No son noticias de tapa ni se viralizan rápidamente, pero las tomas de tierras son una situación que, con sus altibajos, se reeditan todos los años. Generalmente en las inmediaciones o las afueras de los grandes conglomerados urbanos, sea en Buenos Aires, Rosario, Córdoba o Mendoza. Las tomas de tierras son un indicador sostenido de una necesidad urgente: la de vivienda digna.

A veces familias enteras en situación de calle o que ya no pueden pagar el alquiler, a veces una parte de ella que se instala tanteando el terreno para que luego se sume el resto escapando del hacinamiento, a veces mamás con niñes escapando a la violencia de género. En cualquier caso, la urgencia motoriza acciones desesperadas, nada fáciles y mucho menos cómodas. Implica enfrentar el frío, la lluvia, las patotas, la policía, la falta de servicios y, sobre todo, la incertidumbre de poder permanecer y avanzar en el loteo y urbanización de los terrenos tomados.
Este año la situación se vio agravada y profundizada por la pandemia. La caída del empleo y la imposibilidad de hacer changas hicieron las urgencias más agudas y, por lo tanto, no sorprende que las tomas sigan emergiendo. Este es el marco no solo de la recuperación enorme de tierras en Guernica por más de 2500 familias, sino de las tomas en Moreno (Cuartel Quinto, Malaver, La Reja), La Matanza (Ciudad Evita, Rafael Castillo, Gonzalez Catán), La Plata, San Fernando, Escobar, Bahía Blanca, por mencionar algunas.
Pero hay algo más que aparece frente a la urgencia, y es el problema de lo verdaderamente importante. Tanto desde la perspectiva de quienes sostenemos la necesidad de una transformación profunda de la sociedad y la inviabilidad del capitalismo, como de sus defensores, lo que se discute -más o menos solapadamente- es la propiedad privada. De un lado podemos simplificar diciendo que si hay necesidad de vivienda digna y hay tierra ociosa (incluso miles de casas desocupadas), se trata sencillamente de redistribuir. “A cada cual según su necesidad” dice la vieja premisa de verdadera justicia social. Del otro lado, hay una preocupación rabiosa de que no se avance sobre la sagrada propiedad privada. Los medios, el gobierno, la oposición y, por ende, el sentido común fascistoide, se ocupan de criminalizar y atacar los movimientos de tomas de tierras. Con un discurso preocupado por la solución “pacífica” o con una línea más dura, es el Estado demostrando su contenido de clase: lo que tiene dueño -aunque sea difícil demostrarlo-, no importa que esté desocupado hace décadas, no puede ser usurpado. Porque un triunfo en Guernica hubiese significado un espaldarazo para esas otras muchas tomas. Porque si hoy es la tierra, mañana pueden ser fábricas…
Pero el gobierno de Fernandez y Kicillof se juegan algo más. Es un caudal político de apoyo que todavía ve con expectativas al Frente de Todos como herramienta para imponerse a “la derecha”. Entonces lo que en Guernica se mostraba como predisposición a negociar, en la toma de Bibiana en Moreno, de Ciudad Evita en La Matanza, o barrio Stone en Escobar, la policía, la patota parapolicial reprimen y desalojan a las familias. Es cierto que por su magnitud y por el nivel de organización de la resistencia la toma de Guernica era la más importante, pero llevándose todas las luces de las cámaras se dejaba en la oscuridad lo que pasa en decenas de otros lugares: la represión a la urgente necesidad de la vivienda; y se deja entre sombras la lucha por lo importante, que es que los derechos a la vivienda (a la salud, a la educación, al trabajo. Este es el significado de la represión y desalojo en Guernica, pese al discurso “negociador”, la orientación del gobierno fue clara: “acá estamos, no se preocupen, defendemos la propiedad privada”.
Por Facundo Anarres.
Fuente: Periodicoelroble.wordpress.com