
«[…] el pachuco es un clown impasible y siniestro, que no intenta hacer reír y que procura aterrorizar. Esta actitud sádica se alía a un deseo de autohumillación, que me parece constituir el fondo mismo de su carácter: sabe que sobresalir es peligroso y que su conducta irrita a la sociedad; no importa, busca, atrae la persecución y el escándalo. Sólo así podrá establecer una relación más viva con la sociedad que provoca: víctima, podrá ocupar un puesto en ese mundo que hasta hace poco lo ignoraba; delincuente, será uno de sus héroes malditos».
Octavio Paz, El pachuco y otros extremos
El pachuco: El estilo como arma
Desde la aparición de los primeros dandis en la Inglaterra de la Regencia (1811-1820), en todas las épocas y culturas han existido individuos que han hecho del vestir una forma de vida y un desafío. Prestándole especial cuidado, ya sea a través de la elegancia desmedida o de la pura extravagancia, estos personajes reafirman su singularidad a través del vestido, muestran su intención de no formar parte de una sociedad que desprecian. Y es precisamente este desafío lo que diferencia al dandi del mero esnob u hombre elegante[1], que se adapta a las modas del momento para tratar de acceder a una sociedad que lo excluye.
Aunque el dandismo tiende a considerarse como una exhibición de individualidad extrema, siempre ha tenido algo de gregario ―los dandis originales se conocían entre sí, frecuentaban los mismos clubes y compartían códigos comunes― y ya antes de la llegada del siglo XX se habían dado casos de dandismo colectivo, como los macarronis dieciochescos o los bellos del barroco español. Pero es tras la irrupción del siglo XX y su cultura de masas cuando el aspecto grupal se acentúa. A partir de ese momento serán colectivos, casi siempre desde los márgenes, los que a través de unos códigos estéticos desafíen a una sociedad que los excluye o ignora. En la cabeza de todos están las llamadas subculturas de la apariencia de la Gran Bretaña de posguerra: los teddy boys, mods, skinheads, rockers, etcétera. Pero anteriormente ya se habían dado casos de bandas de forajidos elegantes, como los apaches parisinos o los zazous de entreguerras.
Otro ejemplo revelador es el de los pachuchos californianos en los años previos a la Segunda Guerra Mundial.
Los pachucos eran huérfanos que habitaban una tierra de nadie. Descendientes de mexicanos que habían emigrado a los estados de California y Texas durante la expansión económica de los años veinte, no eran ni mexicanos ni estadounidenses. Hijos bastardos de un México al que nunca habían pertenecido, vivían en los márgenes de la América Blanca de los cuarenta, una sociedad que solo sabía relacionarse con ellos a través del desprecio o la caricatura. Invisibles, orgullosos y resentidos, mantenían una relación de amor-odio tanto con su cultura de procedencia como con la de acogida.
Estamos a finales de los años treinta y la ciudad de Los Ángeles crece de forma descontrolada y voraz. Su expansión recuerda más a una metástasis que a un Plan de Ordenación Urbano. Los chicanos, claro, malviven en los peores barrios de la ciudad y se ven obligados a realizar los trabajos que nadie quiere por sueldos de miseria. En este contexto, los jóvenes desarraigados desarrollan una serie de códigos estéticos que les permite abrazar y, al mismo tiempo, rechazar el American Way of Life.
A través de la exageración reafirman su presencia y su exclusión, se hacen ver y se autoexcluyen. De la indiferencia y la caricatura se pasa a un miedo teñido de fascinación.
Lo que primero identifica al pachuco es su traje, el Zoot Suit. Pantalones holgados de tiro alto ceñidos a la cintura y a los tobillos, tirantes, chaqueta larguísima con anchas solapas y hombreras. Todo del color más llamativo posible. Para completar el atuendo un sombrero italiano ―si está decorado por una enorme pluma, mejor―, cadenas de oro y zapatos bicolor. Es este un estilo exagerado ―dandismo grotesco, según Octavio Paz― que genera un rechazo instintivo en la puritana y eficiente América Blanca. Los pachucos toman el traje de la clase media estadounidense y ―en una espectacular muestra de dandismo― lo deforman: si los estadounidenses siempre se han guiado por la comodidad para elegir sus atuendos, ellos optan por un traje impráctico; si los colores de los trajes de la época no solían salir de la previsible tríada negro-gris-azul, el traje de Zoot debía reunir la mayor cantidad de colores extravagantes: diferentes tonos de rojo, azul eléctrico, verde lima, amarillo mostaza.
La invención del traje de Zoot es discutida y discutible, nadie sabe exactamente de dónde surge, aunque algunos historiadores de la moda se retrotraen hasta la rotunda fisionomía del Duque de Windsor para explicar la entrada de los pantalones anchos y de talle alto en los Estados Unidos. Lo que está claro es que a principios de 1940 ya era la indumentaria oficiosa en el entorno de los músicos de jazz. Es posible que tanto latinos como afroamericanos sencillamente imitasen la estética de los músicos que admiraban, ya que en aquellos años los jóvenes de las minorías discriminadas trataban de construir su identidad en torno al jazz y el swing ―pese a ser este último género una adaptación blanca del jazz más crudo― que bailaban entremezclados en las pistas de los music halls. Aun así, Arthur C. Clarke, el sastre y trompetista de jazz que puso nombre al traje (zoot es una deformación de suit, un juego de palabras típico de la época) reconocía que el traje «vino directamente de la calle y de los guetos».
Sea como fuere, para finales de 1940 las calles estaban llenas de zootsuiters. Chicanos, italianos y negros llevando orgullosos el mismo traje, tomando las calles, compartiendo códigos indescifrables para los oficinistas de camisa blanca y corbata oscura con los que se cruzaban: John Coltrane, Cab Calloway y pantalones con pinzas.
Y es que el estilo del pachuco no es una vuelta a las raíces de sus padres. Su estilo es un híbrido de no-lugares. Por eso, a la vez que rechazan la vestimenta de la sociedad estadounidense se alejan de la música de los mariachis. Su reino es el music hall, lugar de intercambio racial donde se reúnen pachucos, negros e inmigrantes italianos. Allí escucha jazz, swing, boogie-boogie, doo wop y rythm & blues.
Juan sin tierra de pantalón bombacho y sombrero italiano, el pachuco desafía a una sociedad de cuello blanco que hasta ese momento había insistido en ignorarlo.
La reacción no se hace esperar.
- Los disturbios del Zoot suit de 1943
«El indio mexicano es principalmente indio, y éste es el elemento que inmigró a los Estados Unidos en números tan grandes. Ve la clemencia de las autoridades como debilidad o miedo, y se considera más astuto que ellas».
Edward D. Ayres (Lugarteniente del Sheriff de Los Ángeles).
El 7 de diciembre, los japoneses bombardean Pearl Harbour. Al día siguiente, Franklin D. Roosevelt pronuncia el conocido como discurso de la infamia en el que pide la aprobación del congreso para declarar la guerra a Japón. El 11 de diciembre, el Ministro de exteriores de la Alemania nazi, Joachim von Ribbentrop, llama al embajador estadounidense para leerle la declaración formal de guerra. Los siguientes meses son frenéticos: se emiten una serie de bandos para adecuar el país a las necesidades de la guerra. El 18 de febrero de 1942 el gobierno prohíbe, a través de un WPB (War Preparedness Board) los pantalones con pinzas y las chaquetas largas, bajo el pretexto de ahorrar tela de cara al esfuerzo bélico. El gobierno ha prohibido el traje de Zoot.
De esa forma, el traje favorito de los jazzmen fue declarado antipatriótico en un intento de matar dos pájaros de un tiro y, además de ahorrar tela, terminar con el principal símbolo de las bandas que por aquel entonces ya incomodaban a las autoridades. En una decisión insólita, se prohibió explícitamente una forma de vestir.
A partir de ese momento llevar un traje de Zoot pasa de ser una amenaza implícita a ser una muestra de antipatriotismo prohibida por la Ley. Las necesidades del conflicto mandan.
Pese a la prohibición, muchos sastres avispados siguen fabricando trajes de Zoot que venden mucho más caros y los pachucos siguen llevándolos con orgullo. Gran parte de los latinos que haraganean por las calles de Los Ángeles embutidos en sus pantalones bombacho son demasiado jóvenes para ser reclutados para el servicio militar, pero eso no importa ni a los propios militares, ni a la policía, ni a la «gente decente» que no duda en señalarles con el dedo para acusarles de antipatriotismo.
Tampoco importa a la prensa, que no duda en exagerar o distorsionar la relación de los pachucos con la criminalidad. Se dan todos los elementos para que se desate la tormenta perfecta de la xenofobia y la tensión aumenta.
El 30 de mayo de 1943, la televisión pública informa de que el marine Joey Dacy Coleman ha resultado gravemente herido tras una trifulca con latinos. El 3 de junio, un grupo de unos 50 marines abandonan el Arsenal Naval de Reserva de Chávez Ravine, decididos a vengar a Coleman atacando a toda persona vestida con traje de Zoot con la que se cruzan. También agreden a mujeres latinas. El arsenal estaba situado cerca de lo que hoy es el estadio de los Dodgers, en la época una zona deprimida habitada por muchas familias mexicanas. Los días 4 y 5 de junio se producen redadas sistemáticas de grupos de soldados que salen en busca de latinos por el centro de la ciudad, ante la pasividad de las autoridades y de la población blanca.
La mecha prende. Los pachucos responden. Comienza una batalla urbana entre pachucos y militares estadounidenses. Un bando viste el uniforme reglamentario del ejército de los Estados Unidos, el otro tiene su traje de Zoot. Marines contra zootsuiters. Los disturbios se enconan y se alargan durante tres días. Se extienden por toda la ciudad. Los militares detienen a cualquiera que lleve un traje de Zoot, hacen a los pachucos desvestirse, cortan las colas de las chaquetas, se amontonan trajes requisados en las esquinas y se obliga a los detenidos a orinar sobre ellos. La América Blanca que representan esos soldados se ceba con esos trozos de tela que simbolizan tanto. Se forman hogueras de trajes en las calles de Los Ángeles. Los pantalones anchos y las enormes chaquetas de colores de ensueño arden e iluminan a los que combaten en esas noches de furia, frenazos, cristales rotos.
El 8 de junio los disturbios de Los Ángeles llegan a su fin con 500 pachucos y 9 soldados detenidos. 8 de los 9 soldados detenidos son liberados al día siguiente de su detención tras pagar una multa ridícula.
Cuando todo parece haberse calmado, los disturbios prenden en el resto de California, Texas, Detroit, Nueva York. Los afroamericanos del este se alían instintivamente con los pachucos del oeste y se lanzan a enfrentarse con la policía, que también ha tomado nota de lo ocurrido en Los Ángeles y organiza cacerías de negros antipatrióticos que vistan trajes de Zoot. El país está en llamas. Aquí no hay adoquines que lanzar a los maderos ni nadie espera encontrar una playa bajo el asfalto, pero los que luchan tienen sus zapatos bicolor. La situación amenaza con hacerse insostenible para las fuerzas del orden, pero consiguen aguantar.
A los pocos días, la policía y los militares habían recuperado el control. 600 heridos y cinco afroamericanos muertos después, las calles estaban en calma y las necesidades del conflicto volvían al centro del tablero. Habían terminado lo que se conocería como los Disturbios del traje de Zoot.
Cuando a Tom Wolfe le preguntaban por la razón por la que llevaba su extravagante traje blanco de caballero del Sur, solía responder que se trataba de una «inofensiva forma de agresión». Eso es lo que suele ser la ropa para las subculturas, una forma sublimada de violencia, un gesto, un desafío soterrado. Hasta que salta la chispa. Entonces se convierte en algo más, en un uniforme. El de los pachucos estaba formado por unos pantalones de pinzas, una larga chaqueta con cola y unos zapatos bicolor.
[1] Eso dice Luis Antonio de Villena y no conocemos a nadie que haya escrito más y mejor sobre sobre el asunto dandístico.
Fuente: Colectivobruxista.es