Juan Carlos Rois
Tortuga.
El año 2021 se nos promete muy gastón en materia de defensa.
El Consejo de Ministros de 6 de abril ha autorizado 90 millones de euros para el varado de los buques de la armada, a los que hay que sumar otros 4 millones de euros para mantenimiento de equipos del ministerio de defensa y de las operaciones de mantenimiento de paz y otros 14,5 millones de euros para constituir una filial de Navantia en Arabia SA.
Son las últimas de las autorizaciones o compromisos de gasto militarista que el gobierno que no quiere dejar a nadie atrás ha realizado durante 2021.
Aprovechemos para hacer un repaso de la orientación de este gasto militar ahora que Hacienda nos exige el pago de impuestos que, entre otras cosas, se destinan a pagar este dispendio sin sentido de gastos destinados a fortalecer el militarismo y el estatus quo.
1) EL cuadro de compromisos de gasto
Ofrezco el cuadro de compromiso de gasto que he ido recopilando al repasar los acuerdos del Consejo de Ministros que publica la página del portal de La Moncloa.
Puede que se me haya pasado alguno, porque, característica primera, el gasto destinado a nuestro militarismo se distribuye por distintos ministerios y organismos y se embadurna de ciertas capas de escombro retórico que hace que a veces uno pase de largo sin encontrar su rastro debajo de la palabrería.
En él he añadido dos acuerdos de los que no puedo calcular el impacto. Ambos se refieren a retribuciones, las primeras a las clases pasivas militares, que se incrementarán en virtud de la revalorización de pensiones y clases pasivas acordadas por el Consejo de Ministros, de la que no se ofrece detalle. El segundo se refiere a las retribuciones de personal, que se incrementan en este año por el aumento del complemento general que percibirán los militares en plantilla y que tiene distintos incrementos según el cargo y oficio. Igualmente, es complicado hacer un cálculo del impacto global de este complemento sobre el capítulo de gasto de personal (el más abultado del presupuesto del ministerio de defensa), pero viene a acentuar el problema endémico del presupuesto de defensa: un excesivo personal que lastra el gasto total y que, lo más grave, no se necesita para nada.
En números totales, nos sale un compromiso de gasto durante el primer trimestre y lo que llevamos de abril de 738,55 millones de euros, un pastuzal al que habrá que sumar el aumento que sobre el presupuesto supondrá la generosa subida de retribuciones de clases pasivas y complementos de sueldo de los militares en activo.
Vayamos al cuadro.
¿Es todo? No. Como siempre, la respuesta en el gasto militar es que nunca es todo, siempre hay algo más.
En principio, a estos acuerdos han acompañado otros cuantos referidos a las autorizaciones que el Consejo de Ministros ha efectuado para la entrada de capital especulativo extranjero en industrias militares consideradas «estratégicas». Esta autorización no tiene, a priori, compromiso de gasto directo, pero ya saben ustedes que el lobby militar actúa sin descanso para influir en los políticos de los “hunos” y los “hotros” y hacer que la adquisición de armas sea una de las preferencias de gasto público.
Además de ello, tengo consignadas múltiples convenios del Ministerio de Defensa y de sus organismos con empresas, entidades y universidades, que conllevan compromiso de gasto y que no aparecen en los resúmenes del Consejo de Ministros, sino en los Boletines Oficiales de la Defensa, pero eso lo dejaremos para otro día donde además desvelaremos la red colaboracionista de universidades con el militarismo, no sea que se nos ponga la cabeza como un bombo.
Junto con ello, encontramos otro capítulo, más difícil de encontrar aun, que es el que constituyen las encomiendas de gestión y otros acuerdos que son más difíciles de rastrear.
El gasto militar español es como una de esas muñecas rusas que siempre encubren otra más profunda dentro de la anterior.
2.- La orientación de este gasto.
Vayamos a un ligero análisis de este compromiso de gasto. ¿A dónde ha ido a parar?
Si nos fijamos en los Ministerios que han autorizado y comprometido gasto, son tres los principales manirrotos: Hacienda, Defensa e Interior. En nuestro caso habría un cuarto, el de Inclusión social, que ha autorizado la subida de las pensiones de clases pasivas, pero, como se ha dicho, no he podido cuantificar el impacto de esta medida sobre el presupuesto calculado en los Presupuestos Generales del Estado para 2021. Habrá que esperar a la liquidación de gasto que efectúe, dentro de dos años, la Intervención General de la Administración (IGAE) para conocer la repercusión de esta medida.
Contrasta el papel preponderante del Ministerio de Hacienda como uno de los principales generadores de gasto oculto del militarismo español. Nada menos que 584,35 millones de euros, el 77% del gasto comprometido, en un solo trimestre, principalmente destinados a pagar por fuera del presupuesto de defensa las intervenciones militares en el exterior.
Vemos las preferencias de este compromiso a hurtadillas del gasto militar: financiar la injerencia humanitaria mediante el abusivo sistema de acudir al fondo de contingencia para que no contabilice como gasto militar; persistir en la constante mejora de los sistemas de armas; dotar a los equipamientos militares y fortalecer a la industria militar, en este caso creando una filial de NAVANTIA en Arabia Saudí, mejorando nuestra posición se séptima potencia en el ranquing de señores de la guerra y ayudando de paso al fortalecimiento de militarismo saudí y de la conflictividad regional.
Dos implicaciones más se me ocurren de este retrato:
La primera, referida al papel esencial que tiene el Ministerio de Hacienda, el que nos pide pagar los impuestos, en la autorización del espectacular gasto militar oculto. Se supone que dicho ministerio debería poner disciplina y evitar la opacidad del gasto público, pero en materia de Defensa es el que autoriza la subida de los complementos militares, o permite acudir al fondo de contingencia para financiar la injerencia militar en el exterior, por poner dos ejemplos. También quien paga las pensiones militares y las cuotas del mutualismo administrativo militar.
Es causante de un significativo porcentaje de nuestro gasto militar oculto.
En la actualidad está barajando la idea de impulsar una ley de sostenibilidad del gasto militar que pretende garantizarse por ley, y por encima de cualquier otra prioridad, un nivel de gato militar que evite la posibilidad de acortar el gasto militar si llega a darse el improbable caso de que el parlamento de cabida a diputados antimilitaristas o sencillamente sensibles a la situación social y pretendan reducir o congelar el gasto militar.
La segunda, que, si los PGE contemplaban para operaciones militares en el exterior 314,5 millones y los de Exteriores 170,69 millones, quiere decirse que, a estas fechas de primeros de abril, ya se han atizado nada menos que 1.072,73 millones de euros para injerencia militar en el exterior a estas alturas, lo que nos da una idea aproximada del significado de este tipo de acción militar en nuestra política de defensa en tiempos de pandemia.
3. Consenso militarista y contribución sumisa al gasto militar.
Poco o nada podemos esperar de nuestros ínclitos políticos en materia de gasto militar y poco más en lo que se refiere a la sensibilidad social.
Por de pronto, el consenso de los partidos en torno al aumento del gasto militar parece apabullante y las voces discrepantes son mínimas, por ser optimistas, al respecto.
Avanzan los compromisos de sistemas de armas que nos endeudarán aún más y que no se necesitan, lo que incrementará la ya brutal deuda militar ilegítima que arrastramos con la complacencia de la neovetusta casta de toda la vida.
Avanzan los consensos diputadiles sobre la mejor retribución a los militares, sin tener en cuenta que tenemos un porcentaje abrumador y no comparable en nuestro entorno de militares, lo que acarrea un problema no sólo de gigantismo peligroso del militarismo, sino también de sostenibilidad financiera del tinglado, problema que se acentúa porque la sensibilidad “sindical” de nuestras izquierdas patrias se conjuga muy bien con la sensibilidad militar de nuestras derechas rojigualdas para atornillar a los soldados mayores de cuarenta y cinco años (que sobran y que firmaron un compromiso limitado de pertenencia al ejército) al presupuesto, mientras se hacen nuevas convocatorias de nuevos soldados y militares para engrosar innecesariamente las filas de militares como si los ejércitos de masas fueran la manera más razonable de contribuir al orden mundial.
Sin el menor pundonor se sigue impulsando a los señores de la guerra desde nuestras las instituciones, como si la mejor presencia penibética al caos mundial fuera vender armas a diestra y siniestra.
Son altamente frecuentes los indicios de que la mentalidad pretoriana y neofascista crece ente los miembros de las fueras armadas, situación que se agrava porque la ministra del ramo, en una escusa no pedida, se desgañita diciendo cada vez que salta la liebre que cada nuevo horror no representa la mentalidad, tremendamente democrática, de las fuerzas armadas y que es una excepción más a añadir a añadir a la interminable fila de excepciones prediluvianas similares.
En el suma y sigue, la chulería rampante se muestra ufana. Ayer sin ir más lejos me manda información el senador Carles Mulet, de Compromís, de momento uno de los pocos que al menos levantan el dedo sin tragarse todos los sapos militares con que se desayunan nuestros parlamentarios, en el que pasan de él ante preguntas sobre el confesionalismo católico de nuestros ejércitos. Tenemos 18 iglesias y capillas adscritas a los ejércitos (yo cuento incluso con una catedral castrense pagada por Defensa) y la Armada, 238 salas para rezos y misas en acuartelamientos, y 84 curas castrenses con la sotana en ristre, pero a la pregunta de cuánto nos cuesta este ejemplo tan abrumador de aconfesionalidad estatal, el ejército le viene a decir que se lo busque por su cuenta si quiere.
Ya lo ven, el clima, que como estamos en abril, aguas mil.
No es mejor la perspectiva social, porque la atonía, el conformismo y el desinterés florecen con especial resignación en nuestras sociedades, atónitas ahora por el baile de normas y contra-normas en esto del virus, la vacunación, la disciplina social con la que nos atizan día sí y día no nuestros arquitectos sociales, y el juego infantil de fintas y emboscadas con la que juguetean los políticos.
Fascinados por el espectáculo como forma de vida encanallada en el que se cimentan cada vez más nuestras relaciones sociales, arrebatados por el caramelo social que suponen las baratijas de mejoras que nos anuncian y que nunca llegan (léase ingreso mínimo vital, protección contra el paro, sanidad de calidad, lucha contra la discriminación de género, trabajo decente o cualquier otro), el pisoteo de los derechos sociales, si algún día existieron más allá del papel cuché, crece por instantes, desvelando la falta de conexión entre las preferencias del gasto público y las necesidades sociales más perentorias.
4.- ¿Por qué no “objeción fiscal”?
Nos toca pagar a Hacienda. La gran campaña de propaganda nos informa que debemos creer en la bondad del sistema y soltar la pasta sin rechistar.
¿Se han preguntado alguna vez para que vale este tributo, o cualquier otro con el que sostenemos los palos del sombrajo cada día y cada acto de “consumo” que realizamos, desde comprar una barra de pan para matar el hambre o una mascarilla quirúrgica para mantener el contagio a raya (al 4% del IVA) hasta por comprar un libro electrónico, comprar un pantalón o pagar una factura de la luz?
Pues vale para pagar entre otras cosas, los más de 34.000 millones de euros que, como poco, supondrá en 2021 nuestro gasto militar, según desglosábamos ya en otro artículo de esta web que puedes encontrar pinchando aquí.
Por supuesto que cabe esconder la cabeza bajo el ala. De hecho, es el comportamiento social que más sobreabunda en nuestra fauna mediocre.
También cabe pagar con la nariz tapada, igual que los que hacen otra serie de actos de acatamiento, votar, por ejemplo, con igual reparo olfativo y de conciencia. No le van a la zaga a los primeros, sobre todo si después de despejado el mal olor de su resignado óbolo, se conforman con esperar a que escampe, cosa que nunca pasa, o hasta que llegue el siguiente plazo contributivo, sin hacer nada por que cambien las preferencias de gasto.
Y se puede desacatar, con más o menos discreción, ante tal atropello. Puede que no seamos capaces de escamotear un tanque entre los que lo hacemos, aunque tengo un amigo poeta que dice que cada vez que se hace un libro, o se escribe un poema, o se tiene una buena idea que se difunde, se construye una bala menos en el planeta y se pone un ladrillo más en la construcción de la paz.
Es cierto que a veces no pasa de ser una postura casi testimonial, que los desobedientes al gasto militar son pocos y no se ha conseguido alcanzar un nivel capaz de generar una verdadera dinámica de movilización capaz de alterar el gasto militar en sí. Y que acarrea ciertos riesgos de represalia.
Pero no es menos cierto que sigue siendo una acción coherente y al alcance de nuestras manos. Una acción con proyección a largo plazo que puede contribuir a la difusión de la crítica al gasto militar y en la construcción de otras prácticas sociales de lucha contra el mismo. De hecho, hace treinta años, eran muy pocas las personas que conocían el tremendo dislate de nuestro gasto militar y menos aún las que se atrevían a cuestionarlo o los que podían hacer que su crítica penetrara en otros movimientos sociales interesados en la justicia social, la solidaridad, la lucha feminista, ecologista o el cambio de paradigma en tantos otros aspectos.
Créanme si les digo que el actual nivel de conocimiento de nuestro gasto militar, de su inmoralidad y de los perjuicios que nos acarrea no se lo debemos tanto a sesudos y oscuros estudios sobre el mismo, como al empuje y a la iniciativa de quienes han llevado a cabo la desobediencia al gasto militar y sus prácticas de participación y “militancia”, desde una charla a un teatro de calle, una acción directa, la indagación sobre el propio gasto militar o la propia coordinación para seguir desobedeciendo. El testimonio de muchos compañeros “objetores fiscales” ha sido determinante y me van a permitir que rinda homenaje aquí, con toda humildad y sencillez, a algunos de ellos que nos han dejado hace poco y cuyo esfuerzo y esperanzas siguen siendo un pequeño regalo y un gran impulso.
Ahora se nos abre, de nuevo, otra oportunidad de cuestionar el gasto militar desde el desafío de objetarlo en nuestra propia declaración de la renta, en definitiva, una de las pocas ocasiones en que nos dejan dirigirnos a Hacienda para declararles nuestro rechazo y la desnudez de sus políticas oscuras y obscenas.
Fuente: Grupotortuga.com