March 24, 2021
De parte de Arrezafe
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Information
Clearing House
– 23/03/2021

Traducción
del inglés: Arrezafe

El
liderazgo de EEUU ha debido establecer un nuevo tipo de récord en lo
que se refiere a insultar a los líderes de las otras dos grandes
potencias mundiales, con 48 horas de diferencia entre sí, en estos
primeros días de política exterior de la administración Biden.
Casi como si fueran graduados de “La Encantadora Escuela de
Donald Trump”.

Es
simplemente sorprendente que, al inicio de una nueva etapa de
relaciones con Rusia, el presidente Biden tilde de “asesino”
y “carente de alma” a Vladimir Putin.

Es
igualmente asombroso que se haya elegido un momento de apertura
importante en nuestra delicada relación con China para emplear un
lenguaje despectivo. ¿Creía Blinken que hacer alarde de
testosterona en la primera reunión de alto nivel con los líderes de
política exterior de Beijing ayudaría a lograr los objetivos
diplomáticos que Washington persigue? Uno se pregunta a quién
intentaba impresionar el secretario de Estado: ¿A Pekín, o un
determinado público estadounidense?

Sin
duda, Estados Unidos tiene sus propias demandas hacia China, y
viceversa. Pero este lenguaje insultante y acusador es inmaduro y
contraproducente de cara a las futuras relaciones entre Estados
Unidos y China y, en consecuencia, con China y Rusia.

¿Y
qué mensaje envía este comportamiento a otros líderes mundiales? Plantea
serias dudas sobre el profesionalismo y la visión de liderazgo de la
nueva administración respecto a si Washington es realmente
responsable o está capacitado para ejercer el “liderazgo global”
que se atribuye incesantemente.

Que
tanto el presidente de los Estados Unidos como su secretario de
Estado hayan elegido tan pésimos enfoques respecto a Rusia y China,
hará que muchos otros países se muestren ciertamente reacios a
adherirse al estadounidense concepto y estilo de liderazgo global.

El
grado de hipocresía acerca del “matar” o de las
“injerencias extranjeras” es igualmente perturbador, si no
miope. Las políticas estadounidenses durante los últimos 20 años o
más, han demostrado una manifiesta disposición a matar, en grandes
cantidades, en un esfuerzo fallido por lograr objetivos políticos
que han fracasado estrepitosamente en casi todos los casos.

Considérense
los cientos de miles de civiles iraquíes, sirios, somalíes, libios,
iraníes, afganos y paquistaníes que son considerados como poco más
que “daños colaterales” en las constantes intervenciones
militares estadounidenses. Sin mencionar los asesinatos de
funcionarios extranjeros de alto nivel, como el general iraní Qassem
Soleimani, el funcionario público más estimado de Irán.

Sin
vergüenza alguna ni rubor, Antony Blinken manifiesta que Estados
Unidos defiende “el imperio global de la ley”, en el autoengaño
o la creencia de que tal es el caso. De hecho, Washington siempre ha
esperado el apoyo de otros países al estado de derecho
internacional, aunque eximiendo a buenos amigos como Israel y Arabia
Saudita. Estados Unidos defiende invariablemente su propio
“excepcionalismo” al no firmar, deliberadamente, el derecho
internacional cuando conviene a sus intereses. Eso incluye asesinatos
en el extranjero y el inicio de varias guerras sin autorización a
nivel internacional, provocando “revoluciones de color” y
negándose a ratificar las Convenciones de la ONU sobre el Derecho
Marítimo, los Derechos del Niño o acatar las sentencias adversas de
la Corte Internacional de Justicia. Por ello, es difícil entender
cómo Blinken puede sentirse cómodo al sermonear a China sobre sus
faltas internas, en un momento en el que la democracia y la política
social de Estados Unidos nunca se mostraron tan dañadas ante el
mundo.

Tal
fariseísmo por parte de la administración estadounidense muestra
una notable falta de seriedad y honestidad sobre la historia y
conducta de Estados Unidos. O, lo que es más inquietante, sugiere
que Washington carece por completo de la capacidad de reflexión y
autocrítica.

Al
final, este inicial encuentro diplomático de alto nivel es quizás
lo más angustioso, dadas las grandes esperanzas que muchos
estadounidenses tenían de que muchos de sus problemas desaparecerían
con la partida de Donald Trump, en lugar de emprender un examen en
profundidad, necesariamente doloroso, de los defectos inherentes
asentados dentro del sistema estadounidense.

Quizás
me equivoque al hacer estas duras observaciones. Tal vez, mostrarse
fiero, con todas las armas cargadas, al estilo de los vaqueros de
Hollywood en estos primeros enfrentamientos públicos, hará que
Moscú y Pekín se lo piensen e incluso retrocedan un poco. Pero lo
dudo. Me temo que estos dos eventos vinculados simplemente clavan
algunos clavos más en el ataúd de las preciadas aspiraciones
estadounidenses de liderazgo y dominio global. En ese caso, podemos
ser nuestro enemigo más peligroso si seguimos mirando con nostalgia
la ex-hegemonía estadounidense. Para bien o para mal, ese dominio global es, cada vez más, cosa del pasado. Representa un fracaso el no
reconocer las peculiares circunstancias por las cuales Estados Unidos
jugó un papel global importante inmediatamente después de la
terrible experiencia de la Segunda Guerra Mundial, tras el colapso de
Europa, Japón y China. Naturalmente, esas condiciones no volverán,
lo que significa que Estados Unidos se enfrentará a una realidad
futura muy incómoda, para la cual parece estar psicológicamente mal
preparado.

Este
país tiene, en efecto, algunos motivos para enorgullecerse de su
propio e imperfecto orden democrático. Ningún orden democrático es
perfecto. Sin embargo, ¿cuánto habremos de reflexionar para
reconocer lo que el Partido Comunista Chino ha logrado en los últimos
treinta años? ¿Qué es más digno, sacar a 500 millones de personas
de la pobreza y llevarlas a una vida digna en una sola generación, o
es más digno mantener intacto un sistema electoral estadounidense en
el que líderes mediocres o funestos ascienden con más facilidad que los valiosos? Tratar de definir qué constituye un buen
gobierno en China o en Estados Unidos no es fácil de responder,
depende de los propios valores.

En
última instancia, es menos probable que las formas chinas de
gobernanza evolucionen a mejor, tal como lo han hecho durante más de
treinta años, cuando se hacen comparaciones y exigencias insultantes
del comportamiento de un competidor, especialmente las referidas en
tantos casos a la política interna china, al tiempo que se otorga
carta blanca a nuestros amigos duramente autocráticos.

Estados
Unidos es un país que posee extraordinarios dones de creatividad y
energía. En este punto, sin embargo, su orden político,
socioeconómico y psicológico parece estar languideciendo en la cruz
de una búsqueda cuestionable y costosa del dominio militar global
total.

Con
suerte, se extraerán algunas lecciones aprendidas de esta temprana incursión, singularmente amateur y emocional, de la
administración Biden en la diplomacia de alto nivel de Rusia y
China.




Fuente: Arrezafe.blogspot.com