December 25, 2022
De parte de ANRed
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El sol quema el asfalto, el calor en las cabezas se alivia con una birra helada o un trago de fernet. Por las banderas blanquicelestes se filtran rayos de sol. La brisa refresca a la gente que llegó como pudo a la General Paz, a Ezeiza, a Plaza de Mayo, a recibir a su selección. La espuma de carnaval cae en las jarras de fernet que se agitan en el aire. La gente llora y ríe. Bombos, redoblantes, cornetas, megáfonos, una bandera roja con la cara del Che Guevara flamea en la casa de los padres de Maradona, nuestro primer ídolo, el que partió hace poco y nos dejó con un nudo en el pecho que todavía aprieta. Las calles se llenan de su imagen. La gente grita que él alienta desde el cielo junto a Don Diego y con la Tota. Crónica sobre el Mundial por Martina Korol.


En algún momento de la caravana escuché esa frase frente a un mural de ellos tres. Dieguito, el Pelusa, abrazado a sus papás: «¿cómo no sentirme así?

Las Abuelas bailan, los pibes re gedes, que saben festejar en un diálogo intergeneracional, les cantan a las viejas, incluso se juntan en los geriátricos, y mientras los abuelos y abuelas agitan sus brazos, la pibada los hace parte de esta fiesta del pueblo. Al grito de “ABUELA LALALA”, como para que nadie quede afuera. En un instante donde el festejo se apagaba, nos sentamos en el banco de una plaza. Delante de mí un hombre de alrededor de 80 años, con su camisa blanca, sus lentes, una carcasa en el celular blanca y celeste que tenía el número «10», miraba con una sonrisa a los pibes que agitaban a los saltos en la murga, y sus ojos brillaban.

Me choca cuando hablan de cómo las clases sociales se mezclan en estos festejos. El fútbol y el rock, siempre fueron espacios donde esta manifestación se sucede, pero prefiero poner el ojo en un país, que supo cantar una misma canción, llorar una misma pasión: la de todas, todes, todos unidos.

Pero vayamos al comienzo. Hace 36 años que este país no levanta la copa. El ídolo que amamos, el ídolo maradoniano ya no nos daría esa alegría; la esperanza estaba puesta en el pibe de 19 años. Era 2006, yo tenía 10 años, nunca supe nada de fútbol, pero sabía lo que quería: dar la vuelta al patio en trencito, a los gritos con mis compañeros. Quería verlos felices festejando. Pero perdimos. El resultado fue abrazos y llantos. Así cada año. Y al nuevo ídolo se lo mataba en los medios: que no corre, que no putea, que le faltan huevos, sangre, corazón, pasión, que nunca va a ser como el Diego, que parece europeo, que renuncie a la selección. La esperanza de correr unida a los demás se iba apagando. Pero había algo más que me hinchaba profundamente, que se apague la carrera de Messi. Que no logre demostrar que el tiempo pasa, que los referentes son otros, que nunca nos vamos a olvidar de Maradona, pero que se puede amar a otro ídolo

El Diego murió, no sin antes pasarle la posta a Lío, diciéndole públicamente que no escuche la mierda que le tiran, que va a ser el mejor de la historia y nos va a llenar de satisfacción, y que su sueño era dirigirlo una vez más. No llegó. Todavía lloro con la imagen de Messi sacándose su remera del Barsa, teniendo abajo la casaca de Newells, y saludando al cielo, el día que Maradona nos dejó.

El calor de verano comenzaba. Una frase en una pared decía «El mundial o me mato». Vi esa foto luego de la muerte de Hebe de Bonafini; había algo de mi país que dejaba de existir. Pero en el aire había mística. América Latina sabía que era la hora de este pueblo.

Yo sentí profundamente que se venía el último capítulo de una serie poderosa, en la que transcurrieron muchas historias y adversidades. Yo intuía que había final feliz. Y pido disculpas, pero creía que nos lo merecíamos como nadie.

Más allá de las sensaciones individuales y las colectivas, había varios factores a tener en cuenta… ¿Qué onda esta selección? Con pibes nuevos, jóvenes, y los capos de siempre ya en una última instancia de su carrera ¿Qué onda con el capitán? ¿Cómo asumiría ese liderazgo? ¿Qué onda con el DT? Con Scaloni, sin experiencia, pero habiendo llevado hace un año antes a la selección a levantar la copa América. ¿Qué onda en este contexto donde se exige más que jugar al fútbol? ¿Cómo penetraría el equipo en nuestras vidas? ¿A fuerza de goles, de corridas y pases? Juro que nunca creí que eso podría ser suficiente para entrar en el corazón de la gente. Hasta que los vi y la emoción brotó por la piel.  Sin embargo… no fue lo único.

Luego de la derrota en el primer partido de fase de grupos resonaron los viejos fantasmas. Los ecos pasados que aplastan las ilusiones de quienes se pusieron con deseo la camiseta y se dejaron fluir en la magia que inundaba nuestros alrededores cayeron nuevamente en los sabores amargos de la realidad. Una cosa es la esperanza, la fe, los deseos, otra la posta. Que con el fútbol nunca se sabe, que las cosas no siempre son justas, que siempre la misma vieja historia. ¿Y ahora? ¿Qué hacemos con los sueños que desempolvamos? ¿Ahora se escapan de nuestros ojos? ¿Qué hacemos con el grito reprimido? ¿Con la certeza que se decía sin hablar? ¿Ya no nos queda ni ese sueño? ¿Qué hacemos con todo lo demás?

Hay que volver al trabajo, porque la vida sigue y el jefe manda, porque no va a funcionar el país sin las manos de trabajadores, porque no somos tan importantes como para ganarnos un rato de tristeza, de reflexión, de abrazos, de compartir sentimientos. El pueblo volvió a callar con el silencio de la derrota.

Todavía queda una oportunidad. Ya no podemos perder. Ya no tenemos opción. Hay que ponerse la camiseta otra vez, fortalecer las cábalas, agarrarnos de la última ilusión, gritar más fuerte … Dicen por ahí que la gente no está gritando tanto. Este pueblo construido en los campos. De arrabales, ríos, cerros, pampa, de sufrimiento y violencia. La fuerza de nuestros dolores ha hecho estallar el país en muchas oportunidades. Si algo sabemos es hacer colectivo el dolor. Sabemos bien encender el fuego con las amarguras. «Arde la ciudad, llueve tu mirada gris, la gente festeja y vuelve a reír». Históricamente, cuando los dolores nos asfixiaban, supimos encender el cielo, teñirlo de rojo, ver flamear las banderas, prender el amor violento que llevamos en nuestro ADN. «Cuando el fuego crezca quiero estar allí.»

Logramos no alborotarnos demasiado con la idea bilardista de la mufa, compartí con personas con diversas cábalas, ninguna fue determinante ni absorbió de forma incoherente las cabezas. Personalmente decidí ir a los santuarios y espacios de Maradona. Yo recientemente salida del closet maradoniano, no tengo nada que ocultar. Sé que para algunos puede parecer una ostentación de mi sentido popular, una exposición desmedida, una necesidad de atención. Déjenme decirles: tienen toda la razón.

Ante tanta corrección, ante tanto «deber ser», mi manifiesto es mostrar por todos lados de qué pasiones estoy hecha. Y sí, puede ser algo individualista mi forma de recorrer este proceso colectivo, pero estoy naciendo en cada paso. Quiero inundar las redes de canciones, fotos y videos. Quiero convencerlos. Que nos animemos a nombrar lo que incomoda, y si no les gusta, «vayan pa allá».

Mi gusto por el fútbol se fundó con el amor hacia él. En su casa, en sus altares, compartí con personas que probablemente no vuelva a ver, pero apretamos el mismo punto del corazón en el mismo lugar a la misma hora, con la fe recién estrenada depositada en un ser que santificamos. No se crean que no hay contradicciones en esto. Pero no nos olvidemos que hablamos de algo más grande, más inexplicable. Por eso me gusta cantar con fuerza junto a  los demás: «no te lo puedo explicar porque no vas a entender»

Con dudas puestas en nuestros propios sentimientos logramos pasar de forma maravillosa los siguientes partidos. No faltó el sufrimiento que nos caracteriza. No puede ser con tranquilidad y sin adrenalina (excepto con Croacia. No faltaron tampoco los memes, que incluso en la derrota nos dan ánimo para reírnos de nuestro sufrimiento. Y miren que nos reímos de nosotros mismos. Se me vienen cientos de esos, y todavía me sigo estallando en carcajadas. Es una risa cómplice con el destino. Nuestra alegría no está separada del humor que nos caracteriza, así como nos reímos de todo sabemos burlarnos también de nuestros pareceres, de nuestra pasión desmedida.

Luego de los primeros triunfos en fase de grupos, los miedos empezaron a apaciguarse, del mismo modo el enojo y las puteadas. Vimos a los jugadores fortalecerse: «Vamos Argentina te vinimos a ver, vamos a ser campeones de nuevo. La gente vino como pudo a Qatar, se recorrió el mundo entero. Vamos la hinchada no dejes de alentar, que si gritamos todos juntos podemos. Porque en la cancha lo tenemos a Lionel y en el cielo juega el Diego». Era la letra que cantaba la selección con la música de Rodrigo Bueno. El Equipo se encuadró detrás de su capitán, lo pusieron como ídolo junto al Diego, bailaban y se reían. La amistad entre ellos nos llenó de imágenes hermosas.  En la letra de ese canto quedo descrito cual es método que tenemos para ser campeones: creer en el otro, alentar todos juntos, y reírnos, confiar, jugar en equipo, y patear con fuerza, con violencia.

Messi dejó mostrar un poco de lo que nos gusta a los argentinos, el tipo plantado, descansero. Ya sea con su: «¿Qué mirá bobo? ¡Andá pa allá!», al capitán del equipo de Países Bajos, o con los berretines en el vivo de twicht con su amigo el Kun. Empezamos a ver videos de la scaloneta siendo los típicos wachos atrevidos de nuestros grupos de amigues. Encontramos en el arquero, el Dibu Martínez, un tipo superior a la hora de atajar, con una picardía y malicia que sedujo al pueblo. Nos enternecimos con un Julián Alvarez que soñaba de pequeño jugar con Messi y ganar un mundial. Un pibito joven que corre como una bestia, y ha marcado goles y pases que nos dejaron sin voz. Nos fanatizamos con cada uno. Como dije en otra crónica, el grito de los y las de abajo, el grito de las villas, se hizo oír en el gol de Di María.

El Equipo no disimuló el amor que se tienen entre ellos, la ternura y la pasión con la que se corresponden, mucho beso, mucho abrazo, mucha lágrima. No escondieron sus dolores, sus nostalgias. Lisandro Martinez lloró desconsoladamente recordando a sus abuelos y Scaloni a su viejo. No faltaron los abrazos contenedores de los otros.

No tardaron en llegar los mensajes desde muchos países de nuestra América acompañando a su país hermano. El festejo anti colonialista y anti imperialista de Bangladesh coronó el espíritu internacionalista de solidaridad entre los pueblos golpeados del mundo.

Y así, con nuestras cábalas, nuestros cantos, nuestra gente querida, nos fuimos acercando pasito a pasito hacia la victoria.

Hasta que llegó la final y se escuchó un pitido agudo, una pausa, con los días a todo ritmo, a todo agite, llegamos consumidos, alborotados, volando en éxtasis, estallando desde cada rincón, el mundo se paró. En cámara lenta transcurrieron las horas hasta comenzar el último partido con Francia.

Un excelente primer tiempo, un empate doloroso, angustiante. No de vuelta viejooo. «No de nuevo decía». Otra vez ahí… en la puerta. A un paso. Pero en los penales sucedió la magia. Nuestro arquero logró frenar dos pelotas, nuestro equipo no falló en ningún penal.

En mi cuadra la gente gritaba. Me saludé llorando con vecinos que ni junaba. De forma espontánea se inundaron las calles. Y si bien estoy segura que tardamos en caer, porque no podía ser verdad: después de la primer derrota, después de 4 copas fallidas, después del Diego, a nada de perder a Messi en la selección, después de tantos golpes y sufrimientos ¡Los vimos levantar la copa! Lo vimos al Dibu hacer con su trofeo sus travesuras. Lo vimos al Kun Agüero, quien tuvo que retirarse forzadamente por temas de salud levantar en sus hombros a su gran amigo, a su hermano, al capitán que pudo coronarse, y festejar con la ropa de la selección. Los vimos escabiarse todo y volverse unos más de nosotres. Lo vimos a Scaloni deshacerse en una emoción profunda. Nos deshicimos con él.

Al final tuvo sentido «volvernos a ilusionar», creer con argumentos o ciegamente en el 5 de copas de Messi. Al final es verdad: «tarda en llegar y al final, hay recompensa».





Fuente: Anred.org