September 29, 2021
De parte de Noticias Y Anarquia
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Liebknecht
dijo: “En el mundo no hay sino dos patrias: la de los ricos y la de los
pobres”. Se puede afirmar, también, que en toda nación, sea cual fuere su grado
de cultura y su forma de gobierno, sólo existen dos clases sociales bien
definidas: la de los poderosos y la de los desposeídos. Como el dinero suele
separar a los hombres más que la raza, no se carece de
razón al
asegurar que el pobre es el negro de Europa.

Esa gran
división de clases no dejamos de palparla en  nuestra América republicana, donde las
familias acaudaladas van constituyendo una aristocracia más insolente y más odiosa
que la nobleza de los Estados monárquicos: a fuerza de advenedizos, nuestros
falsos aristócratas llevan a tal grado la presunción y el orgullo que
sobrepasan al señor de horca y
cuchillo.
Descendientes (por línea torcida) de aquellos españoles que sufrían el mal del
oro, nuestros hidalgos de llave maestra y ganzúa no tienen más que un solo
deseo: juntar dinero. De ahí que habiendo monopolizado el ejercicio de la
autoridad, nos hayan dado unas repúblicas de malversaciones y gatuperios,
cuando no de oprobios y sangre.

Pero en
ninguna de las antiguas colonias españolas 
resalta más que en Chile esa división de la sociedad en ricos  y pobres; en ninguna parte el hombre de levita
ve con más  desprecio ni trata con mayor
inhumanidad al hombre de blusa o de poncho; en pocas palabras, es más dura la
dominación. Recurrimos al testimonio de los chilenos. En La Razón de Chañaral,
número 8, leemos lo siguiente: “Hemos conocido en Chile, principalmente en los
puertos de mar, familias aristocráticas que nacen de tinterillos, abogados,
curanderos, despachadores, carpinteros, hojalateros, sastres, cigarreros,
zapateros, albañiles, lavanderas y cocineras. Nada tiene de particular que cada
cual tenga un oficio; hacemos hincapié en estas últimas proposiciones para
buscar pronto el origen de la clase media, la cual es más enemiga de los
obreros”.

“Deducimos
que la cuna de la burguesía aristocrática laica y la de la clerical se
confeccionan en los talleres, en las chicherías y en las pocilgas de lavanderas
y cocineras”. “La clase media de Chile es el producto, pues, de la plebe, la
cual tan pronto se educa, toma las maneras cómicas de la aristocracia, aprende
como los monos a vestirse regularmente, embriagándose en los humos de la
soberbia, del orgullo y de la vanidad y olvidando que sus padres vendían
aguachucho por cangalla mineral; vendían percalas por varas, azúcar por cinco,
vinos falsificados por litros, velas de sebo por ficha y aún habían sido prestamistas,
ladrones al tanto por
ciento’’.

Por lo
transcrito de La Razón vemos que en Chile sucede lo mismo que en el Perú: las
dos aristocracias de nuevo cuño: “—la del Mapocho y la del Rímac— se igualan en
el olvido de su origen y en su poco amor a la clase de donde provienen. Así,
Vicuña Mackenna, que fue un mestizo de  anglosajón
y araucano, llegó a decir que el roto chileno lleva en su sangre el instinto
del robo y del asesinato”.

Si el tal
Vicuña Mackenna resucitara, se vería muy vacilante para contestar a más de una
pregunta. ¿Qué instintos guarda en la sangre la pseudo aristocracia chilena?
¿Son rotos los que se roban el tesoro fiscal y empujan a la nación hacia un
cataclismo financiero? ¿Eran rotos los que fraguaron la guerra del Pacífico y
desencadenaron sobre el vecino una asoladora invasión de bárbaros? Verdad, el
roto hecho soldado se mostró en el Perú tan feroz como el genízaro en Armenia y
el cosaco en la China; pero a la cabeza del soldado venía el jefe para
excitarle, alcoholizarle y lanzarle al robo,
al incendio, a la violación, al asesinato. Y el jefe no hacía la
guerra por voluntad propia: obedecía la orden dictada por la clase dominadora.

Esta
ferocidad del poseedor chileno la acabamos de ver confirmada en la huelga de
Iquique. Ahí se ha manifestado por milésima vez que si las leyes valen algo
para solucionar las cuestiones de los privilegiados entre sí, no sirven de nada
para zanjar las dificultades surgidas entre pobres y ricos o
proletariados
y capitalistas; en ese caso, no se admite más ley, más juez ni más árbitro que
la fuerza.

No
insistiremos en referir la estúpida y cobarde matanza de los peones salitreros
(¿quién ignora los sangrientos episodios?) y nos ceñiremos a consignar un hecho
muy significativo, pues viene a revelar el estado de alma que se inicia en los
trabajadores. En algunas de las salitreras, a raíz de la horrorosa carnicería,
los trabajadores chilenos pisotearon, escupieron y quemaron la bandera de
Chile.

Así,
pues, las víctimas de los odios internacionales empiezan a no dejarse alucinar
por la grosera farsa del patriotismo y a reconocer que en el mundo no hay sino
dos patrias: la de los ricos y la de los pobres. Si de esta verdad se acordaran
dos ejércitos enemigos en el instante de romper los fuegos,
cambiarían
la dirección de sus rifles: proclamarían que sus verdaderos enemigos no están
al frente.

 

 

 (Por los acontecimientos que al final relata,
este artículo fue escrito después


del 1907.
Forma parte de Anarquía, obra editada póstumamente por Editorial


Ercilla
en Chile, 1936)

 




Fuente: Noticiasyanarquia.blogspot.com