April 23, 2021
De parte de Grup Antimilitarista Tortuga
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La primavera es hermosa en California. Valles en los que las frutas maduras son fragantes aguas rosas y blancas de un mar poco profundo. Luego los primeros zarcillos de las uvas, hinchándose desde las viejas vides nudosas, caen como una cascada y cubren los troncos. Las verdes colinas llenas son redondeadas y suaves como senos. Y a ras del suelo las tierras de verduras y hortalizas dan hileras de millas de longitud con lechugas verde claro y pequeñas coliflores esbeltas, plantas dé alcachofa verde-grisáceas, que no parecen de esta tierra.

Y entonces las hojas salen en los árboles y los pétalos caen de los frutales y

alfombran la tierra de rosa y blanco, los centros de las flores se hinchan, crecen y se colorean: cerezas y manzanas, melocotones y peras, higos cuya flor se cierra sobre la fruta. Toda California se acelera con productos de la tierra y la

fruta se hace pesada y las ramas se van inclinando poco a poco bajo el peso de

la fruta, de modo que deben ponerse bajo ellas pequeñas horquillas para

soportar el peso.

Detrás de esa fertilidad hay hombres con comprensión, sabiduría y

habilidad, que experimentan con semillas, desarrollando sin descanso las

técnicas para conseguir cosechas mayores de plantas cuyas raíces resistirán los

miles de enemigos de la tierra: los topos, los insectos, las royas, las plagas.

Estos hombres trabajan con cuidado y sin pausa para perfeccionar la semilla, las

raíces. Y están los químicos que rocían los árboles contra las plagas, que sulfatan

las uvas, eliminan las enfermedades y la podredumbre, los mohos y otros males.

Médicos de medicina preventiva, hombres que en los arriates buscan insectos de

las frutas, escarabajos japoneses, hombres que ponen en cuarentena los árboles

enfermos y los desarraigan y los queman, hombres de sabiduría. Los hombres

que injertan los árboles jóvenes, las pequeñas vides, son los más inteligentes

porque su trabajo es el del cirujano, tierno y delicado; y estos hombres deben

tener manos y corazón de cirujano para hender la corteza, colocar el injerto,

cerrar las heridas y resguardarlas del aire. Éstos son grandes hombres.

A lo largo de las hileras se mueven los campesinos, arrancando las hierbas

de primavera y apisonándolas para que la tierra sea fértil, abriendo la tierra para

que el agua quede cerca de la superficie, haciendo caballones en el suelo para

formar pequeñas lagunas para la irrigación, destruyendo las hierbas de las raíces

que podrían beberse el agua de los árboles.

Y constantemente la fruta se hincha y las flores surgen en largos racimos en

los viñedos. Y en el año que avanza el calor crece y las hojas se tornan de color

verde oscuro. Las ciruelas pasas se alargan como verdes huevecillos de pájaros,

y las ramas cuelgan apoyadas en las horquillas bajo el peso. Y las pequeñas y

duras peras toman forma y el pelillo comienza a salir en los melocotones. Las

flores de las uvas dejan caer sus diminutos pétalos y los duros huesecillos se

transforman en botones verdes y los botones cogen peso. Los hombres que

trabajan en los campos, los propietarios de las pequeñas huertas, observan y

hacen cálculos. El año viene cargado de producción. Los hombres están

orgullosos porque con sus conocimientos pueden hacer que sea así. Han

transformado el mundo con sus conocimientos. El trigo corto y delgado se ha

hecho grande y productivo. Las manzanitas ácidas se han vuelto grandes y

dulces, y esa vieja uva que crecía entre los árboles y servía de alimento a los

pájaros, su fruto diminuto ha sido la madre de mil variedades, roja y negra,

verde y rosa pálido, morada y amarilla; y cada variedad con su propio sabor. Los

hombres que trabajan en las granjas experimentales han conseguido nuevos

frutos; nectarinas y cuarenta clases de ciruelas, nueces con cáscara de papel. Y

siempre trabajando, seleccionando, injertando, cambiando, obligándose a sí

mimos obligando a la tierra a producir.

Y primero maduran las cerezas. Un centavo por media libra. Mierda, no la

podemos recoger por ese dinero. Cerezas negras y cerezas rojas, gordas y dulces

y los pájaros se comen la mitad de cada cereza y las avispas zumban por los

agujeros que hicieron los pájaros. Y las semillas caen a la tierra y se secan con

hilos negros colgando de ellas.

Las ciruelas pasas moradas se vuelven suaves y se endulzan. Dios mío, no

podemos recogerlas, secarlas y sulfatarlas. No podemos pagar jornales de

ningún tipo. Y las ciruelas moradas alfombran el suelo. Primero las pieles se

arrugan un poco y enjambres de moscas vienen a darse un festín y el valle se

llena de olor de la dulce podredumbre. La carne se torna oscura y la cosecha se

marchita en el suelo.

Y las peras ya están amarillas y blandas. Cinco dólares la tonelada. Cinco

dólares por cuarenta cajas de veinticinco kilos; árboles podados y pulverizados,

huertas cultivadas, coger la fruta, ponerla en cajas, cargar los camiones, llevar la

fruta a las fábricas de conserva. Cuarenta cajas por cinco dólares. No podemos.

Y la fruta amarilla cae pesadamente y se revienta en la tierra. Las avispas

escarban la dulce carne y se eleva el olor del fermento y la podredumbre.

Luego las uvas…, no podemos hacer buen vino. La gente no lo puede

comprar. Arranca las uvas de las viñas, uvas buenas, podridas, picadas por las

avispas. Prensa los tallos, prensa la porquería y la podredumbre.

Pero hay moho y ácido fórmico en las tinajas.

Añádele sulfuro y ácido tánico.

El olor del fermento no es el rico aroma del vino, sino el olor de lo podrido y

los productos químicos.

Ah, bueno. De todas formas tiene alcohol. Se pueden emborrachar.

Los pequeños campesinos veían aproximarse las deudas como una marea.

Pulverizaban los árboles y no vendían la cosecha, podaban e injertaban y no

podían recoger. Y los hombres de ciencia han trabajado, han considerado y la

fruta se está pudriendo en el suelo y la mezcla podrida de las tinajas de vino está

envenenando el aire. Y prueba el vino…, nada de sabor a uva, sólo sulfato y

ácido tánico y alcohol.

Esta pequeña huerta será parte de una gran propiedad el año próximo,

porque las deudas habrán ahogado al propietario.

El viñedo pertenecerá al banco. Sólo los grandes propietarios pueden

sobrevivir porque también son suyas las conserveras. Y cuatro peras, peladas y

partidas por la mitad, cocidas y enlatadas, siguen costando quince centavos, y

las peras en lata no se ponen malas. Pueden durar años.

La podredumbre se extiende por el Estado y el dulce olor es una desgracia

para el campo. Hombres que pueden hacer injertos en los árboles y hacer la

semilla fértil y grande, no saben cómo hacer para dejar que gente hambrienta

coma los productos. Hombres que han creado nuevos frutos en el mundo no

pueden crear un sistema para que sus frutos se coman. Y el fracaso se cierne

sobre el Estado como una enorme desgracia.

Los frutos de las raíces de las vides, de los árboles, deben destruirse para

mantener los precios y esto es lo más triste y lo más amargo de todo.

Cargamentos de naranjas arrojados en el suelo. La gente vino de muy lejos para

coger la fruta, pero no podía ser. ¿Cómo iban a comprar naranjas a veinte

centavos la docena si podían salir y recogerlas? Y hombres con mangueras

arrojan chorros de queroseno en las naranjas y se enfurecen ante semejante

crimen y se enfadan con la gente que ha venido a por la fruta. Un millón de

personas hambrientas, que necesitan la fruta… y el queroseno rociado sobre las

montañas doradas.

Y el olor a podrido llena el campo.

Quemar café como combustible en los barcos. Quemar maíz para

calentarse, hace un cálido fuego. Tirar patatas a los ríos y poner vigilantes a lo

largo de las orillas para evitar que la gente hambrienta las pesque. Matar a los

cerdos y enterrarlos y dejar que la putrefacción se filtre en la tierra.

Eso es un crimen que va más allá de la denuncia. Es una desgracia que el

llanto no puede simbolizar. Es un fracaso que supera todos nuestros éxitos. La

tierra fértil, las rectas hileras de árboles,

los robustos troncos y la fruta madura.

Y niños agonizando de pelagra deben morir por no poderse obtener un beneficio

de una naranja. Y los forenses tienen que rellenar los certificados —murió de

desnutrición— porque la comida debe pudrirse, a la fuerza debe pudrirse.

La gente viene con redes para pescar en el río y los vigilantes se lo impiden,

vienen en coches destartalados para coger las naranjas arrojadas, pero han sido

rociadas con queroseno. Y se quedan inmóviles y ven las patatas pasar flotando,

escuchan chillar a los cerdos cuando los meten en una zanja y los cubren con cal

viva, miran las montañas de naranjas escurrirse hasta rezumar podredumbre; y

en los ojos de la gente se refleja el fracaso; y en los ojos de los hambrientos hay

una ira creciente. En las almas de las personas las uvas de la ira se están

llenando y se vuelven pesadas, cogiendo peso, listas para la vendimia.




Fuente: Grupotortuga.com