
El suicidio en Palma de una de las líderes comunistas más carismáticas es un gran misterio. Matilde Landa era extremeña y tras la guerra la encerraron en la prisión de mujeres de Palma, en la zona donde está hoy la biblioteca Can Sales. Allí hay una placa que recuerda que se arrojó al vacío el 26 de septiembre de 1942, “después de vivir dos años en condiciones extremas”. Miguel Hernández le dedicó un poema y Barricada una canción.

Lo extraño es que el comportamiento de Matilde había sido relativamente normal y, además, tenía una hija esperándole en el exilio. El profesor David Ginard la retrata en su excelente biografía: era una “santa laica”; culta, guapa, alegre y valiente. Su carisma cautivaba a amigos y enemigos.
Al acabar la guerra tenía el encargo de reoganizar el PCE en Madrid cuando fue delatada y detenida. Se enfrentaba al peor de los destinos pero su carácter le permitió sortear la tortura y la pena de muerte por 30 años de prisión. Mantuvo el ánimo alto hasta que llegó a Palma. Aquí se vio en una encrucijada porque las monjas de la prisión querían bautizarla y convertirla. A veces la agasajaban y otras la castigaban. Le daban libros católicos y ella los devolvía con anotaciones en el margen. En esta tarea destacó Bàrbara Pons, una mujer mayor de Acción Católica. La presionó tanto que le hizo dudar, pero claro, bautizarse significaba traicionar a sus compañeras.
Ginard recoge testimonios de algunas reclusas: “Nunca se perdonó haber dejado a su hija”; “Entró en una fase de depresión nerviosa y no lo aguantó”; “Vimos cómo se sentaba en la balaustrada de la azotea y se tiró para atrás. Bàrbara sacó del pecho de Matilde una carta de color azul y se la guardó”. Las autoridades la bautizaron mientras agonizaba. Dijeron que era lo que ella quería. ¿Qué diría esa carta que recogió Bàrbara Pons? ¿Dónde se guarda?
Estos días me ha llegado una nueva fuente: las memorias de Carmen Blázquez Gil, una comunista madrileña encerrada también en Can Sales. Cuenta que aquel día Matilde “pasó toda la mañana en el despacho del director”. “Al salir la encontramos algo extraña, ausente, tenía los ojos aún congestionados del llanto”. “Después de un persistente silencio, dijo que iba a la enfermería a inyectarse”. No les sorprendió porque tenía una enfermedad pulmonar: “No pudimos imaginar sus auténticas intenciones”. “Después de asearse y cambiarse de ropa, con una determinación y una entereza estremecedoras, se arrojó por la ventana”. “No supimos nunca qué ocurrió realmente en aquel perverso interrogatorio. (…) Debieron ser muy tenaces y amenazadores para derrumbar el espíritu íntegro e inquebrantable de Matilde”. Carmen concluye: “El impacto fue desgarrador. Aún no he podido olvidarla”.

(Columna Tejiendo historia, publicada en Ultima Hora el viernes 31 de julio de 2020. Sale cada 15 días en papel).
Fuente: Manuelaguilerapovedano.wordpress.com