enorme variedad de plantas que todavía hoy usan las sociedades de cazadores-recolectores que persisten, como por ejemplo los aborígenes australianos, que recolectaban alrededor de 1000 plantas!. También en la sabiduría etnobotánica que sigue transmitiéndose en las comunidades rurales, e incluso en obras antiguas como De Materia Medica, escrita en el siglo I por el griego Pedanio Dioscórides, y que recoge alrededor de 600 plantas que los antiguos ya conocían y usaban, ya sea por sus propiedades curativas, por ser comestibles o por tener algún otro uso.

Con tales antecedentes, y alejándonos un poco del tema central que nos ocupa, sorprende el nivel de desconexión que nuestra sociedad occidental ha alcanzado para con la naturaleza, ejemplarizada brillantemente en un experimento realizado por la Universidad de Cambridge en 2002, en que constataron que los niños británicos de entre 4 y 11 años reconocen más tipos de Pokémons que especies de plantas y animales de su entorno.

El milagro de la domesticación

El simple proceso de cultivar constituye un poderoso mecanismo de selección, que transformó de forma casi mágica los cereales y hortalizas silvestres en plantas cada vez más provechosas y convenientes para el hombre. El proceso debió parecer mágico a aquellos precursores de la agricultura.

Por el mero hecho de cosechar, se sincronizó involuntariamente la germinación y floración de los cultivos: las semillas durmientes, las que tardan más en germinar y que mejoran la supervivencia de las plantas silvestres, fueron eliminadas rápidamente del cultivo, pues nunca llegaron a ser cosechadas ni sembradas una segunda vez. Lo mismo pasó con las plantas precoces.

Desaparecieron las plantas de tallo frágil, que en condiciones naturales podían esparcir más lejos sus semillas, pero que el hombre dejó de cosechar. Del mismo modo fueron eliminadas aquellas que soltaban con más facilidad sus semillas al viento para dispersarse, pues sus simientes quedaron fuera del ciclo de cultivo.

Las espigas y los frutos que daban más semillas, tenían mayores posibilidades de ser plantadas al año siguiente. Una sencilla ecuación que hizo que las partes consumibles, las que motivaban el esfuerzo de cultivar, fueran cada vez mayores y contuvieran más semillas.

El hombre arrancaba las malas hierbas para evitar competencia a sus cultivos, y los cultivos pasaron a tener que competir únicamente con los de su estirpe. Así, empezó una carrera por germinar lo más rápidamente posible, y para crecer por encima de las demás plantas. El resultado, resultó tan inesperado como beneficioso para el hombre: ciclos de cultivo cada vez más cortos y plantas cada vez más vigorosas.

Para completar la milagrosa transformación, las semillas se dotaron de mayores reservas de azúcares, engordaron, por así decirlo, para regocijo del hombre, con el fin de poder germinar más rápidamente.

Todas estas transformaciones no afectaron de la misma suerte a todas las plantas cultivadas: algunas de ellas siguieron cruzándose con sus parientes silvestres y experimentaron pocos cambios, otras, sin embargo, se han modificado tanto que resulta difícil esclarecer su origen.

Hortalizas con historia

Las leguminosas se cuentan entre las primeras hortalizas domesticadas. Hace alrededor de 10,000 años se empezaron a cultivar tanto en Oriente Próximo (guisantes y posiblemente otras leguminosas) como en Sur América (judías o frijoles), época en que también se empezaron a cultivar los primeros cereales. Las fechas más o menos conocidas del inicio de la domesticación de los cultivos corresponden en realidad a las primeras evidencias halladas, que a menudo no son muy precisas y puede que no nos muestren de forma fiel en qué época se inició cada cultivo. Quizá las evidencias arqueológicas de los verdaderos orígenes de algunas de ellas no hayan sido todavía descubiertas.

Europa fue un foco tardío y poco importante de domesticación, aun así encontramos entre nuestras plantas silvestres los ancestros de algunos de los protagonistas de nuestro huerto, como por ejemplo las zanahorias o las coles, cuya domesticación se remonta aproximadamente al 3000 y al 1500 AC respectivamente.

Si nos cruzamos con los parientes silvestres de alguna de estas hortalizas, probablemente nos sorprenderá la escasez de sus partes comestibles. Las coles silvestres (¡que encontraremos creciendo entre las grietas de pedrizas!) apenas nos brindarán cuatro pequeñas hojas, más ásperas y ácidas que las sus fornidas descendientes domésticas (aunque de sabor muy parecido); y la raíz de la zanahoria (que crece en la vera de los caminos) apenas nos parecerá más gruesa que el tallo que la delata, y al primer bocado se nos antojará dura, insulsa y amarga. Así eran las plantas que consumían nuestros ancestros cazadores-recolectores. Es gracias a su audacia, comprensión y dedicación, que se desplegaron todos los mecanismos de selección que nos permiten disfrutar hoy en día de las sabrosas y pródigas hortalizas que con tanto placer cultivamos. Sirvan estas breves líneas como reconocimiento a su anónima labor.

Fuente: https://www.horticultor.es/blog/dom…




Fuente: Grupotortuga.com