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‘Skins’: auge y caída de los chicos rudos


April 25, 2022
De parte de Cultura Y Anarquismo
543 puntos de vista

Trevor Basil en el centro de la icónica fotografía
de Derek Ridgers tomada en Housnlow y que sirve de portada para el libro
de Carles Viñas ‘Skinheads. Historia global de un estilo’ 

 

Es posiblemente el estilo que más miradas de desconfianza sigue
despertando: una estética reconocible, orgullosa de sí misma, para una
subcultura a menudo malinterpretada sobre la que el historiador Carles
Viñas cuenta la callejera y sinuosa vida del movimiento

Es casi primavera del 64 cuando la cantante jamaicana Millie Small toca
la cima de las listas británicas con su versión ska del tema My boy lollipop.
Es el primer éxito del estilo en la ya exmetrópolis. Es también una
consecuencia cultural de la migración caribeña que, principalmente desde
Jamaica, ha llegado a una Gran Bretaña en reconstrucción y con trabajo
vacante por las bajas de la guerra. En Londres y otras ciudades, los
hijos de la clase obrera blanca ya andaban desde los cincuenta buscando
afianzar la propia personalidad dentro, eso sí, de un grupo
relativamente homogéneo. Infundir respeto, repudiar valores adultos y
sacarle buen partido a las calles y las noches. Los teddy boys
—por el diminutivo de su estilo dandi ‘eduardiano’— dejaron paso a los
mods. Elegantes, orgullosos y con lemas como “vida limpia bajo
circunstancias difíciles”, cuando suena en todas las radios My boy lollipop, los mods están cerca de sufrir un cisma. Por un lado, los más individualistas trendy mods. Del otro, unos hard mods que reaccionan a lo que interpretan como una banal huida hacia el elitismo y el hippismo radicalizando su estética y sentido de pertenencia a la clase trabajadora. A diferencia de los teds,
los mods sí han sentido fascinación por el imaginario del pandillero
duro y misterioso importado de los chicos procedentes de los bajos
fondos jamaicanos: el rude boy. Está por nacer el estilo que el historiador Carles Viñas (Barcelona, 1972) ha documentado en su ensayo Skinheads (Bellaterra, 2022). 

 “El estilo skin nace de una fusión multiétnica. Las personas
que habían migrado desde Jamaica y otras islas aportan la banda sonora
original, una estética determinada y unos hábitos y jerga concreta. Los
jóvenes británicos, su espíritu barrial de clase obrera. El encuentro se
produce en salas de baile y conciertos, allí interactúan”, indica
Viñas. Los primeros skins aparecieron en torno a 1967. Todavía no se llamaban así: eran peanuts, eggheads o lemonheads, por el perfil de la cabeza, hasta que la prensa usó la palabra skinhead en 1969. Para entonces, ya eran bien conocidos en Gran Bretaña esos chicos aficionados a hablar con palabras del patois jamaicano y el cockney
londinense y a vestir botas Dr. Martens, pantalones Levi’s, camisas,
tirantes y chaquetas Harrington. “Es una estética en evolución aunque no
lo parezca. Está el estilo original con prendas de los años sesenta y
el pelo corto pero nunca afeitado. Será a finales de los setenta cuando
la estética se radicaliza y aparece el corte al cero, botas de tallaje
más alto, pantalones desteñidos con lejía o cazadoras bomber”, señala Viñas. 

Aquellos primeros skins estaban escuchando mucha música: Desmond Dekker, Laurel Aitken o Symarip, uno de cuyos clásicos, Skinhead moonstomp,
hace referencia al paso de baile más conocido del estilo, el que
pivotando sobre los talones simula caminar sobre la luna. Para Viñas,
“la música es uno de los pilares del estilo, uno de sus elementos de
cohesión y atracción referenciales. El folclore jamaicano se mezcla con
el rhythm and blues y da lugar al ska. Después el rocksteady, cuando el
ska se ralentiza. O el reggae, que aporta un mensaje más religioso y
hace a algunos skins volver a las raíces. La banda sonora skin acabará siendo muy plural”.

La Gran Bretaña que, más que verlos llegar, se encuentra con
esos chavales, es un país que ha conseguido capear la posguerra de la
llamada generación de las ruinas. Los primeros skins tenían una
casi nula vinculación con la política y sentían un franco desafecto
hacia los políticos. “Sobre todo ocurre con el laborismo, del que los skins entienden
que ha traicionado los valores de la clase obrera. Hay una lectura de
la academia británica que me parece acertada. Los skins surgen
como reivindicación de la clase obrera británica cuando esta inicia su
proceso de descomposición. Asumiendo un poco la caricatura del obrero
tratan de reivindicar la raíz social y cultural cuando el espíritu de
comunidad y solidario de clase se empieza a desintegrar. Por otro lado,
es un estilo que se presume transgresor, rebelde, que impugna el sistema
pero sin ser una contracultura porque no aporta alternativa,
simplemente repudia el sistema. Asume estética y valores de orden y
disciplina. Esta es la paradoja que se oculta tras el estilo”, apunta
Viñas sobre aquellos chicos tan insumisos como tradicionalistas.

El estilo apareció en un país que compaginaba el florecimiento de su capital, la swinging London,
como meca artística y cultural, con un creciente fortalecimiento de
posiciones racistas simbolizado en un célebre discurso del diputado
conservador Enoch Powell. Apoyándose en la Eneida de Virgilio, el tory aseguró
que, como en la profecía de la Sibila, veía “el río Tíber espumeante de
sangre” augurando violencia por la según él inasumible presión
migratoria sobre Gran Bretaña. “El discurso de Powell incendia el
consenso hasta entonces existente. Es aquí cuando empieza el problema
del racismo visible, que tiene mayor proyección mediática”. En paralelo,
esa misma prensa jugó lo que Viñas define como un papel dual en el
tamaño de las filas skins. “Desde el desconocimiento o la
voluntad de generar alarma social los medios proyectan el fenómeno.
Amplifican las acciones de una minoría que comete actos racistas y
vandalismo, lo que hace que otros jóvenes se sientan seducidos por ese
estilo. Pero también hay otros que, hastiados, lo abandonan”. 

 

Desde el comienzo de los setenta y hasta 1976 los skins prácticamente
desaparecieron. Entonces llegó el punk. “Y el revival de la música
jamaicana gracias a que grupos británicos versionan sus temas de la
anterior década. La mezcla de eso con el punk da lugar a una
revitalización del estilo skin, que estaba de capa caída,
aguantando solo en algunas ciudades del norte, en las Midlands o en
Escocia”, sostiene Viñas. En los estadios de fútbol también se volvieron
a ver skins. “Dos elementos explican la vinculación entre skins y
fútbol. Uno es que es el deporte de preferencia de la clase obrera
británica. Además, Inglaterra ganó en casa la copa del mundo del 66.
Justo en el momento en que apareció el estilo, el fútbol estaba de
moda”, señala el historiador. Pero esta vez había una diferencia entre
estos skins de grada y los de hacía casi diez años. Esta vez sí
estaban politizados. “Hubo un intento de captación de la extrema
derecha que tiene que ver con la desidia y el menosprecio de la
izquierda hacia el fútbol, con el discurso de que aliena a los jóvenes.
Eso generó un vacío que fue aprovechado por la extrema derecha, que
penetró en ámbitos inéditos hasta entonces, primero los estadios y
después los conciertos. El éxito en algunos estadios fue notable”.
Especialmente en los del Chelsea, Millwall, West Ham, Leeds o
Birmingham. Competían entre sí por ver quién comandaba la clasificación
de las aficiones más racistas que realizaba Bulldog, la revista de las juventudes del National Front.

Los directos de algunos grupos fueron otro campo en disputa
política. Para Viñas, “hubo una operación orquestada, sobre todo del
National Front y del British Movement, para a través de la música
aumentar su base de apoyo social”. La presencia provocadora de skins ya
directamente neonazis en conciertos y las consecuentes peleas entre
seguidores de los grupos llegó a acabar en la práctica con carreras como
la de los punks Sham 69. Otras bandas se opusieron explícitamente a la
invasión de la extrema derecha. Fue el caso de las encuadradas en el
estilo 2-Tone con su ska hipervitamínico: The Selecter, Madness, The
Beat, Bad Manners y, sobre todo, The Specials. “Esas bandas fueron
fundamentales a la hora de dar un empuje antirracista. La mezcla de
razas en componentes de estos grupos proyectaba la realidad social de
Gran Bretaña. Fueron cruciales para frenar la irrupción de los cabezas
rapadas neonazis”, defiende Viñas.

 

La polarización, y con ella la tensión y la violencia, volvía a
favorecer uno de los rasgos del estilo. Su exaltación de una
masculinidad no especialmente inclusiva. “Las mujeres juegan un papel
secundario, sobre todo inicialmente. Replican la estética de los chicos.
Esto va cambiando un poco y las skingirls crean su propia estética, por ejemplo con el corte de pelo estilo chelsea”, indica Viñas. Sectores skins que
veían el punk como mera estética de clase media impulsaron el género
oi!, que endurecía sonido y contenido bajo la premisa de conservar un
cierto espíritu proletario. La extrema derecha ya había creado su escena
paralela y su propio frente musical con el rock anticomunista o RAC, un
hervidero neonazi con el grupo Skrewdriver como principal estrella.
Para mediados de los ochenta, el estilo había prendido
internacionalmente y, en respuesta a la ofensiva ultraderechista y para
salvaguardar la esencia mestiza originaria, se creó en Nueva York el
movimiento de skinheads contra prejuicios racistas, SHARP por
sus siglas en inglés. En su difusión también juega un papel la música.
Tras un viaje a Estados Unidos, Roddy Moreno, cantante del grupo galés
de oi! The Oppressed, lo popularizó en Europa.

“La politización fragmenta el estilo skin. Entramos en una espiral acción-reacción desde que irrumpe la corriente minoritaria neonazi. Algunos skins creen
que se debe ir más allá de SHARP, que se definía como apolítico, y que
hay que posicionarse. Es entonces cuando nace RASH, los skinheads comunistas
y anarquistas con el símbolo de las tres flechas recuperado de la
resistencia anti-nazi de los años treinta”, señala Viñas, que el año
próximo publicará el segundo volumen del ensayo. En él abordará una
década especialmente oscura en nuestro país, cuando la violencia de
cabezas rapadas de extrema derecha se recrudeció en las calles y los skins pasaron
a ser sinónimo de nazis en los medios. Por eso la portada de este
primer volumen la protagoniza un orgulloso skin negro, Trevor Basil.
“Ese estereotipo está arraigado en el imaginario ciudadano. Creo que
tiene mucho que ver con identificar quiénes son los racistas. Vincular
el racismo con los cabezas rapadas hace que el resto se exima de ello.
Es un mecanismo autorregulador de conciencias decir ‘yo no soy racista,
lo son los que llevan botas, tirantes y van rapados’. Son los llamados folk devils, los demonios populares. Aquí, cuando pasaron de moda los skins, les tocó a las bandas latinas”, sostiene Viñas. 

 

Ignacio Pato Lorente

https://www.eldiario.es 




Fuente: Culturayanarquismo.blogspot.com
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