December 13, 2020
De parte de Nodo50
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Retrato de Emilia Pardo Bazán. AUTORES: JOSÉ FERNANDEZ CUEVAS Y ANTONIO MANCHÓN QUÍLEZ / Licencia CC0

El Pazo de Meirás, construido a iniciativa de la escritora gallega Emilia Pardo Bazán en 1893 y cedido a través de una acción de compraventa fraudulenta a Francisco Franco en 1941, ya es patrimonio del Estado. Hasta hace escasas fechas, el Pazo había sido ocupado ilegítimamente por el clan de los Franco durante la friolera de 82 años, muchos más de los que Emilia o sus herederos pudieron disfrutar de él. 

Coincidiendo con que Meirás es noticia, se ha vuelto a hablar de Emilia Pardo Bazán estos días. Concretamente, de su correspondencia. En un par de medios se ha publicado el testimonio de Guillermo Blázquez, librero de la Cuesta de Moyano –donde se ubican un buen número de las más importantes librerías de libros antiguos de Madrid– asegurando haber visto y ojeado hace treinta años algunas de las cartas que Benito Pérez Galdós envió a la que fuera su gran amiga y cómplice en un sinfín de empresas literarias y lances vitales durante varias décadas. Ambos mantuvieron, además, con intermitencia y distintos niveles de intensidad, una relación sentimental. 

Blázquez afirma que las cartas estaban entonces en posesión de un coleccionista privado, un académico importante cuya identidad, sin embargo, oculta. No se entiende, en este orden, por qué cuenta ahora algo que vio hace treinta años; por qué motivo oculta la identidad del coleccionista; y por qué razón ciertos medios de comunicación se han hecho eco de un testimonio carente de información verificable.

No es presentable hacer pasar por noticia el testimonio de alguien que asegura haber visto unas cartas hace treinta años y titular ‘Un librero de Madrid accede a las cartas pasionales de Pérez Galdós a Pardo Bazán’ como ha hecho El País. O, en el caso de la Cadena Ser ‘Un coleccionista privado conserva las fogosas cartas de Pérez Galdós a Pardo Bazán que se creían destruidas, según confirma un librero histórico de la Cuesta de Moyano’. El titular no corresponde con lo que se cuenta en el cuerpo de la noticia. Los adjetivos “pasionales” y “fogosas” terminan de desacreditar la información por rosa y sensacionalista. Nada de esto es presentable. 

¿Es presentable hacer depender la verosimilitud del testimonio de la credibilidad personal y profesional del librero como única prueba de que lo que cuenta es verdad? Tampoco lo es.

Sin entrar a juzgar si la historia que cuenta Guillermo Blázquez es o no verdad, algo que es imposible de dilucidar pues solo él lo sabe, espero que –por si acaso– desde Patrimonio o desde la Xunta se le emplace a dar el nombre del presunto coleccionista. De existir, puede estar en posesión de una documentación que, si fuese real, debería trasladarse a la mayor brevedad a Meirás, donde está el grueso de la biblioteca privada de Emilia Pardo Bazán, y de donde aquellas cartas nunca debieron salir, caso de haberlo hecho.

Así como no me permito dudar de la profesionalidad y credibilidad del librero, porque sencillamente no tengo motivos para hacerlo, sí lo hago de la de los periodistas. No solo por no haber comprobado los escasos datos que Blázquez aporta, sino porque o mucho me equivoco o de no haber recordado el susodicho que Galdós escribía sobre “comerle los pechos” a la Pardo Bazán, no habría habido noticia. Estas cartas interesan porque se han calificado, en un acto de reduccionismo imperdonable, de “pasionales” y “fogosas”.

No nos engañemos. Si el librero hubiera recordado, pongamos por caso, que Galdós le dedicaba tres párrafos demoledoramente críticos a una novela de Pardo Bazán en una de esas cartas, a pesar de haberla elogiado en público, ¿se hubiera publicado esa información sin ningún soporte documental ni investigación que circunstancialmente la validara? No, porque esa información, por más jugosa y hasta “escandalosa” que hubiera sido, no habría concitado tanto interés como un par de pechos, que tan bien sirven al propósito de fabricar titulares y vender humo instrumentalizando, en este caso, la vida privada de Emilia Pardo Bazán.

Todo este asunto pone también de manifiesto la completa falta de sensibilidad histórica de ciertos periodistas, la tendencia a interesarse únicamente por lo anecdótico a costa de no poner el foco donde de verdad importa. Mientras jugamos a detectives y hablamos de los pechos de Doña Emilia estamos lo suficientemente entretenidas como para ignorar algo tan importante como que es más que probable que se haya perpetrado un expolio de la documentación de la escritora. Pero antes de llegar al tema del expolio y de Meirás permitidme un apunte. 

Reducir la relación de Galdós y Pardo Bazán a su contenido erótico, o darle a éste una importancia excesiva –a base de convertirlo en titular y hacer chufla con el asunto– es no entender que lo extraordinario de la relación entre ambos es que lo fue entre iguales y que cuando hay respeto y compenetración intelectual, el erotismo va de suyo. Construir una relación de estas características en la España del XIX comportaba la transgresión de ciertas convenciones, pero también el mantenimiento de interdicciones inconmovibles. Si Emilia pudo amar y desear a Benito como lo hizo, fue gracias a que siguió casada. Si Benito pudo tener la relación que tuvo con Emilia es porque se mantuvo soltero.

La libertad de una y otro para relacionarse con autonomía y atención a sus deseos respectivos fue posible bajo determinadas circunstancias históricas –y en un círculo social e intelectual muy concreto– que es preciso tener en consideración. Si la correspondencia quiere leerse con especial atención al tema de la sexualidad y los sentimientos, lo que es perfectamente legítimo y relevante, se exige rigor como en cualquier otro campo de análisis sobre el pasado. La broma rancia sobra, aburre y distrae, en el peor sentido de la palabra. La historia tomada en serio, cuando se entiende como mucho más que una colección de anécdotas, amigas periodistas, también entretiene. Y encima, enseña.

Y, por fin, Meirás, el expolio de los Franco y qué hacemos con el Pazo. Un elemento fundamental del franquismo como proyecto cultural fue el intento de suprimir cualquier vestigio de un pasado liberal. El siglo XIX debía borrarse de la historia en la medida en que la República se interpretaba como su conclusión final, su excrecencia última. La dictadura bloqueó el pasado e inventó una gesta y un futuro que comenzaron en el año cero. La quema de la documentación de Emilia Pardo Bazán, ese “auto de fe”, como lo llamó Ricardo Gullón, –quien por cierto aseguró que un oficial del ejército le contó que Carmen Polo la había ordenado; será por testimonios…– fue una de las muchas acciones políticas destinada al cumplimiento de ese programa. La aniquilación del adversario y la reinvención del pasado trabajaron en la misma dirección.

Meirás suma a la memoria de su dueña, una escritora liberal conservadora, en algunos aspectos bastante reaccionaria, clasista, españolista y feminista de vanguardia –Emilia era mucha Emilia–, la del expolio y la ocupación de los Franco. Para la dictadura, la Pardo Bazán podía ser una escritora insigne, pero también era una liberal y una iconoclasta. Su vida privada lo demostraba, así como su literatura. En consecuencia, a la hoguera -real y figurada- con ella. Si algo se salvó de la quema, y es posible que así fuera, o si algo se cedió tras su muerte y se encuentra escondido en alguna parte, cosa bastante menos probable, es obligación de las instituciones recuperarlo.

Pero además, el Estado y la Xunta tienen pendiente acordar la creación de un lugar de memoria en el Pazo. No se trata de que Meirás se consagre a la recuperación de la memoria de Emilia Pardo Bazán, como se pretende desde la presidencia de la Xunta, subrayando su feminismo y obviando otras muchas facetas políticas suyas bastante más controvertidas, por cierto, en un intento burdo por instrumentalizar a la gallega –otro más– y eludir la condena de la dictadura. No podemos borrar la dictadura franquista, así como Franco no pudo borrar el siglo XIX español, y no debemos. El pasado es tozudo y demanda siempre interpretación, más cuando es conflictivo y todavía nos alcanza. El clan de los Franco ha abandonado el Pazo en estos días. Recordemos a Faulkner: «The past is never past. It´s not even past»

Meirás es un lugar que posee una extraordinaria densidad histórica. En el Pazo se anudan los siglos XIX, XX y XXI, el liberalismo, el republicanismo, la dictadura, la transición y la democracia y, sin que sea cosa menor, las vidas de Emilia Pardo Bazán y Francisco Franco, dos personajes históricos con enorme posteridad; más sombría y desgraciada la del segundo. La historia son esos nudos, y la memoria democrática un intento por deshacerlos en aras de la necesaria convivencia. Mientras decidimos entre todas cómo elaborar esa memoria democrática que desanude la historia, que ponga a cada quien en su sitio y sirva para apalancar nuestros consensos, por favor, sacad vuestras manos de los pechos de Emilia. 

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Fuente: Lamarea.com