September 10, 2021
De parte de Oveja Negra
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…La señora que hace de guía por los distintos recovecos del misterioso y cautivador Callejón de Huaylas en Perú, no sin cierta dosis de orgullo patriótico, nos recuerda que este maravilloso y, hasta diría, mágico lugar es considerado Patrimonio de la Humanidad. Es evidente que un lugar con este estatus adquiere más caché. Y no es menos cierto que parece ser que eso inunda de cierto orgullo a algunos de los que viven en él o por esa zona. Que un organismo como la UNESCO o cualquier otro por el estilo reconozca de forma tan pomposa la hermosura y la importancia de un lugar, al considerarlo patrimonio de la humanidad entera, desde luego, a la señora guía no le dejaba mal sabor de boca. A mí sí: al oírlo, me chirriaba en los oídos, y pronto empecé a horrorizarme. Y es que, ¿qué precio se paga por tamaño halago? En cuanto uno eche unas sencillas cuentas pronto se dará cuenta de la horrible noticia que es que un lugar cualquiera sea convertido en Patrimonio de la Humanidad. Toda esta maravilla llena de vida se tiene que por la fuerza reducirse a una abstracción en el mapa de los Estados: sus gentes, animalillos, lagunas, montes y árboles se vuelven como una especie de fantasmas, de meras imágenes (que proyectan la muerte de aquello que podría estar vivo, si no hubiese sido precisamente convertido en una imagen) y pretextos para que algunos den otra vueltita por el mundo.

¿Y por qué se iba a convertir en algo abstracto y fantasmal? ¿No se persigue acaso con este tipo de acciones algún tipo de protección para lugares como este y progreso para aquellos que viven en sus alrededores? Sí, pero tal progreso y una mayor protección en este Mundo conllevan necesariamente un pago en sumisión y reducción al dinero de dimensiones catastróficas. Si este lugar no se asimila previamente y no se integra en la circulación dineraria, no solo no podría considerarse ningún patrimonio de la Humanidad, sino que no le serviría para nada. A fin de cuentas, ¿qué interés tiene esta Humanidad tan halagada por los bancos y los ministerios de cultura? Pues, por ejemplo, tiene interés en que este lugar en los Andes sea reducido al Capital e incluido dentro de las fronteras del Orden impuesto, que no quede por descuido fuera del Estado. Nada tiene que quedar fuera, porque solo debe haber un orden que sea total. ¿No es justamente el Estado mismo (y también el Capital) quien necesita protección y por ello tiene que eliminar o neutralizar y sustituir cualquier resto de vida a su alrededor?

Que se diga que es Patrimonio de la Humanidad quiere decir, en verdad, que la vida de este lugar, sea de índole que sea, es presa de la muerte reinante, del Estado, del dinero. Que ya se pueden completar las hojas de cálculo con las cuentas que se tengan que hacer y las previsiones científicas y económicas correspondientes. Y que no nos engañe esta pomposa palabra ‘Humanidad’, porque detrás de ella no se esconde sino la misma abstracción que el Estado, un ideal en el cual el interés del Capital y los intereses de sus súbditos coinciden plenamente y en el cual ya no quede ni pueblo ni sociedad ni nada que huela a vida. Que solo queden los Dioses modernos, sus sacerdotes y sus creyentes, para los que todo lo que se encuentra a su alrededor viene de estos Dioses y es formulado por ellos.

Cuando a uno le pasan por la cabeza tales pensamientos, su estatus de turista se le presenta en toda su desnudez: uno se siente un portador, muchas veces involuntario, de la muerte y de la abstracción que se expanden a medida que se ensanchan los dominios del Estado y del Capital. Y que uno sea portador involuntario no es que sea un gran consuelo…




Fuente: Ovejanegrarevista.wordpress.com