December 24, 2020
De parte de Paco Salud
996 puntos de vista

Último discurso de Ricardo Flores Magón pronunciado a los
trabajadores migrantes en Estados Unidos, 1917:

«Deseo decirles algunas palabras acerca de un mal hábito,
bastante generalizado entre los seres humanos. Me refiero a la indiferencia,
ese mal hábito que consiste en no fijar la atención en asuntos que atañen a los
intereses generales de la humanidad.

Cada quien se interesa por su propia persona y por las
personas más allegadas a él, y nada más; cada quien procura su bienestar y el
de su familia, y nada más, sin reflexionar que el bienestar del individuo
depende del bienestar de los demás; y que el bienestar de una colectividad, de
un pueblo, de la humanidad entera, es el resultado de circunstancias
favorables, es la consecuencia natural, lógica, de un medio de libertad y de
justicia.

Así, pues, el bienestar de cada uno depende del bienestar de
los demás, bienestar que sólo puede ser posible en un medio de libertad y de
justicia, porque si la tiranía impera, si la desigualdad es la norma solamente
pueden gozar de bienestar los que oprimen, los que están más arriba que los
demás, los que en la desigualdad fundan la existencia de sus privilegios.

Por lo tanto, el deber de todos es preocuparse por los
intereses generales de la humanidad para lograr la formación de un medio
favorable al bienestar de todos. Sólo de esa manera podrá el individuo gozar de
verdadero bienestar.

Pero vemos que en la vida corriente ocurre todo lo
contrario. Cada uno lucha y se sacrifica por su bienestar personal, y no lo
logra, porque su lucha no está enderezada contra las condiciones que son
obstáculo para obtener el bienestar de todos. El ser humano lucha, se afana, se
sacrifica por ganarse el pan de cada día; pero esa lucha, ese afán, ese
sacrificio no dan el resultado apetecido, esto es, no producen el bienestar del
individuo porque no están dirigidos los esfuerzos a cambiar las condiciones
generales de convivencia, no entra en los cálculos del individuo que lucha, se
afana y se sacrifica la creación de circunstancias favorables a todos los
individuos, sino el mezquino interés de la satisfacción de necesidades
individuales, sin hacer aprecio de las necesidades de los demás, y con
frecuencia, aun con prejuicio de los intereses de los otros. Nadie se interesa
por la suerte de los demás. El que está trabajando sólo piensa en que no le
quiten el trabajo y se alegra cuando en una rebaja de trabajadores no entra él
en el número de los cesantes, mientras que el que no tiene trabajo suspira por
el momento en que el burgués despida a algún trabajador para ver si, de esa
manera, logra él ocupar el puesto vacante, y hay algunos tan viles, hay algunos
abyectos, que no titubean en ofrecer sus brazos por menos paga, y otros que en
un momento de huelga se apresuran a llenar los lugares desocupados momentáneamente
por los huelguistas.

En suma, los trabajadores se disputan el pan, se arrebatan
el bocado, son enemigos los unos de los otros porque cada quien busca solamente
su propio bienestar sin preocuparse del bienestar de los demás, y ese
antagonismo entre los individuos de la misma clase, esa lucha sorda por el duro
mendrugo, hace permanente nuestra esclavitud, perpetúa la miseria, nos hace
desgraciados, porque no comprendemos que el interés del vecino es nuestro
propio interés, porque nos sacrificamos por un interés individual mal
entendido, buscando en vano un bienestar que sólo puede ser el resultado de
nuestro interés por los asuntos que atañen a la humanidad entera, interés que,
si se intensificara y se generalizara, daría como producto la transformación de
las condiciones actuales de vida, ineptas para procurar el bienestar de todos
porque están fundadas en el antagonismo de los intereses, en otras basadas en
la armonía de los intereses, en la fraternidad y la justicia.

La indiferencia es nuestra cadena, y somos nosotros nuestros
propios tiranos porque no ponemos nada de nuestra parte para destruirla.
Indiferentes y apáticos vemos desfilar los acontecimientos con la misma
impasibilidad que si se tratara de asuntos de otro planeta, y como cada quien
se interesa únicamente por su propia persona, sin preocuparse de los intereses
generales, de los intereses comunes a todos, nadie siente la necesidad de
unirse para ser fuertes en las luchas por el interés general; en donde resulta
que, no habiendo solidaridad entre los oprimidos, el Gobierno se extralimita en
sus abusos y los amos de toda clase hacen presa de nosotros, nos esclavizan,
nos explotan, nos oprimen y nos humillan.

Cuando reflexionamos que todos los que sufrimos idénticos
males tenemos un mismo interés, un interés común a todos los oprimidos, y nos
hagamos, por lo tanto, el propósito de ser solidarios, entonces seremos capaces
de transformar las circunstancias que nos hacen desgraciados por otras que sean
favorables a la libertad y al bienestar.

Dejemos ya de apretarnos las manos y de preguntar
angustiados qué será bueno hacer para contrarrestar las embestidas de la
tiranía de los Gobiernos y de la explotación de los capitalistas. El remedio
está en nuestra mano: unámonos todos los que sufrimos el mismo mal, seguros de
que ante nuestra solidaridad se estrellarán los abusos de los que fundan su
fuerza en nuestra desunión y en nuestra indiferencia.

Los tiranos no tienen más fuerza que la que les damos
nosotros mismos con nuestra indiferencia. No son los tiranos los culpables de
nuestros infortunios, sino nosotros mismos. Preciso es confesarlo: si el
burgués nos desloma en el trabajo y exige de nosotros hasta la última gota de
sudor, ¿a quién se debe ese mal sino a nosotros mismos, que no hemos sabido
oponer a la explotación burguesa nuestra protesta y nuestra rebeldía? ¿Cómo no
ha de oprimirlos el Gobierno cuando sabe que una orden suya, por injusta que
ella sea y por más que lastime nuestra dignidad de hombres, es acatada por
nosotros con la vista baja, sin murmurar siquiera, sin un gesto que haga
constar nuestro descontento y nuestra cólera? ¿Y no somos nosotros mismos, los
desheredados, los oprimidos, los pobres, los que nos prestamos a recibir de las
manos de nuestros opresores el fusil destinado a exterminar a nuestros hermanos
de clase, en los raros momentos en que la mansedumbre y la habitual
indiferencia ceden su puesto a las explosiones del honor y del decoro? ¿No
salen de nuestras filas, de la gran masa proletaria, el polizonte y el mayordomo,
el carcelero y el verdugo?

Somos nosotros, los pobres, los que remachamos nuestras
propias cadenas, los causantes del infortunio propio y de los nuestros. El
anciano que tiende la mano temblorosa en demanda de un mendrugo; el niño que
llora de frío y de hambre; la mujer que ofrece su carne por unas cuantas
monedas, son hechura nuestra, a nosotros deben su infortunio, porque no sabemos
hacer de nuestro pecho un escudo; y nuestras manos, acostumbradas a implorar,
son incapaces de apretarse, como tenazas, en el cuello de nuestros verdugos.»

-Discurso íntegro, extraído del auténtico periódico
anarquista “Regeneración”, 1917.

Pensamientos Magonistas




Fuente: Pacosalud.blogspot.com