Por eso tengo sentimientos encontrados acerca de la extraordinaria aventura de WikiLeaks. Cuando WikiLeaks reveló que el Ejército estadounidense había matado a civiles desarmados en Afganistán y otros lugares, le hizo un favor al mundo del periodismo, pero no agregó mucho a lo que ya sabíamos. Es sabido prácticamente por todos que un ejército hipermoderno mata inocentes en forma rutinaria. Solo el 9% de las víctimas de la Primera Guerra Mundial fueron civiles. En las guerras que se libraron desde fines del siglo XX, más del 90% de las víctimas han sido civiles. Por sí solo, estar al tanto de la depredación y la vio- lencia no ayuda a las personas a organizarse y a liberarse de las garras del poder. Y puede ser desalentador.
No es la verdad, sino la imaginación de líneas de escape lo que ayuda a las personas a vivir una vida autónoma y a rebelarse con éxito.
Pienso que Julian Assange hizo un gran trabajo al fortalecer el poder de la información independiente, pero su contribución al movimiento emancipatorio no consiste en haber revelado una verdad. Más interesante me resulta un costado diferente, acaso menos visible: WikiLeaks ha sido una importante experiencia de solidaridad entre periodistas, informáticos y personal militar que se rebelaron contra la hipocresía y la inhumanidad de la guerra. Ese es el mérito invalorable de WikiLeaks y otros actores hacktivistas. Pero la obsesión con la verdad que es propia de la cultura puritana ha producido efectos ambiguos, a tal punto de que algunas revelaciones han jugado en beneficio de Trump y de Putin.
La filosofía de WikiLeaks se basa en la descripción del poder en términos de secreto: los secretos son vistos como la fuente de autoridad y de mando.
Si uno devela el secreto, la verdad puede ser establecida.
Pero la verdad es inefectiva en sí misma, porque el juego de la enunciación es infinito. Una vez que descubres el contenido secreto, te enfrentas al enigma de la interpretación. La interpretación es la que decide en última instancia y hace posible la acción, y es un juego infinito que solo puede ser decidido por un acto de voluntad o por un acto de inclinación estética.
Más que secretos, los signos del poder son enigmáticos.
La fuente del poder es un enigma: nunca dejamos de buscar una autentificación, y no la encontramos porque el poder carece de autenticidad.
El secreto es un contenido oculto a la mirada del público. Necesitas la llave que abra la caja fuerte y sabrás la verdad oculta.
Sin embargo, el proceso de subjetivación social no se basa en develar el secreto; se basa en el proceso de interpretación y de imaginación.
El enigma es un enunciado abierto que puede ser interpretado de infinitas maneras, y los enunciados del poder se asemejan más a enigmas que a secretos. Constantemente tienes que estar interpretando los signos del poder establecido para descubrir líneas de escape y de subjetivación.
El conflicto entre WikiLeaks y el establishment occidental se desarrolla dentro de la esfera del puritanismo anglosajón. Como captó con perspicacia Jonathan Franzen en Pureza, la cultura digital es el punto de llegada de la binarización epistemológica y de la purificación del lenguaje y el comportamiento social.
Lo que tenemos aquí es un conflicto entre dos formas diferentes de la cultura puritana: el culto de la centroizquierda de la corrección política versus el culto de WikiLeaks de una verdad ética que la corrección política enmascara a menudo con hipocresía.
Pero al final de la contienda, el ganador fue el barroco de Trump: el emperador de lo fake que surgió de las ruinas de la solidaridad social y el entendimiento crítico.
El caos le gana al orden, y el ruido artificial les gana a las voces humanas
Fuente: Lobosuelto.com