Shakespeare
apreciaba una peculiar inutilidad y malevolencia en las cosas que se
dan a luz a sí mismas, que se alimentan de sí mismas o que se
definen a sí mismas tautológicamente en sus propios términos. De
hecho, ésta fue una imagen a la que el dramaturgo regresó en sus
obras una y otra vez. Coriolano es un buen ejemplo de esa vana
circularidad, pues se trata de un personaje que se comporta «como
si un hombre fuese autor de sí mismo / y no conociera otro
parentesco». Pero esa orgullosa singularidad es también pura
vacuidad: «No era nadie, un simple hombre sin título, / hasta
que se forjó un nombre en las llamas / del incendio de Roma».
Terry
Eagleton, Sobre El Mal
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