March 31, 2021
De parte de Arrezafe
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LA
Progressive
– 24/03/2021

Traducción
del inglés: Arrezafe

Con
el fin de fabricar consenso y recabar apoyo para sus constantes
agresiones, Estados Unidos culpa a sus competidores de crímenes
inexistentes, obviando los suyos.

El
primer compromiso de un revolucionario es con la verdad, pero para el
común de los mortales, descifrar la verdad se ha convertido en una
tarea difícil en Estados Unidos, sobre todo porque el descomunal
aparato de desinformación está directamente vinculado a los
imperativos del propio estado imperialista. Cualquier separación
entre el complejo industrial militar y los medios corporativos
estadounidenses es cosa del pasado.

El
imperialismo estadounidense ha dedicado gran parte de la última
década a originar gradualmente una nueva guerra fría con China, y
los medios de comunicación han fabricado el consenso para todas y
cada una de sus agresivas políticas. Una reciente encuesta de Gallup
reveló que el 80 por ciento de los estadounidenses tienen una
opinión negativa de China, una opinión negativa solo superada
cuando se trata de Irán y de la RPDC, dos de las naciones más
denigradas por la maquinaria de propaganda estadounidense.

Los
estadounidenses son continuamente bombardeados con titulares contra
China por todo el espectro político mediático. Las mentiras
referentes al intervencionismo humanitario representan la forma más
peligrosa de desinformación que actualmente alimenta la nueva guerra
fría iniciada por Estados Unidos. La más destacada, la fábula de
que se está cometiendo un “genocidio” contra los
musulmanes en la Región Autónoma Uigur de Xinjiang en China.

Este
mes, CNN publicó un informe del Newslines Institute que afirma
verificar, por primera vez de forma “independiente”, el
“genocidio” en Xinjiang. El informe no ofrece pruebas, más
allá de las reiteradas afirmaciones vertidas durante varios años
por dudosas fuentes, como Radio Free Asia y Adrian Zenz, un
fundamentalista cristiano de extrema derecha que se cree predestinado
por Dios para derrocar al Partido Comunista de China.

El
Newsline Institute es en sí mismo una fuente de información dudosa.
El jefe del grupo de expertos con sede en Washington, Ahmed Alwani,
es un exasesor del Comando Africano de Estados Unidos. Cabe señalar
que dicho Comando lideró la destrucción de Libia por parte de EEUU
y la OTAN en 2011, una intervención respaldada por la Hermandad
Musulmana vinculada a Alwani. El editor gerente de Newsline
Institute, Robin Blackburn, fue anteriormente editor de Stratfor, una
empresa de inteligencia privada conocida como la “CIA en la
sombra”.

Ya
sea por las decenas de millones de dólares que la Fundación
Nacional para la Democracia (NED) ha invertido en el Congreso Mundial
Uigur o por las sumas que fluyen de los contratistas militares a las
arcas del Instituto Australiano de Política Estratégica (ASPI),
está claro que las fuentes que venden narrativas humanitarias
intervencionistas en los medios corporativos estadounidenses están
lejos de ser dignas de confianza. Esto no ha impedido que la
administración de Joe Biden respalde la narrativa del “genocidio”
con el propósito de cambiar la imagen de la Nueva Guerra Fría.

Si
bien algunos creían que Biden reduciría las tensiones con China, la
temperatura de esta nueva guerra fría ha aumentado en las últimas
semanas tras las maniobras militares de la nueva administración. A
principios de este mes, el Comando Indo-Pacífico de EEUU solicitó
27.400 millones de dólares para una “red de misiles anti-China”
que se displegaría a lo largo de islas clave en la frontera China,
como Okinawa, Taiwán y Filipinas. Biden se unió a la alianza “Quad”
anti-China de Japón, India y Australia el 12 de marzo, en la primera
cumbre internacional de su mandato como presidente de Estados Unidos.
Dicha alianza se fortaleció bajo la administración Trump tras más
de una década de inactividad. La elección de Biden del “Quad”
como su primera cumbre envía un mensaje claro de que la nueva guerra
fría, dirigida por Estados Unidos contra China, continuará bajo el
pretexto de fortalecer alianzas y abordar “preocupaciones
humanitarias”.

Para
el observador pasivo, el intervencionismo humanitario del imperio
estadounidense es contemplado como algo “normal”. Sin embargo, la
verdad es que enmascara los crímenes de guerra reales cometidos por
Estados Unidos y sus lacayos imperiales. Las repetidas afirmaciones
de “genocidio” en China o de “armas químicas” en
Siria adquieren un nivel de importancia mayor que el genocidio
verificable cometido contra los palestinos por el principal aliado de
Estados Unidos en Israel, o las decenas de miles de venezolanos que
han muerto a causa del impacto de las sanciones impuestas por EEUU,
en cuya prensa, dicho sea de paso, no se dedica ni un minuto a los
millones de muertes ocasionadas por la invasión de la República
Democrática del Congo (invasión que duró un cuarto de siglo) por
los regímenes patrocinados por EEUU en Ruanda y Uganda, o las
decenas de millones de muertos o desplazados como consecuencia de las
invasiones de Libia y Siria lideradas por Estados Unidos a partir de
2011.

Sin
embargo, sería demasiado simple caracterizar el intervencionismo
humanitario como una mera tapadera de crímenes de guerra al servicio
de la hegemonía estadounidense. La mezcla de humanitarismo y guerra
rezuma excepcionalismo estadounidense. Se presupone que el imperio
estadounidense es el culmen de la civilización, el faro que ilumina,
incluso mediante los métodos más violentos. Pero el sentido común
se impone, no hay nada humanitario en el historial, pasado o
presente, del imperio. La hegemonía estadounidense simplemente
existe.

La
ilusión de fuerza descansa sobre la base de decadencia sistémica.
El intervencionismo humanitario no solo renombra los crímenes de
guerra como operaciones de derechos humanos, sino que también borra
las verdaderas motivaciones detrás de ellos. Estados Unidos se ha
acostumbrado a emprender guerras humanitarias en momentos en que sus
intereses se ven amenazados. En 2014, Obama intensificó las
sanciones contra Venezuela y el apoyo de Estados Unidos a figuras
violentas de la oposición de derecha, una vez quedó claro que la
muerte de Hugo Chávez no marcaría el fin de la Revolución
Bolivariana. Desde que comenzó la guerra, hace más de una década,
el gobierno sirio ha sido acusado en reiteradas ocasiones de utilizar
armas químicas contra civiles, a pesar de estar en la posición más
favorable para derrotar a los mercenarios estadounidenses y
extranjeros.

En
cuanto a China, ha contenido la pandemia COVID-19 y es, de las
grandes economías, la única que registra un crecimiento positivo en
medio de una depresión mundial. Además, la inestabilidad que una
vez sacudió a la Región Autónoma Uygur de Xinjiang ha dejado de
existir gracias a los esfuerzos del gobierno para frenar el
terrorismo y aliviar la pobreza. La estabilidad y el crecimiento han
permitido a China avanzar en sus planes para desarrollar una red
comercial global financiada con fondos públicos, la Iniciativa Belt
and Road
.

Los
llamamientos al intervencionismo humanitario se han redoblado a
medida que el declive de Estados Unidos se acentúa paralelamente al
ascenso de China en el escenario mundial. Si la nueva guerra fría no
se convierte en una guerra caliente no será precisamente por la
moderación de Estados Unidos en el ámbito de la política. La
historia ha demostrado sobradamente que el imperio estadounidense se
erigió para destruir, y la disyuntiva entre la guerra o la paz
estará determinada por la oposición popular que pueda desarrollarse
contra las falsas narrativas humanitarias que impulsan el obsceno
intervencionismo estadounidense en pleno siglo XXI.




Fuente: Arrezafe.blogspot.com