Los centros residenciales para personas mayores, lejos de ofrecer un acompa帽amiento digno en los 煤ltimos momentos de la vida, son espacios con reg铆menes autoritarios sin apenas hueco para la autonom铆a personal. Las trabajadoras exigen mejoras laborales, mientras los capitales opacos hacen caja con los cuidados.
Lleva meses de baja. Su cuerpo dijo basta y colaps贸 ante lo vivido. Responde al tel茅fono porque su lucha no desconecta, pero le pasa el testigo a otras compa帽eras para que relaten la situaci贸n que ella ya ha denunciado infinidad de ocasiones a los medios y en las calles, meg谩fono en mano, sujetando pancartas y acampando.
La situaci贸n no es una circunstancia, ni una coyuntura, ni siquiera un caso aislado. Tampoco una ubicaci贸n o una postura. Es una forma de hacer, una gesti贸n, incluso una pregunta. 驴Qu茅 pasa con las residencias? Lo que se denunci贸 en la hist贸rica huelga de 378 d铆as de 2017 en Bizkaia sigue vigente en muchas esquinas del Estado. Las primeras movilizaciones del sector a inicios del siglo XXI ayudan a conocer el panorama actual: hace falta mejorar las condiciones laborales y aumentar el personal para lograr una mejor atenci贸n.
Las residencias de personas mayores se han convertido en espacios donde las vidas de quienes all铆 habitan deben caber en cuadr铆culas de Excel, en las planillas con los turnos de laborales, en las listas de la compra y en los balances econ贸micos donde las ganancias marcan las decisiones. Equis tiempo para asear a tantas personas. Tantos minutos para levantarlas. Se hace pis una vez por las tardes. Se comparte habitaci贸n con alguien desconocido. Se desayunan galletas contadas. Ni m谩s ni menos.
鈥淟levamos mucho tiempo hablando de que el modelo que debemos tener es el basado en la persona y es sorprendente que no se siga. Entonces 驴cu谩l se sigue?鈥, reflexiona M贸nica Ramos, antrop贸loga y geront贸loga feminista.
Con la primera ola de la pandemia, la situaci贸n de las residencias de personas mayores explot贸 en los medios de comunicaci贸n, espacios generalmente ajenos a los asuntos de cuidados y de atenci贸n a la dependencia. Que si el ej茅rcito entraba a desinfectar, que si muertes por miles, que si el abandono era absoluto, que si no se pod铆an hacer traslados a los hospitales, que si鈥 Noticias terribles que no hac铆an m谩s que confirmar lo que muchas trabajadoras llevaban a帽os denunciando: la situaci贸n de las residencias de personas mayores es inadecuada. Es indigna. Es dur铆sima.
鈥淗abr铆a que repensar el modelo de residencias, la organizaci贸n del sistema. Ante la falta de personal est谩 todo milim茅tricamente programado. Est谩 todo tan ajustado para las ganancias de las empresas que no cabe algo excepcional como la vida misma. Trabajamos con personas, no con tornillos. No nos ponemos a pensar en ello, pero es su vida, su 煤ltima etapa, y es muy duro鈥, cuenta por tel茅fono Aitziber Aramberri, trabajadora en una residencia de Gipuzkoa y delegada sindical de ELA.
Fue en los a帽os 70 cuando se comenzaron a crear los centros residenciales, seg煤n se conocen hoy, para personas de la llamada tercera edad. Antes, a inicios del siglo XX, lo que hab铆a eran asilos. Aquellos eran centros asistenciales de organizaciones religiosas para personas mayores y empobrecidas, hu茅rfanas o con diagn贸sticos de salud mental; menesterosos, se les dec铆a. Aunque asilo es un t茅rmino peyorativo cada vez m谩s en desuso, su origen etimol贸gico (del lat铆n 鈥asy虅lum鈥 y del griego 鈥谩sylon鈥), que se refiere a lugar, sitio o templo inviolable, evoca todo lo contrario de lo que son.
鈥淓ntras en una residencia y ya no eres nadie, quien manda en ti es el director, se te vulneran un mont贸n de derechos de participaci贸n, te imponen un horario, es muy militar. Es un sitio que, en lugar de estar al servicio de las personas, est谩 al servicio de la organizaci贸n. Y, 驴d贸nde est谩s t煤?, 驴c贸mo quieres planificar tu vida? Te anulan y entras a un engranaje donde ya no tienes el poder de decisi贸n鈥, reflexiona Federico Armenteros, presidente de la Fundaci贸n 26 de diciembre, que trabaja por y para las personas LGTBI mayores.
Aunque no hay datos oficiales, en el Estado espa帽ol se superan las 350.000 plazas en residencias, entre p煤blicas, concertadas y privadas; cifras que aumentan cada a帽o porque la pir谩mide demogr谩fica envejece. Un 19,3 por ciento de la poblaci贸n tiene 65 a帽os o m谩s, seg煤n datos del Instituto Nacional de Estad铆stica, organismo que calcula que el porcentaje rozar谩 el 30 por ciento en 2068. De momento, solo hay seis plazas p煤blicas para personas LGTBI: las de la residencia La casa de Txema de Roa, que abri贸 en junio de 2020 en M贸stoles (Madrid), impulsada por la Fundaci贸n 26 de diciembre. M谩s grande ser谩 el Residencial Josete Massa, de la misma organizaci贸n y tambi茅n en Madrid. Contar谩 con 62 plazas para personas residentes y 15 para centro de d铆a, y tratar谩 de ser un referente en dom贸tica. Y no solo.
鈥Muchas personas en las residencias tienen que seguir en el armario y no pueden vivir una vida plena. Adem谩s, est谩n con coet谩neas que han nacido tambi茅n en la 茅poca donde un maric贸n era algo malo. En los 煤ltimos momentos de vida vuelves otra vez a la angustia, a que no se te note, a que nadie se meta contigo, a la defensa鈥, contextualiza Armenteros, quien subraya que las ancianas LGTBI evitan ir a residencias. Sobre todo las personas trans, que si no est谩n operadas 鈥減refieren en muchos casos el suicidio a que les cambien los pa帽ales鈥, narra el presidente de la organizaci贸n. 鈥淗ay que especializarse y no solo para las LGTB, sino para todas en general; el personal tiene que estar preparado para la diversidad鈥, a帽ade. La filosof铆a de trabajo en la nueva residencia ser谩 el acompa帽amiento, no el cuidado: 鈥淓s tu casa y t煤 la organizas. Y, si no puedes, te acompa帽an y ayudan鈥.
Hay residencias que son hermosas por fuera, con jardines envidiables a los que apenas les falta el arco铆ris para ser el t铆pico dibujo id铆lico que se pinta con siete a帽os; hay otras que son viejos hoteles, torres que acumulan habitaciones con estrechos espacios comunes y sin una mota de verde que coloree el edificio; otras son tan antiguas que la pared descascarillada es an茅cdota. Son lugares dispares, pero con un nexo com煤n: la necesidad de cambiarlas, tambi茅n estructuralmente.
Las residencias para personas mayores son casas, pero tambi茅n son barrio, son pueblo y son ciudad 锘緾lic para tuitear
鈥淗ay que hacerlas de otra forma. Los modelos grandes no son para ahora鈥, resume Juani C茅spedes, presidenta de la asociaci贸n de familiares de residencias de Bizkaia Babestu. En la misma l铆nea habla Maite Ramos, para quien las macrorresidencias inmensas no tienen ning煤n sentido: 鈥Hay que generar cambios arquitect贸nicos para que haya peque帽as unidades de convivencia, con una ratio de atenci贸n much铆simo mayor, donde haya un apoyo a la autonom铆a y no solamente una atenci贸n a la dependencia. Hacen falta personas que no est茅n solo para atender la parte de cuidados, sino tambi茅n la participaci贸n de actividades que tienen que realizar, de trabajo comunitario con el entorno. Son espacios que no est谩n en una isla, est谩n en barrios, en lugares en los que deber铆an tener una relaci贸n constante con todo su entorno鈥. Las residencias son casas, pero tambi茅n son barrio, son pueblo y son ciudad.
Hay residencias a las afueras, otras en pleno centro. En urbanizaciones nuevas y en viejos edificios rehabilitados. Las hay p煤blicas, las hay privadas y las hay privadas con plazas concertadas. Unas est谩n en manos de cooperativas, de asociaciones sin 谩nimo de lucro o de peque帽as empresas, otras pertenecen a transnacionales que han visto que se puede ganar dinero escurriendo la vida de trabajadoras y residentes. Siempre hay espacio para el capital, incluso entre andadores, pa帽ales y demencia.
Las cifras de envejecimiento se han convertido en nicho de mercado. Y el sector de las residencias, que no es m谩s que el trabajo de cuidados que desde siempre han hecho las mujeres en sus casas, sin dinero mediante, es ahora un lucrativo negocio. En 2019, los ingresos se situaron en 4.650 millones de euros en el Estado espa帽ol, un 3,3 por ciento m谩s que en 2018, seg煤n los datos de la consultora DBK Informa. Los fondos buitres de inversi贸n han anidado aqu铆, sum谩ndose as铆 a otras grandes fortunas estatales dedicadas a la construcci贸n. El negocio de las residencias es atractivo. Una investigaci贸n de Infolibre ha clareado la opacidad del sector: fondos del para铆so fiscal de las islas Jersey, empresas transnacionales ligadas a capital franc茅s, fondos de pensiones canadienses, fortunas locales vinculadas al caso G眉rtel, etc茅tera. 鈥淨uienes gestionan no lo hacen pensando en el trato que se da, sino en la rentabilidad de cada una de las plazas. Y eso va en detrimento del bienestar de quienes viven y de la calidad del trabajo鈥, afirma Ramos, directora del Instituto de formaci贸n en Gerontolog铆a y Servicios Sociales (INGESS).
Cuidar a personas mayores ahora genera ganancias. Muchas. Pero no para quienes acompa帽an y cuidan. 鈥淣o puede haber lucro en el sector. Nosotras vemos que a las empresas privadas lo que importa son las ganancias, a costa de trabajadoras y de usuarios, de los ancianos que viven ah铆 y est谩n en la etapa final de su vida鈥, critica tambi茅n Aramberri, que lo primero que vio al empezar a trabajar en el sector, hace 14 a帽os, fue una huelga.
Entre las espaldas de las trabajadoras y las vidas de las ancianas hay millones de euros de fondos p煤blicos y unas cuotas cada vez m谩s elevadas, a pesar de una situaci贸n que en muchos casos implica abandono y muerte. La catedr谩tica de Psicolog铆a Roc铆o Fern谩ndez-Ballesteros, atendiendo a las cifras que se conocen de la primera ola de la pandemia (o mejor, sindemia), ha publicado que el n煤mero de personas que ha fallecido en residencias es 20 veces m谩s elevado que el de las mayores que viv铆an en sus domicilios, es decir, que residir en centros de mayores es un factor de riesgo de muerte.
鈥淟os cuidados no est谩n en la agenda en la pol铆tica, no le interesan a nadie; primero, porque los desempe帽amos las mujeres en el 谩mbito reproductivo y, segundo, porque los desempe帽amos las mujeres en el 谩mbito laboral, que es un espacio feminizado. Lo de las residencias ha sido un abandono total y no estamos escandalizados. Esto demuestra es que vivimos en una sociedad tremendamente edadista y muy paternalista, hablando todo el d铆a de 鈥榥uestros mayores鈥, pero luego los hemos abandonado, no nos han importado en absoluto鈥, critica M贸nica Ramos.
芦Tenemos que pensar c贸mo queremos que sea el proceso de envejecimiento y c贸mo se atiende a la vejez porque ahora no se hace con dignidad禄 锘緾lic para tuitear
El an谩lisis de la antrop贸loga y geront贸loga feminista es duro y habla de una situaci贸n 鈥渢errible鈥 que exige debate: 鈥淭enemos que pensar c贸mo queremos que sea el proceso de envejecimiento y c贸mo se atiende a la vejez porque ahora no se hace con dignidad鈥. La senectud apenas ha tenido espacio en el pensamiento feminista para hablar de la precariedad de las trabajadoras de cuidados y de las brechas de g茅nero en las pensiones de jubilaci贸n, porque los recursos econ贸micos marcan tambi茅n la vejez. 鈥淟as geront贸logas feministas llevamos tiempo diciendo que el feminismo tiene que tener una mirada sobre lo que significa el envejecimiento鈥, critica Ramos.
Adem谩s de casas convertidas en lugares de lucro, las residencias tambi茅n son espacios de trabajo y de lucha obrera. Las movilizaciones de las trabajadoras exigen a la sociedad que no mire para otro lado, no se puede dejar aparcadas y arrinconadas a las personas mayores y no mirar atr谩s. En ocasiones, viendo lo que est谩 detr谩s se vislumbra el futuro. 鈥淢ucha gente nunca se ha preguntado qu茅 ocurre en las residencias. Tenemos a nuestra madre y a nuestro padre all铆, pero no nos planteamos m谩s cosas, como si est谩n bien cuidados, en qu茅 condiciones trabajan las cuidadoras o cu谩nto tiempo tienen para cada tarea鈥, reflexiona una empleada y delegada sindical en el libro No eran trabajadoras solo mujeres.
La atenci贸n medi谩tica ha virado hacia las residencias, aunque en muchos casos las informaciones se enmarquen m谩s en las cr贸nicas de sucesos que en la cr铆tica a una situaci贸n que va arrinconando vidas. Aitziber Aramberri, optimista en un principio 鈥斺渃re铆amos que la sociedad se iba a dar cuenta de que los cuidados son muy importantes en nuestra vida鈥濃, relata que el 煤nico cambio con la pandemia ha sido el aumento de la presi贸n: 鈥淣uestro trabajo ha empeorado, nuestras cargas son m谩s fuertes. Y si antes dif铆cilmente lleg谩bamos, ahora menos鈥.
Las movilizaciones y huelgas siguen. Ahora, adem谩s de denunciar la situaci贸n, se solicita un plan de reparaci贸n emocional para las trabajadoras. 鈥An铆micamente, emocionalmente estamos m谩s machadas. Y eso incide en la atenci贸n y no es bueno. Son personas y requieren su tiempo, que te sientes con ellas y les cojas de la mano鈥, finaliza la trabajadora que cogi贸 el testigo tras la baja de su compa帽era. A pesar de la situaci贸n, la vida sigue en las residencias y la lucha en las calles.
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Fuente: Pikaramagazine.com